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Beatriz se paró nerviosa frente a su ventana, jugueteando con el dobladillo de su vestido mientras miraba la concurrida calle de la ciudad abajo. Había pasado un mes desde que había tenido noticias de Damien, su prometido, y su preocupación había crecido hasta convertirse en un agujero roedor en su estómago.
Había intentado llamarlo, enviarle mensajes de texto, correos electrónicos, pero todo lo que recibía en respuesta era un silencio ensordecedor. No era propio de él mantener un silencio de radio por tanto tiempo sin ninguna explicación, y no podía evitar imaginarse los peores escenarios.
Su mente volvió a la última conversación que había tenido con Damien. Habían hablado de su boda próxima.