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—¡Mira, mamá, encontré una mariposa! —dijo emocionado Damián.
—Eso es genial, cariño. ¿De qué color es? —su madre sonrió y le revolvió el cabello.
—Es amarilla y negra. Justo como un abejorro —declaró Damián mirándola orgulloso.
—Lo es. Pero recuerda, no la persigas demasiado, o podría volar lejos —se rió entre dientes y asintió su madre.
—No lo haré, mamá. Solo quiero verla de cerca —dijo Damián, mirando fijamente a la mariposa.
—Eso está bien. Sabes, también puedes hacer amistad con la mariposa sentándote quieto y en silencio —sugirió su madre.
—Está bien, mamá. Lo intentaré —asintió Damián.
No tenía amigos. Aunque deseaba tener un amigo.
Damián se sentó en la hierba junto a la mariposa y la observó de cerca. La mariposa voló alrededor por un rato y luego se posó en la mano de Damián.
—¡Mamá, mira! ¡La mariposa está en mi mano! —exclamó Damián, la felicidad brillando en sus ojos.
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