Sylvia se agitaba en la cama, su mente aún atrapada en las imágenes de los espectros de sus siete compañeros muertos y cómo más de sus amigos se iban uniendo a esos espectros en sus pesadillas. Un ligero toque en su hombro la hizo despertarse sobresaltada, no tanto por el contacto, sino por el eco de sus propias pesadillas.
Abrió los ojos y vio a Frederick sentado junto a ella. Sin pensarlo, se abrazó a él, buscando consuelo y tratando de recuperarse del horror que la había perseguido durante la noche. El alivio que sintió al sentir su piel cálida contra la suya era indescriptible. Sylvia deseaba quedarse eternamente entre los fuertes brazos de Frederick, donde el miedo y la tristeza parecían desvanecerse.
Frederick, sintiendo el temblor de Sylvia y su desesperado abrazo, la sostuvo con ternura. Estaba enamorado en secreto de Sylvia desde hacía tiempo, y aunque las circunstancias no eran ideales, el simple hecho de estar tan cerca de ella le llenaba el corazón de una mezcla de alegría y angustia. El aroma de su cabello, la suavidad de su piel y el calor de su cuerpo contra el suyo eran sensaciones que había imaginado muchas veces, pero que ahora, en la realidad, lo abrumaban.
Sylvia enterró su rostro en el cuello de Frederick, respirando profundamente su aroma, sintiéndose segura por primera vez en mucho tiempo. Las pesadillas todavía acechaban en los rincones de su mente, pero en los brazos de Frederick, encontraba un momento de paz. Sentía cada latido de su corazón, cada respiro que compartían, y deseaba con todas sus fuerzas que este momento pudiera durar para siempre.
Frederick cerró los ojos, permitiéndose un breve instante de vulnerabilidad. Estar con Sylvia así, tan cerca y tan real, era lo que había soñado. Pero sabía que este momento de intimidad no podía durar eternamente.
La voz de Tirnel Estel los sacó de su burbuja de consuelo. Ella se había levantado ya y estaba lista, observando la escena con una mezcla de ternura y urgencia. Al ver a Frederick y Sylvia abrazados, sintió una oleada de alegría por su amigo. Sabía de los sentimientos que Frederick albergaba en secreto y verlos así, juntos, le daba esperanza de que pudieran encontrar consuelo el uno en el otro. Pero también sintió una profunda angustia por Sylvia, atrapada en un terror del que no podía hablarles. La impotencia de no poder aliviar ese dolor la desgarraba por dentro, pero mantenía una expresión serena para no añadir más peso al ya cargado corazón de Sylvia.
—Siento interrumpiros, tortolitos, pero debemos acudir a la cocina. Recordad el castigo por nuestras infracciones —dijo Tirnel Estel con una leve sonrisa, intentando ocultar la mezcla de emociones que se agolpaban en su pecho.
Sylvia, con la cara aún hundida en el cuello de Frederick, asintió con resignación. Con todo el dolor de su corazón, se separó de él, sintiendo el frío de la mañana al dejar el calor de sus brazos. Ambos se miraron por un instante, compartiendo una conexión silenciosa antes de levantarse para comenzar el día.
Se arreglaron rápidamente, cada uno con sus pensamientos y emociones entrelazados. Sylvia se vistió en silencio, recordando la calidez de Frederick y cómo, por un breve momento, había podido olvidarse del dolor y el miedo. Frederick, por su parte, se preparó tratando de ocultar la confusión de sus sentimientos. Quería proteger a Sylvia, estar a su lado, pero sabía que debían cumplir con sus deberes.
Juntos, salieron de la habitación y se dirigieron a la cocina, con Tirnel Estel liderando el camino. La cocina del monasterio estaba ya en plena actividad. El aroma del pan recién horneado y el sonido de los utensilios de cocina llenaban el aire, creando una atmósfera de trabajo y rutina.
No habían pasado más de unos segundos cuando Elías se acercó hacia ellos.
