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Los haces de luz dorada barrieron el pasillo, aterrizando en medio de los dientes que estaban a punto de perforar a Katherine. Los haces se convirtieron en estacas y detuvieron los dientes antes de que apretasen. Esto resultó en chispas que iluminaron la boca que no era menos que un túnel sin fin.
El leviatán estaba sorprendido y llevó sus ojos para observar al que se atrevía a interferir en su plan de cena.
Katherine hizo lo mismo.
Ella conocía la voz y, aunque no la conociese, el estilo al hablar revelaba la identidad del hablante.
Esto le impactó, porque creía que si alguien intentaba salvarla, sería su esposo.
Sin embargo, quien la salvó en su último momento fue el hombre que ella consideraba el villano definitivo.
Con su sonrisa característica, él apareció a cientos de millas de distancia, totalmente relajado.
—Cliente, debes valorar tu vida —dijo Kiba.