Xue Hui se sentó en la silla frente a Huanhuan. La luz de la fogata hacía que su rostro pareciera aún más hermoso. Habló con suavidad.
—Huanhuan, sé que tienes un gran malentendido de nuestro clan de la Madera Divina ahora, pero a veces, tienes que pensar desde nuestra perspectiva. Nos hemos esforzado durante tantos años y finalmente logramos acumular un pequeño negocio familiar. Ahora, vas a entregárselo a la tribu del árbol. Es normal que la tribu esté descontenta.
La lluvia era interminable afuera y el fuego en la casa era cálido.
La atmósfera era de hecho adecuada para una larga conversación.
Huanhuan miró hacia abajo a su hija menor en sus brazos y dijo suavemente:
—La gente del árbol es muy buena plantando. Hace tiempo que tengo pensado dejarles el campo de verduras y el bosque de frutas.
—Incluso si son buenos plantando, no puedes olvidarte de nosotros.
Huanhuan preguntó casualmente:
—Entonces, ¿qué quieres que haga?
