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En una era donde una simple cicatriz podía afectar la reputación de uno como ser humano, el Duque del Sur, Jackson, había aceptado hace tiempo que nunca sería aceptado más que como un perro de guerra. Aparte de ofrecer su cuerpo para luchar por la Familia Imperial y el Imperio, y pasar el resto de su vida en el campo de batalla tan precario, creía que su vida de otra manera no tendría sentido.
Pero por primera vez, alguien lo miró sin ningún rastro de asco. Tampoco era una mirada de miedo ni de lástima. Era algo más; algo que nunca podría articular correctamente porque era algo que nunca antes había mirado.