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Chapter 25 - 25. El Descubrimiento

Sylvia continuaba con sus pesadas tareas, consecuencia del castigo impuesto, llevando cubos de agua y ayudando en la construcción del nuevo almacén. A pesar del agotamiento, su determinación no flaqueaba. Frederick y Tirnel Estel siempre estaban cerca, listos para ayudarla y asegurarse de que no se sobrecargara.

Una mañana, mientras Sylvia se tomaba un breve descanso para beber agua, escuchó voces en una conversación susurrada detrás de una pila de materiales. Sus finos oídos de elfa captaron cada palabra, incluso a la distancia.

—Tenemos que actuar rápido. Si seguimos esperando, no podremos liberar a Evildark y Sarah —dijo una voz masculina que Sylvia no reconoció.

—Lo sé, pero no podemos simplemente entrar y sacarlos. Se niegan a venir sino sacamos con ellos a los cuatro por los que vinieron —respondió otra voz, esta vez femenina.

Sylvia sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿De quién estaban hablando? ¿Qué estaban planeando? Intentó escuchar más, asegurándose de que Frederick y Tirnel Estel no se dieran cuenta de su distracción.

—La única forma es eliminar a los guardianes. Una vez que estén fuera del camino, podremos llevarnos a los viajeros sin problemas —continuó la voz masculina.

—Pero si fallamos, pondremos en riesgo todo. Necesitamos un plan sólido —concluyó la voz femenina.

Sylvia esperó unos momentos antes de salir de su escondite, su mente llena de preguntas y su corazón latiendo con fuerza. Necesitaba informar a sus amigos y descubrir quiénes eran los traidores, pero no había podido verles las caras y sus voces no le eran conocidas.

Era consciente de la importancia de poner sobre aviso a sus amigos, a sus guardianes y no sabía si a Theodor, a los grandes maestres o a ambos.

Cuando Sylvia y sus guardianes llegaron al comedor tras una agotadora jornada, este estaba aún bastante vacío. Sylvia les indicó coger una mesa apartada. En cuanto se sentaron, Sylvia compartió su descubrimiento con Frederick y Tirnel Estel en voz baja, asegurándose de que nadie más pudiera escucharlos.

—Escuché una conversación esta mañana mientras trabajábamos. Alguien dentro del templo está planeando liberar a Evildark y Sarah. Mencionaron eliminar a los guardianes para secuestrarnos a nosotros —dijo Sylvia, tratando de mantener la calma—. Evildark y Sarah se niegan a marcharse si no vamos nosotros con ellos.

Frederick frunció el ceño, preocupado. —Esto es grave. Esto ya no es un solo traidor entre nosotros, esto ya debe ser un grupo numeroso. No pueden estar pensando en matarnos a ocho y sacaros a la fuerza a cuatro si no son un número importante.

—Pero debemos ser cautelosos. No podemos acusar a nadie sin pruebas —añadió Tirnel Estel—. Necesitamos investigar más.

Sylvia asintió, sabiendo que tenían razón. Pero la incertidumbre y el peligro eran palpables, y no podían permitirse bajar la guardia. —¿En quién podemos confiar? ¿Debemos hablarlo con el Gran Maestre? ¿Con Theodor?

Frederick miró seriamente a Sylvia. —Te va a sorprender, pero contaría con Sigfrid y Lysandra. Como sacerdotes de la diosa Tasares, su honor les impide ser traidores al monasterio, pues Tasares no aprecia a traidores ni cobardes. Además, en el caso de Sigfrid no aceptaría matar a Günter; es como su propio hijo.

Tirnel Estel, que asentía las palabras, apostilló. —Lysandra le pasa algo similar conmigo. He estado con ella desde que entró en la orden siendo casi una niña. No creo que viera con buenos ojos mi muerte.

Cuando Marina, Roberto, Günter, Hugo, Clara y Thôr Aer llegaron, Sylvia volvió a contar la situación. Poco después apareció Harry con sus dos guardianes y nuevamente hubo que contarlo todo.

—Deben estar locos o ser muchos si pretenden acabar conmigo, —susurró Thôr Aer enfadada—. ¿Qué hacemos para evitar una emboscada por la noche? Nos refugiamos todos en una habitación y nos turnamos por si intentan entrar.

—Dejadme a mí. Como debo quedarme después de vuestra marcha, quizás podría comunicárselo en privado al Gran Maestre. Si no puedo, se lo comunicaré a Theodor. Confío totalmente en él, no querrá dañarme de ningún modo —el razonamiento de Sylvia parecía ser consistente.

—A ti solo te van a secuestrar. ¿Y si Theodor fuera uno de los traidores? —argumentó para sorpresa de todos Günter con un razonamiento bastante bueno.

