Rhys y Beatriz salen del café, el calor del sol envolviéndolos. Rhys toma la mano de Beatriz, entrelazando sus dedos con los de ella, y la guía hacia su coche.
Se acomodan en el coche, los asientos de cuero frescos contra su piel. Rhys arranca el motor, y el coche ronronea al cobrar vida. Mientras conducen, Beatriz mira por la ventana, tomando las vistas familiares de la ciudad.
Las calles están tranquilas a esta hora temprana de la mañana, el ocasional peatón se dirige al trabajo o a hacer recados. Rhys mantiene sus ojos en la carretera, navegando por el tráfico con facilidad.
Beatriz se inquieta en su asiento, sintiéndose ansiosa por la visita a la tumba de su madre. No había vuelto desde que dejó el país, y los recuerdos de aquel día aún la persiguen.
Rhys alcanza y toma su mano, dándole un apretón suave. —Está bien, Beatriz —dice él con seguridad—. Estaré justo ahí contigo.