—Mi querida niña, no sé qué habrás hecho en esta ocasión, pero tengo que ponerte la tarea más dura en la cocina según las órdenes del Gran Maestre —Sylvia asintió, no iba a contar lo ocurrido, era un secreto para el resto del monasterio, pero asumía su culpa y estaba dispuesta a pagar el precio—. De acuerdo, el aljibe se vacía muy rápido por el aumento de la población. Tu tarea hoy será ir hasta el manantial al pie de la colina y traer cubos de agua hasta llenarlo. Si lo llenas antes de terminar el desayuno, podrás ir a desayunar.
Elías miró a los guardianes de Sylvia y añadió —Nada impide que vosotros la ayudéis en la tarea, podríais ahorrarle viajes si también lleváis dos cubos cada uno.
Tirnel Estel y Frederick asintieron ante el consejo de Elías. No podían perder de vista a Sylvia y, si iban a tener que estar bajando y subiendo junto a ella, podían aligerar su carga. Tras coger dos cubos cada uno, salieron del monasterio.
El camino hacia el manantial era estrecho y serpenteante, rodeado de árboles cuyas ramas parecían formar una bóveda natural sobre sus cabezas. La luz de la luna llena iluminaba el sendero, creando un ambiente casi mágico, pero Sylvia apenas podía apreciar la belleza a su alrededor. Su mente estaba enfocada en la tarea y en las pesadillas que la habían atormentado.
La fuente del manantial se encontraba al pie de la colina, un lugar tranquilo y apartado donde el agua cristalina brotaba de entre las rocas. El sonido del agua fluyendo proporcionaba un extraño consuelo, un contraste con el peso de la tarea que tenían por delante. La parte dura del trabajo no era tanto bajar toda la colina, sino volver a subir cargados con los cubos de agua. Tanto por el peso de los cubos como por la larga caminata en pendiente ascendente.
Con cada subida, el cansancio se acumulaba. Sylvia, no entrenada en lo físico, sentía que sus fuerzas la abandonaban con cada paso. Sus brazos temblaban bajo el peso de los cubos, y sus piernas parecían de plomo mientras luchaba por mantener el ritmo. Frederick y Tirnel Estel, aunque también cansados, trataban de aligerar su carga lo más posible, pero sabían que no podían hacer todo el trabajo por ella.
Sylvia pensaba en los espectros que había visto, el terror en sus ojos y la urgencia en su misión. Cada imagen la empujaba a seguir adelante, aunque su cuerpo le rogaba detenerse. Frederick, aunque preocupado por Sylvia, no podía evitar pensar en el consuelo de tenerla cerca, y cómo cada momento juntos era una mezcla de dolor y alegría. Tirnel Estel, por su parte, se debatía entre su felicidad por la cercanía de Frederick y Sylvia, y su propia preocupación por el terror que Sylvia no podía compartir.
El ascenso era un verdadero calvario. Sylvia jadeaba, con el sudor resbalando por su frente y su espalda. Sus músculos ardían, y en más de una ocasión tuvo que detenerse para recuperar el aliento, sintiendo como si sus pulmones estuvieran a punto de explotar. Frederick y Tirnel Estel la animaban, ofreciéndole palabras de apoyo y breves descansos, pero también sabían que no podían detenerse por mucho tiempo. El trabajo debía completarse.
Cada subida parecía más empinada y desafiante que la anterior. Sylvia sentía que sus pies eran de plomo, y cada paso requería un esfuerzo monumental. Las manos le dolían por el peso de los cubos, y a veces pensaba que no podría dar un paso más. Pero entonces, los rostros de sus amigos muertos aparecían en su mente, y una fuerza renovada la empujaba a seguir adelante.
Repitieron el recorrido hasta seis veces. Con cada viaje, la mañana se volvía más clara hasta que el sol comenzó a salir, bañando el paisaje con una luz dorada. Sylvia, exhausta pero determinada, continuó subiendo y bajando la colina, sintiendo que sus piernas podían fallarle en cualquier momento. En el último viaje, sobraron tres cubos de agua. Elías, que los esperaba junto al aljibe, les pidió que dejaran los cubos al lado antes de darles permiso para acudir al desayuno.
