—Mira lo que me haces —habló con voz ronca, posicionando su polla en su húmeda entrada.
Levantó la mirada para encontrarse con la suya, a punto de hablarle. Pero cuando se encontró con su mirada suplicante, perdió cada gota de control que tenía dentro de sí, sumergiéndose en sus húmedas profundidades, enviando dardos de lujuria y pasión que perforaban su entero ser.
Sus ojos empezaron a cerrarse cuando él susurró:
—Abre los ojos, cariño, mantén la vista en mí, mira lo que me haces.
Ella obedeció su petición, abriendo los ojos y manteniéndolos fijos en los de él. Su polla latía contra las pulsantes paredes de su interior, haciéndola ansiar movimiento ahora más que nunca. Empezó a retirarse de ella, causándole gemir y arquearse hacia él.
—Dime, querida, ¿cómo se siente? —le preguntó con una voz áspera por la necesidad mientras él se movía en cortos vaivenes dentro de ella.