No importa cuán largo fuera el camino, este terminaría.
El profeta bajó a Huanhuan al suelo. —Ve —dijo—. No vuelvas.
Huanhuan encontró sus palabras extrañas. —¿Por qué no quieres que vuelva? ¿No te caigo bien?
—Este no es el lugar adecuado para ti. ¿Has olvidado que estarás en peligro cada vez que vengas aquí?
Huanhuan dijo inmediatamente, —¡Pero puedo sobrevivir cada vez!
Los labios del profeta se curvaron a pesar de sí mismo ante su brillante sonrisa. —Eres una chica afortunada.
Huanhuan rió entre dientes. —Entonces me voy. Adiós.
—Mhm.
Huanhuan se volteó y caminó unos pasos antes de detenerse repentinamente. Miró hacia atrás al profeta y vio que él todavía estaba de pie donde estaba. Su esbelta figura se erguía en la noche, viéndose aún más solitaria y fría.
Sus ojos estaban cubiertos por el velo de seda de tiburón blanco, pero Huanhuan todavía podía sentir su mirada.
Su corazón dio un vuelco. Agitó sus brazos y sonrió. —¡Vuelve!