Sylvia, con los músculos temblorosos y el cuerpo empapado en sudor, dejó caer los cubos junto al aljibe. Sus manos temblaban, y apenas podía mantenerse en pie. Frederick y Tirnel Estel se acercaron a ella, ofreciéndole un apoyo silencioso mientras recuperaba el aliento. Sabían que había sido una prueba extremadamente dura para ella, y admiraban su perseverancia.
Cuando llegaron al comedor, ya estaba lleno de actividad. Los primeros rayos de sol iluminaban el salón, reflejándose en las mesas de madera y los platos de cerámica. Los más madrugadores comenzaban a abandonar el comedor, satisfechos después del desayuno. Sylvia, extenuada y aún tratando de recuperar el aliento, se sentía un poco abrumada por el bullicio.
Sin esperar, Günter se acercó rápidamente a Sylvia. Era consciente de que ella estaría castigada y que no podría juntarse con él tanto como deseaba para manipularla, pero no pensaba perder terreno en el corazón de la joven elfa. Era vital seguir haciéndola pensar en él para poder seguir teniendo poder sobre ella.
—Sylvia, ¡qué alegría verte! —exclamó Günter, envolviéndola en un abrazo y plantando un beso en sus labios. Sylvia respondió al abrazo y al beso más por compromiso que por ganas reales; estaba demasiado exhausta para pensar en ello, solo quería dejarse llevar para poder sentarse lo más pronto posible.
Frederick cerró fuertemente los puños mientras esto sucedía, sintiendo una mezcla de impotencia y celos. Quizás adelantar a Roberto en el corazón de la joven pelirroja sería más sencillo durante estos seis meses en los cuales tendría menos interacciones con ellos, pero Günter parecía dispuesto a no dejarse comer terreno en los confusos sentimientos de Sylvia.
Finalmente, cuando se sentaron, Sylvia miró los alimentos con desgana. Sabía que debía alimentarse, pero la tarea del agua solo había sido un pequeño calentamiento para seguramente lo que le esperaba el resto de la mañana. Sentía que cada músculo de su cuerpo estaba al borde del colapso.
—Sylvia, te ves agotada. ¿Qué ha pasado? —preguntó Marina, notando la palidez y el cansancio en el rostro de su amiga.
—Trabajo duro... —murmuró Sylvia, apenas capaz de articular palabras completas.
Frederick tomó la palabra, viendo que Sylvia estaba demasiado agotada para explicar. —Hemos tenido que bajar al manantial y traer cubos de agua para llenar el aljibe. La tarea fue extenuante, especialmente para Sylvia. La subida con los cubos llenos fue particularmente dura.
—¿Por qué tuvisteis que hacer eso? —preguntó Harry, frunciendo el ceño.
—Elías dijo que era una orden del Gran Maestre —explicó Tirnel Estel—. Parece que como parte del castigo, Sylvia tiene que realizar las tareas más duras. Y nosotros, como sus guardianes, la ayudamos para asegurarnos de que no se sobrecargue demasiado, aunque eso implique también un gran esfuerzo para nosotros.
—Es injusto que tengáis que cargar con su castigo —comentó Roberto, mirando con simpatía a Sylvia—. ¿Estás bien, Sylvia?
Sylvia asintió levemente, sin levantar la mirada de su plato. Estaba demasiado cansada para hablar, y el recuerdo de los espectros seguía atormentándola. Sus amigos notaron su abatimiento, pero respetaron su silencio, entendiendo que había pasado por algo muy duro.
Marina, que la conocía muy bien, no pudo contenerse y dijo: —Sylvia, no es solo cansancio, hay algo más. Te conozco.
