Empecé a negarlo rápidamente.
—No sé de qué estás hablando —dije.
Nunca había mentido en toda mi vida.
Pero esta vez tenía que hacerlo.
—No puedes mentirme, niña —ella dijo—. Puedo ver a través de ti. Él quería a alguien más, no a ti.
¿Cómo había ella sabido? ¿Cómo? Al menos nadie lo sabía.
¿O ya alguien lo sabía y luego le contó a ella?
Me carburaba la cabeza.
—Nadie me lo dijo —ella dijo como si leyera mi mente—. Soy una vidente.
La miré sin pestañear.
Había oído hablar de lobos que podían ver el futuro, pero siempre había asumido que era un mito. O que podían ver a alguien y saber al instante cualquier cosa sobre ellos.
Me arrodillé a pesar de la ardencia en mis muslos.
—¿Por favor, no le digas quién soy? —rogué a sus pies—. Él los mataría. Por favor. Haré cualquier cosa que quieras.
Las lágrimas fluían.
Ella me hizo levantar para sentarme de nuevo en la cama y apoyar mi cabeza suavemente contra una de las almohadas.