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Bai Qingqing aceptó al final. Llevando la canasta de bambú que había completado hace dos días, sacó a los dos machos de la casa.
Después de la lluvia, el aire se sentía especialmente refrescante y tan limpio que no se podía ver ni un solo grano de polvo. Hacía que respirar fuera un placer.
—¡Cuántas langostas!
Bai Qingqing corrió emocionada unos pasos. Accidentalmente resbaló en el suelo húmedo y resbaladizo y jadeó. Enseguida, alguien la sostuvo por detrás.
Curtis la soltó y le indicó que continuara jugando.
—Gracias —dijo Bai Qingqing con una sonrisa. Ajustó las correas de la canasta de bambú. Debido al golpe anterior, las correas se sentían tan apretadas que le dolían los hombros. Ladeando la cabeza, vio que sus hombros estaban pelados por la fricción con las correas de bambú sin pulir.
—Ay. Si hubiera sabido antes, habría tejido una canasta que pudiera sujetar con sus manos, como la de Eve.
—Qingqing, yo la llevo por ti —dijo Parker corriendo descalzo.