Frederick respondió en su lugar, viendo que Sylvia no encontraba las fuerzas para hacerlo. —Salió del templo de Nerthys asustada y cabizbaja. Algo sucedió allí, pero no puede contarlo por algún motivo.
Los guardianes de Harry, Roberto y Marina intercambiaron miradas preocupadas, conscientes de lo tenebroso que podía ser el culto de Nerthys, especialmente si había entrado al templo de noche.
Con un suspiro de resignación, Sylvia susurró: —¿Os habéis planteado qué estará pasando con los otros viajeros? ¿Estarán todos bien? ¿Estarán todos vivos?
La angustia se instaló en el corazón de Harry, Marina y Roberto. Sus miradas reflejaban una mezcla de miedo e incertidumbre, las mismas preguntas resonaban en sus mentes, llenando el aire de una tensión palpable. Solo conocían el destino de ellos mismos, Sarah y Evildark. El peso de lo desconocido parecía hacer que el ambiente en la mesa se volviera más denso.
Clara intentó animarlos diciendo: —Seguramente estén bien, como vosotros lo estáis. En cuanto estéis mejor entrenados, podréis salir a buscarlos.
Sylvia soltó un —Sí, claro, los encontraremos y salvaremos—, consciente de haber preocupado a sus amigos y de ser ella la que los estaba lastrando en el avance hacia su búsqueda y salvación. Su voz estaba cargada de una melancolía que no pasó desapercibida para los demás, y todos sintieron cómo su propia desesperanza se mezclaba con la de ella, sumiéndolos en un pesado silencio.
Finalmente, sus compañeros terminaron de desayunar y se despidieron para realizar sus entrenamientos. Sylvia se quedó con un zumo de naranja, tratando de reunir fuerzas para las siguientes tareas. Sabía que debía presentarse ante el Gran Maestre, quien estaba muy ocupado con la construcción del nuevo almacén.
Mientras bebía su zumo, su mente divagaba, imaginando lo duro que podía ser la construcción de un edificio de madera sin herramientas modernas. Pensaba en las poleas, la fuerza humana y animal necesaria para levantar las estructuras, y se preguntaba si sería capaz de soportar la carga de esa tarea física adicional. La preocupación y el miedo a lo desconocido la embargaban, pero también sabía que debía enfrentar sus castigos con valentía si quería redimirse.
Con un suspiro, Sylvia se levantó, decidida a enfrentar lo que viniera. Frederick y Tirnel Estel la seguían de cerca, listos para apoyarla en cada paso del camino. Se acercaron a Antón, quien estaba supervisando la construcción del nuevo almacén.
Antón los recibió con una mirada seria y evaluativa. —Sylvia, Frederick, Tirnel Estel, necesitamos manos en la obra. Este almacén debe estar terminado cuanto antes para que podamos comenzar con los edificios definitivos y las modificaciones necesarias para crear un nuevo ala en el templo. No os limitéis a mirar. Hay mucho trabajo por hacer.
Sylvia asintió, aceptando su destino con resignación. Antón señaló hacia una pila de pesadas vigas de madera.
—Vuestra tarea hoy será transportar estas vigas desde aquí hasta el lugar donde se están levantando los cimientos. Es un trabajo duro, pero necesario. Y no os preocupéis, no os faltará compañía en este esfuerzo —dijo, con una ligera sonrisa.
Frederick y Tirnel Estel asintieron, tomando posición junto a Sylvia. Cada uno cogió una viga de madera, el peso era abrumador, pero Frederick y Tirnel Estel lo manejaron con destreza. Sylvia, sin embargo, sintió que sus brazos temblaban bajo la carga.
El camino hacia los cimientos era largo y empinado, con obstáculos en el camino que hacían el trabajo aún más desafiante. Sylvia apretó los dientes, decidida a no mostrar debilidad. Con cada paso, sentía cómo sus músculos se tensaban y ardían.
—Sylvia, no fuerces demasiado —dijo Frederick, notando su esfuerzo—. Trabajemos juntos, te ayudaré con la carga.
