Fil intentó llamar al número de casa de Kenzo para avisarle a Quentin sobre la situación de Kenzo. Sin embargo, el hombre no respondía, no importaba qué. Considerando que Quentin tampoco estaba bien, decidió por sí misma ir y decírselo en persona.
—¿Quentin? —llamó, golpeando la puerta—. ¿Quentin, estás ahí?
Fil golpeó y golpeó, cada vez más fuerte que la anterior, pero fue en vano. Retrocediendo, inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Se habrá ido? —se preguntó con el ceño fruncido—. ¿O le habrá pasado algo?
Se mordió el labio inferior por dentro, indecisa sobre si debía entrar sin el permiso de Kenzo. Todavía tenía la llave de repuesto de él, ya que Kenzo tenía la mala costumbre de quedarse fuera en el pasado. Por eso, para seguridad y para que dejara de molestar a su casero cada vez que sucedía, le dio una llave de repuesto. Después de todo, su lugar estaba a solo una parada de autobús de aquí.