Dentro de la cabaña.
Kiba y Anya estaban tumbados en el suelo. Anya tenía una sonrisa eufórica en su rostro mientras saboreaba el orgasmo que acababa de recibir. Gruesas cuerdas de esperma rezumaban de su rosa entrepierna.
Kiba miró sus pechos desnudos y su polla se endureció de nuevo. Anya notó su mirada y se giró hacia él.
—No estuve mal, ¿verdad? —preguntó Kiba con voz nerviosa.
Anya estaba sorprendida.
—¡Ah! ¡Realmente era virgen! —pensó Anya en su corazón. Desde su propia experiencia y la de sus amigas, sabía que la mayoría de los hombres estaban preocupados por su primer rendimiento en la cama. La presión de estar a la altura de la pareja femenina era alta. Su pregunta y el nerviosismo no dejaron lugar a dudas.
—No, no estuviste mal —respondió Anya con una sonrisa tenue—. De hecho, estuviste bien.
Sintió que él había sido maravilloso, pero luego pensó que eso lo haría arrogante. Así que decidió subvalorar su rendimiento.
Kiba volvió sus ojos al techo de madera.