Kiba y Ruby se sentaron cerca del arroyo, mirando el agua cristalina. El nivel del agua estaba más alto y pequeñas vidas acuáticas florecían en su interior.
Kiba lanzaba un guijarro tras otro sobre el agua. Observaba cómo el guijarro se deslizaba sobre el agua y caía al otro lado del arroyo.
De vez en cuando, Ruby le echaba rápidas miradas a Kiba, preguntándose por qué se había vuelto tan silencioso después de repetir las palabras mencionadas por su amigo.
Ella tenía curiosidad y quería saber el verdadero significado de esas palabras, y por qué le ayudaban en el arte de la seducción. Abrió la boca para preguntar pero no salieron palabras.
—Se puede enojar si lo atosigo —Ruby decidió no hacerle más preguntas—. No hasta que esté cerca de él.
Ella se preguntaba en silencio sobre su pasado y la razón por la cual había venido a este bosque. Creía que sus razones podrían ayudarla a entenderlo mejor, y ella deseaba hacerlo ya que su supervivencia dependía de sus caprichos.