—No me gusta dar segundas oportunidades, pero contigo... te di infinitas oportunidades incluso cuando no las merecías. ¿Por qué? Porque te amaba. Pero ahora, no creo que todavía lo haga —se repetía a sí misma.
—Ya no hay nada que arreglar, Vincente. Se acabó.
—Deja de venir aquí porque si no lo haces, me mudaré —finalizó con determinación.
La voz de Fil se repetía en la mente de Vincente como un disco rayado. Bajó de un trago una lata de cerveza mientras conducía, pisando el acelerador tan fuerte como podía. Las bocinas sonaban en la carretera por lo temerario que era en el coche, ganándose incontables maldiciones de otros conductores. Pero a él no le importaba.
Vincente apretó la lata vacía de cerveza en su mano, tirándola al asiento del pasajero delantero. Luego tomó otra lata de cerveza, abriéndola con una sola mano, y bebiendo la mitad de un solo trago.
—Filomena... —dijo, limpiándose la esquina de la boca con el dorso de su mano—. No puedes simplemente tirarme así.