El monstruo rodaba como una rueda giratoria mientras perseguía a Zed.
—Si Castor Damon estuviera aquí, entonces este monstruo habría sido asesinado en un segundo —pensó Zed con una sonrisa amarga. Su expresión era grave, pero sabía que ahora no era el momento de perderse en la autocompasión.
Mordiéndose el labio inferior, decidió darlo todo. Envolvió sus piernas con corrientes de fuego para impulsar su velocidad a un ritmo superior al que su cuerpo era capaz.
Ahora corría a través del corredor con todo lo que tenía. Sin embargo, el monstruo giratorio lo alcanzaba sin ninguna dificultad.
Zed apretó los dientes y no miró atrás. La sangre goteaba desde su frente y barbilla, pero no tenía tiempo ni fuerzas para limpiar sus heridas.
—¡Argh!
Las gotas de sangre que cosquilleaban cayeron en sus ojos. Sintió un dolor ardiente que burbujeaba, pero una vez más apretó los dientes e ignoró el dolor.