—Todo era real, ratoncita. Maldita sea —él pasó sus dedos con enojo por su cabello, tirando de las raíces por la frustración.
Su estómago se hundió hasta el suelo, una sensación de caída apoderándose de ella.
—Me asusté, Beatriz. Acabo de descubrir que todo era una mentira. Entré en pánico
Ella levantó las manos para cubrir su rostro, apretando los ojos cerrados mientras las lágrimas empezaban a acumularse. Suplicó:
—Detente. Por favor. No puedo soportar escuchar tus mentiras
Era tan cruel, escuchar las palabras que ella desesperadamente quería oír y ahora encontrar difícil creerlas.
—Sé que no merezco tu atención —él se acercó más, y aunque quiso retroceder, se sintió paralizada por la lucha interna.
—Pero mereces oír esto. Mereces saber cuánto significas para mí... Por favor, mírame, Beatriz. Te lo suplico. Escúchame, y luego me retiraré a mi habitación. Mañana por la mañana, me iré, y no tendrás que volver a verme