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Chapter 4 - Capitulo III. La fiesta de victoria y bienvenida

A medianoche, Łódź se envolvía en un manto de misterio y tranquilidad, con sus calles vacías y silenciosas bajo el resplandor plateado de la luna. El aire frío de la noche acariciaba suavemente las mejillas de quienes se aventuraban fuera de sus hogares. Un ligero viento susurraba entre los edificios de ladrillo, llevando consigo el aroma de la ciudad dormida y el eco lejano de la actividad diurna que aún reverberaba en el aire.

Las luces de las farolas destellaban con una luminosidad suave y difusa, proyectando sombras alargadas que danzaban en las paredes de los edificios. Los adoquines de las calles, pulidos por el paso constante de los transeúntes, reflejaban la luz de la luna como pequeños espejos, creando un juego de luces y sombras que parecía sacado de un cuento de hadas.

El silencio de la noche era interrumpido ocasionalmente por el distante ladrido de un perro solitario o el chirriar de una puerta que se cerraba en algún lugar cercano. El sonido de los pasos apresurados de algún transeúnte nocturno resonaba en las calles desiertas, añadiendo un toque de misterio a la atmósfera nocturna.

En este tranquilo escenario, Łódź parecía envuelta en un sueño profundo, donde el tiempo se detenía y los secretos de la noche se revelaban solo a aquellos lo suficientemente valientes como para adentrarse en sus calles en la oscuridad.

A medida que la medianoche envolvía las calles de la ciudad, Helga llegaba con elegancia a una imponente casa ubicada en una de las zonas más pudientes de Łódź. El carruaje se detuvo frente a la entrada principal de la casa de Janusz Kowalski, donde un mozo bien vestido aguardaba para recibir a la distinguida invitada.

Desde el fatídico 28 de junio de 1914, cuando el trágico suceso del asesinato del archiduque Francisco Fernando sacudió al mundo, la familia Kowalski había abandonado su hogar, sumida en la incertidumbre y el temor ante los eventos que desencadenaron el conflicto global. Con el estallido de la guerra, la casa quedó desierta, sus habitantes dispersos en busca de seguridad y refugio. Fue entonces cuando el Dr. Von Braun, un académico respetado y amigo de la familia, recibió el inesperado ofrecimiento de ocupar temporalmente la lujosa residencia, un refugio en medio del caos que existía en la región debido a la guerra.

Con paso seguro pero delicado, Helga descendió del carruaje, su vestido oscuro ondeando con gracia alrededor de sus piernas mientras se dirigía hacia la entrada. Un soldado la saludó con una reverencia cortés y la acompañó a través de las puertas dobles hacia el interior de la mansión.

Dentro, el ambiente era opulento y lleno de vida. Las luces brillantes iluminaban las amplias salas, destacando la elegancia de la decoración y el refinamiento de los invitados que se congregaban en pequeños grupos, conversando animadamente entre sí. El murmullo de las conversaciones y el tintineo de copas llenaba el aire, creando una atmósfera de sofisticación y camaradería.

Helga era conocida en los círculos más exclusivos de Europa por su astucia y ambición desmedida. Su fascinación por el ocultismo y la magia negra era tan profunda como su deseo de riqueza y poder. Detrás de su apariencia serena y cordial, ocultaba verdaderas intenciones y una determinación férrea para alcanzar sus objetivos.

Su obsesión por el Vril, una supuesta fuente de energía mística y poder ilimitado, la impulsaba a buscar conocimientos ocultos y secretos ancestrales. Helga creía firmemente en la existencia de fuerzas más allá de la comprensión humana y estaba dispuesta a explorar los rincones más oscuros del mundo para descubrir su verdadero potencial.

A medida que Helga ingresaba a la imponente mansión, quedaba impresionada por la opulencia que la rodeaba. Las paredes estaban adornadas con tapices finamente tejidos y obras de arte que emanaban elegancia y riqueza. Las lámparas de araña colgaban del techo, arrojando destellos de luz sobre los elaborados muebles de estilo victoriano y las exquisitas alfombras que cubrían el suelo de mármol.

Los invitados, una mezcla ecléctica de la alta sociedad europea, se mezclaban en pequeños grupos dispersos por los salones. Entre ellos se encontraban destacados miembros de la aristocracia alemana, distinguidos por su impecable porte y sus atuendos lujosos, así como rusos con túnicas ornamentadas y joyas deslumbrantes. Las conversaciones fluyeron en varios idiomas, desde el alemán hasta el ruso, creando una atmósfera cosmopolita y vibrante.

