—M-Matteo —balbuceó Beatriz, sus mejillas ruborizándose de vergüenza. De todas las personas que podrían haberla descubierto, había sido Matteo.
—¿Q-qué haces aquí? —preguntó, intentando sonar despreocupada.
—Vine a ver cómo estabas. Y me alegro de haberlo hecho —dijo Matteo con voz fría y acusadora—. ¡Imagínate si hubiera sido otra persona, qué crees que iba a pasar, Beatriz! —le gritó.
Beatriz se sobresaltó. Era la primera vez que Matteo le alzaba la voz.
Con la bilis subiéndole por la garganta, Beatriz intentó mantener la calma. —No es lo que piensas, Matteo —balbuceó—. Sólo estábamos hablando y... sucedió.
—¿Sólo hablando? —Matteo se mofó—. ¿Esperas que me crea eso? Tu prometido está tumbado en una cama de hospital luchando por su vida y tú estás aquí metiéndole la lengua en la boca al hermano de él.
Beatriz se sobresaltó. No sabía cómo explicarle a Matteo que estaba con ambos hermanos y que Damián ya lo sabía.