—Gracias —respondió Sylvia, su voz entrecortada por el esfuerzo.
Con la ayuda de Frederick, el trabajo se volvió un poco más llevadero, pero seguía siendo una tarea agotadora. Después de varios viajes, Sylvia comenzó a sentir que sus fuerzas flaqueaban. El sudor perlaba su frente y sus manos estaban cubiertas de ampollas.
En uno de los viajes, Sylvia tropezó con una piedra suelta y cayó al suelo, golpeándose el costado contra la viga de madera. El dolor la hizo gemir, pero se levantó rápidamente, intentando disimular su dolor.
—¿Estás bien? —preguntó Tirnel Estel, con preocupación en sus ojos.
—Sí, solo fue un tropiezo —respondió Sylvia, apretando los dientes para contener las lágrimas.
El trabajo continuó, y con cada viaje, Sylvia se sentía más extenuada. Cada vez que levantaba una viga, sus músculos protestaban, y el peso parecía multiplicarse. Frederick y Tirnel Estel se turnaban para ayudarla, pero la tarea era implacable.
—Vamos, solo un poco más —animaba Frederick, aunque él mismo estaba agotado.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, lograron trasladar la última viga. Sylvia se dejó caer al suelo, jadeando por el esfuerzo. Su cuerpo estaba cubierto de sudor y polvo, y el dolor en su costado era punzante.
Antón se acercó, observando su trabajo con una mirada crítica. —Buen trabajo. Ahora, tomad un breve descanso y luego id a ayudar con la excavación de los cimientos. Necesitamos terminar esto hoy mismo.
Sylvia asintió, sintiendo que apenas podía moverse. Frederick y Tirnel Estel la ayudaron a levantarse y la llevaron a un rincón donde pudieran descansar unos minutos.
—Estás haciendo un buen trabajo, Sylvia —dijo Tirnel Estel, ofreciéndole un poco de agua—. Solo aguanta un poco más.
—Lo sé —respondió Sylvia, aceptando el agua con gratitud—. Gracias por estar aquí conmigo. No sé si podría hacerlo sola.
Frederick sonrió, su mirada llena de determinación. —No estás sola, Sylvia. Siempre estaremos aquí para ayudarte.
Tras unos minutos de descanso, los tres se levantaron y se dirigieron a la zona de excavación. La tarea que les esperaba no era menos agotadora. Con palas y picos, comenzaron a cavar las zanjas para los cimientos, moviendo tierra y piedras bajo el sol que empezaba a calentar.
Cada golpe de la pala contra el suelo resonaba en el silencio, y cada movimiento de tierra era un recordatorio del esfuerzo físico que requería la construcción. Sylvia sentía cómo sus fuerzas se agotaban más rápidamente, pero se obligaba a continuar, motivada por el apoyo de sus amigos.
A mitad de la jornada, Sylvia sintió que sus fuerzas flaqueaban nuevamente. El dolor en su costado era constante, y sus brazos temblaban con cada movimiento. Pero cada vez que pensaba en rendirse, miraba a Frederick y Tirnel Estel, y encontraba la fuerza para seguir adelante.
El trabajo era agotador, pero Sylvia estaba decidida a demostrar su valía. Sabía que este castigo no era solo una prueba de resistencia física, sino también un paso hacia su redención. Con cada golpe de la pala, con cada zanja excavada, sentía que se acercaba un poco más a ganarse el perdón y la confianza de sus amigos.
Finalmente, cuando el sol estaba en lo alto del cielo, Antón se acercó nuevamente. —Buen trabajo, todos. Podéis tomar un descanso y luego ir a comer algo. Habéis hecho un excelente progreso.
Sylvia dejó caer la pala, sus brazos estaban tan agotados que apenas podía levantarlos. Con la ayuda de Frederick y Tirnel Estel, se dirigió hacia el comedor, sabiendo que el camino hacia su redención aún era largo, pero sintiendo una renovada determinación para seguir adelante.