Helga se movía con gracia entre los invitados, cautivando con su elegancia y su presencia imponente. A pesar de estar rodeada de la élite europea, no se dejaba intimidar, manteniendo la compostura y la determinación que la caracterizaban. Sabía que su presencia en aquel evento era crucial para sus propósitos, y estaba decidida a cumplir con su misión sin importar las dificultades que pudieran surgir.

El mozo condujo a Helga por un intrincado laberinto de pasillos y escaleras, hasta llegar a una de las habitaciones privadas de la mansión. Con un gesto de cortesía, abrió la puerta y la invitó a entrar.

Helga entró en la habitación con paso decidido, encontrándose con una escena que parecía sacada de un cuento de hadas. En el centro de la estancia, el Dr. Ernst Von Braun y el Capitán Klaus Richter estaban rodeados por una multitud de aristócratas que escuchaban con fascinación cada palabra que salía de sus labios.

El Dr. Von Braun, un hombre de edad madura con una mirada penetrante y un aura de autoridad, hablaba con pasión sobre los antiguos mitos y leyendas que rodeaban a la raza aria. A su lado, el Capitán Richter escuchaba con atención, su rostro serio y concentrado revelando una profunda admiración por las palabras del Dr. Von Braun.

Los aristócratas presentes en la habitación escuchaban con admiración y asombro, absorbidos por las historias fantásticas que se desarrollaban ante sus ojos. Algunos asentían con aprobación, mientras que otros intercambiaban miradas de complicidad, compartiendo secretos y teorías sobre los misteriosos orígenes de la raza aria.

Helga se unió al grupo con gracia, su presencia imponente atrayendo las miradas de aquellos que la rodeaban. Sabía que su papel en aquel encuentro era crucial, y estaba decidida a aprovechar la oportunidad para avanzar en su misión. Con una sonrisa en los labios y una chispa de determinación en los ojos, se preparó para sumergirse en las historias fantásticas que se desarrollaban a su alrededor, consciente de que cada palabra pronunciada por el Dr. Von Braun y el Capitán Richter podía contener pistas vitales para alcanzar sus objetivos.

El Dr. Von Braun se acomodó en su asiento, su mirada brillando con entusiasmo mientras dirigía la conversación hacia un tema de gran interés para él. "Mis estimados amigos", comenzó, "permitidme compartir con vosotros una fascinante teoría que he estado explorando en mis investigaciones. ¿Habéis oído hablar de Herodoto, el gran historiador griego? En sus escritos, Herodoto menciona una tierra mítica más allá de las fronteras del mundo conocido, una tierra de maravillas y misterios llamada Hiperbórea. Según sus relatos, los hiperbóreos eran una raza bendecida por los dioses, cuya grandeza rivalizaba con la de los mismos olímpicos." Su voz resonó en la habitación, envolviendo a sus oyentes en un aura de anticipación y curiosidad.

Con un gesto de confianza, el Dr. Von Braun le guiñó un ojo a Helga y le susurró al oído: "¿Conseguiste el encargo?". Con la discreción propia de su carácter, Helga asintió con una leve inclinación de cabeza y respondió en un tono apenas audible: "Sí". Era un intercambio breve pero significativo, cargado de la complicidad y la determinación compartida entre dos aliados en una misión de vital importancia para el futuro del imperio.

Helga aceptó la copa de vino con una gracia natural, sus ojos azules como zafiros destellando en agradecimiento al Capitán Richter. Su sonrisa, encantadora y sincera, iluminó su rostro mientras levantaba la copa para saborear el contenido. El aroma afrutado y la textura suave del vino se deslizaron sobre su paladar, haciéndola apreciar la calidad de la bebida.

Mientras tanto, el Dr. Von Braun continuaba con su exposición, su voz resonando en la habitación con la autoridad y el conocimiento de un verdadero erudito. Había un brillo de entusiasmo en sus ojos mientras hablaba de la cultura y las maravillas del mundo de los hiperbóreos, pintando una imagen vívida de una era pasada llena de grandes hazañas y descubrimientos.

Los oyentes, envueltos en un aura de anticipación y curiosidad, colgaban de cada palabra del Dr. Von Braun, ansiosos por aprender más sobre este fascinante tema. Y en medio de todo, Helga, con su porte seguro y su aura de confianza, era una figura destacada, una mujer de belleza e intelecto que no pasaba desapercibida.

Mientras admiraba la imponente mansión de los Kowalski, Helga no pudo evitar sentir una ligera incomodidad en la presencia del Capitán Richter. Aunque mantenía una fachada de cortesía y diplomacia, en su interior resonaba una voz de desconfianza hacia aquel hombre cuya lealtad parecía fluctuar como las sombras de la noche. Sin embargo, sus pensamientos estaban firmemente enfocados en su verdadero objetivo: desentrañar los enigmáticos secretos que el Dr. Von Braun guardaba celosamente. Sabía que detrás de sus palabras elegantes y su apariencia respetable, se ocultaban conocimientos ancestrales y poderes ocultos que podrían cambiar la concepción de la historia. Determinada a descifrar el misterio que envolvía al doctor, Helga se preparó para aprovechar cada oportunidad que se presentara durante aquella noche de fiesta y bienvenida.

