El sonido del metal chocando retumbó en el bosque situado sobre la colina. Jackson y Quentin eran como sombras, apareciendo y desapareciendo, encontrándose a medio camino. El único indicador de dónde estaban eran las chispas de sus armas.
Tras minutos de batalla sin parar, sus armas chirriaron y resonaron una vez más antes de que saltaran alejándose el uno del otro.
Jackson lanzó su espada a un lado, cortando el aire limpiamente. Por otro lado, Quentin se limpió la comisura de la boca con el nudillo de su índice. Ambos seguían perfectamente bien como si la batalla en la que se habían enzarzado ni siquiera valiera la pena para ser llamada calentamiento.
—Esto me recuerda a los viejos tiempos, Jackson —reflexionó Quentin—. También solíamos entrenar juntos. ¿No te acuerdas?
—Me acuerdo —La comisura de los labios de Jackson se curvó sutilmente—. Y cada vez, te vencía.
Quentin arqueó una ceja —¿Tú me vencías?