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Damián la miró fijamente y dijo:
—¿De verdad piensas que vas a escapar después de matarla? —desafió Damián.
Alina se encogió de hombros:
—No sé. Tal vez sí, tal vez no. Pero al menos seguirás solo y miserable y creo que puedo morir en paz sabiendo eso —se encogió de hombros Alina.
—¡Mierda, jódete! —gruñó Damián enfurecido—. Te perseguiré en el más allá si la matas.
Pero Alina ignoró a Damián. Su sonrisa perversa se le dibujaba en los labios mientras jugaba con el cabello de Beatriz. Los nervios revoloteaban en su pecho.
—¿Y si te mato primero a ti, luego a Damián y después me suicido? Todos podemos divertirnos en el más allá. Todos somos pecadores, seguro que podríamos divertirnos como locos con el diablo —siseó Alina.
—¡No! —gritó Beatriz—. No hagas esto Alina, te lo suplico.
Las lágrimas volvían a resbalar por sus mejillas y ella miraba a Damián mientras hablaba, tratando de absorber tanto de él como pudiera.