Después de unos minutos, el Capitán Richter se puso de pie con elegancia y ofreció acompañar a Helga a su habitación. Ella, percibiendo la proposición más como una instrucción que como una cortesía, aceptó con cautela. Juntos, caminaron por los pasillos iluminados por la luz de las antorchas, en un silencio incómodo que denotaba la falta de confianza entre ellos. A pesar de que se conocían, el Capitán Richter no mostraba signos de camaradería, más bien parecía estar asegurándose de que Helga no se desviara hacia otro lugar.

Mientras Helga seguía al Capitán Richter hacia su habitación, una sensación de frustración y descontento se apoderaba de sus pensamientos. Sabía que aquella invitación había truncado su oportunidad de mezclarse con la aristocracia presente en la fiesta, y más importante aún, le había impedido descubrir más sobre las verdaderas intenciones del Dr. Von Braun. Helga era consciente de que su presencia en la mansión no era más que un medio para el fin del doctor, una herramienta útil y discreta en su juego de espionaje. Sin embargo, el hecho de ser relegada a una conversación privada con Richter solo aumentaba sus sospechas sobre los verdaderos motivos de aquel hombre y la verdadera naturaleza de su relación con el Dr. Von Braun.

Al llegar a la habitación de Helga, el Capitán Richter detuvo su paso y se volvió hacia ella con seriedad. "Antes de entrar", dijo con tono suave pero firme, "me gustaría pedirte que me entregues el encargo que te hizo el Doctor". Helga frunció el ceño ante la solicitud, sintiendo un leve malestar por la intrusión en su privacidad, pero, conteniendo su molestia, retiró la bolsa de su abrigo y la entregó al Capitán Richter con una expresión neutral.

Con manos cuidadosas, Helga depositó la bolsa dentro de un cofre de metal que había en la habitación, asegurándose de que estuviera protegida y oculta de miradas indiscretas. Una vez que el cofre estuvo cerrado y seguro, entregó la llave al Capitán Richter, quien la recibió con un gesto de agradecimiento. Después de asegurarse de que todo estuviera en orden, Helga prendió las luces de la habitación, llenando el espacio con una suave y cálida luminosidad. En ese momento, el Capitán Richter le dirigió una mirada significativa a Helga, como si ambos compartieran un secreto que los unía en una causa mayor.

A medida que los primeros rayos del sol filtraban a través de las ventanas de la imponente casa de los Kowalski, la actividad de la noche anterior comenzaba a desvanecerse lentamente. Los últimos invitados se habían retirado, dejando tras de sí un eco de conversaciones susurradas y risas distantes. Mientras los sirvientes se apresuraban a limpiar y ordenar la casa, el Dr. Von Braun encontró un momento de soledad en medio del bullicio matutino. Con manos ansiosas, se dirigió hacia una habitación apartada, donde había guardado celosamente la bolsa entregada por Helga unas horas antes.

Con cuidado reverencial, el Dr. desató el nudo que aseguraba la bolsa y extrajo el objeto misterioso que contenía. La luz del amanecer se reflejaba en su superficie, revelando los intrincados detalles de su material y los enigmáticos grabados que adornaban su superficie. El Dr. sostuvo el artefacto frente a él, dejando que sus pensamientos se perdieran en las profundidades de su significado oculto. Mientras el mundo a su alrededor cobraba vida con el bullicio del nuevo día, el Dr. Von Braun se sumergió en el misterio que encerraba el artefacto, ansioso por descubrir los secretos que guardaba y las respuestas que podría revelar.

Con manos cuidadosas, examinó el objeto misterioso y lo sostuvo frente a él, maravillado por su aparente antigüedad y su peso inusualmente pesado. El material extraño del objeto se sentía frío y sólido entre sus dedos, desafiando cualquier intento de revelar su secreto con solo una inspección superficial. Con cuidado, giró el artefacto en sus manos, examinando los grabados en su superficie en busca de alguna pista sobre su origen y significado.

Mientras tanto, las conversaciones de los sirvientes que limpiaban la casa flotaban en el aire a su alrededor. En las mentes de aquellos que recordaban los recientes acontecimientos, hablaban en susurros sobre la reciente batalla de Łódź, que tuvo lugar entre noviembre y diciembre, donde las fuerzas alemanas y austrohúngaras lucharon contra el ejército ruso en un conflicto que sacudió los cimientos de la ciudad.