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Tres semanas.
Han pasado tres semanas desde que se alejó de la vida de Beatriz.
Solo aguantó dos días antes de tener que llamarla, pero ella nunca respondió. Cada día, y noche, ella nunca respondió.
—¿Por qué mierda no pudo simplemente decírselo? ¿Por qué entró en pánico? —se preguntaba.
Bueno, él sabe por qué, no creía que se la mereciera, no después de todo. Era mejor dejarla ir en lugar de herirla una vez más, ella merece algo mejor.
Estaba asustado. Estaba jodidamente aterrado. Era un cobarde.
Tres semanas se sentían como una eternidad. El peso de su decisión pesaba en su pecho, recordándole el vacío que había creado en su propia vida.
Repasaba su última conversación en su mente, la forma en que la voz de ella se quebró mostrando vulnerabilidad al preguntarle si todo había sido una mentira. Y él mintió, incapaz de enfrentar la verdad o confrontar sus propias inseguridades.