El viento barrió a través de los enormes árboles. El aire era gélido pero el tigre rojo se mantenía erguido, irradiando felicidad.
Sus ojos se humedecieron al observar al hombre de cabellos dorados que se alejaba cada vez más a medida que continuaba su viaje con su compañera.
No hubo conversación entre el tigre y el hombre de cabellos dorados, pero ella estaba contenta. Pensaba que si no era hoy, tal vez el destino le brindaría una oportunidad en el futuro para conversar con él.
Anteriormente, tenía miedo, pero ese temor había desaparecido. Estaba segura de que podía acercársele sin ninguna aprensión. La sincera sonrisa que él le había dado hace unos momentos era la prueba.
Había pasado una semana desde que aquel hombre salvó a ella y a sus cachorros, y ahora, sabía que no eran solo algunas hormigas a las que protegía para aliviar su aburrimiento. Sus acciones eran dictadas por su corazón, y para ella, eso importaba más que cualquier cosa.