—Si Theodor es uno de los traidores, me convertiré en tu esclava sumisa. Hasta ese punto confío en Theodor —se mostró tajante Sylvia mientras Günter se relamía.

—¿Para siempre? ¿Podré obligarte a realizar lo que quiera y podré hacer contigo lo que quiera? —las preguntas de Günter la hicieron dudar. Realmente nunca había pasado un límite, pero siempre parecía dispuesto a destruirla.

—Supongo que no podemos confiar en nadie, pero si no podemos confiar en nuestros tutores, ni en los Grandes Maestres, ¿podemos estar a salvo? —la pregunta de Sylvia les dejó a todos rumiando su respuesta—. Me da igual si finalmente caigo en una trampa, pero he decidido confiar en Theodor, Anton, Sigfried, Lysandra, Lyanna y cada uno de los sentados en esta mesa. Incluido en ti, Günter. Estoy segura de que disfrutarías torturándome y quizás matándome, pero de igual modo te conozco lo suficiente para saber que no permitirás hacer eso a alguien que no seas tú.

Günter le dedicó una sonrisa maliciosa a las últimas palabras de Sylvia. Los demás guardaron silencio tratando de asimilar la información. Poco a poco, todos decidieron dejar el tema hasta la cena en manos de Sylvia. Después de cenar, deberían tomar una decisión para preservar su seguridad.

En la mente de Sylvia, Frederick y Tirnel Estel eran conscientes de ser los más vulnerables. El castigo de Sylvia la ponía en estado de máxima vulnerabilidad. La comida transcurrió con una sensación de tensión compartida.

Sylvia esperó a verlos salir antes de poner en funcionamiento el reloj de arena. Aunque realmente su intención era esperar a ver si podía coger al Gran Maestre antes de salir. El comedor se iba vaciando poco a poco, pero cuando Antón se levantó, aún quedaban demasiados. Sylvia corrió hasta alcanzar al Gran Maestre, quien iba acompañado de la Gran Maestre Morwen. Ambos Grandes Maestres la miraron.

—¿Algún problema, Sylvia? —preguntó Morwen.

Sylvia analizó a la Gran Maestre. Ella le había aterrorizado y metido prisa. ¿Podía estar detrás de esa trampa? No, parecía genuinamente preocupada por el retraso. Con sumo cuidado eligió las palabras para no levantar sospechas. —Estoy teniendo una crisis espiritual, necesito hablar en privado con vosotros para no cometer otra idiotez y volver a ser castigada. Mi vida estaría en peligro si mi castigo se vuelve aún más duro.

Antón no pareció entender muy bien el mensaje oculto en las palabras de Sylvia, pero Morwen sí pareció entender el mensaje. —¿Te vale si vamos los cinco al templo de Nerthys? Es el más apartado y pocos se acercan a él.

Sylvia asintió a las palabras de Morwen y los cinco salieron en dirección al templo de Nerthys.

En el camino, Sylvia sintió una mezcla de ansiedad y esperanza. El templo de Nerthys, con su atmósfera sombría y su historia de secretos, le parecía el lugar adecuado para esta conversación delicada. Frederick y Tirnel Estel caminaban a su lado, sus expresiones serias y vigilantes. Morwen y Antón lideraban el grupo, sus rostros impenetrables pero atentos.

Al llegar al templo de Nerthys, Sylvia notó cómo el ambiente cambiaba. Las sombras se alargaban y la temperatura parecía descender, como si la misma presencia de la diosa de la muerte influyera en el entorno. Entraron en el templo, donde la luz de las antorchas creaba un juego inquietante de luces y sombras en las paredes de piedra.

—Bien, Sylvia, estamos aquí. ¿Qué es tan urgente que necesita ser discutido en privado? —preguntó Antón, su voz reverberando en el espacio cavernoso del templo.

Sylvia tomó un profundo respiro antes de comenzar. —Esta mañana, mientras trabajaba, escuché una conversación entre dos personas. Están planeando liberar a Evildark y Sarah. Hablaron de eliminar a los guardianes y secuestrarnos a nosotros cuatro. No pude ver quiénes eran, pero sus voces eran claras y la amenaza es real.

Morwen y Antón intercambiaron una mirada seria. Frederick y Tirnel Estel se mantenían cerca de Sylvia, listos para intervenir si fuera necesario.

—¿Estás segura de lo que oíste? —preguntó Morwen, su voz baja pero firme.

—Sí, completamente segura. No pude verles las caras, pero sus voces eran claras. Necesitamos descubrir quiénes son los traidores y detenerlos antes de que puedan actuar —respondió Sylvia, su determinación evidente.

Antón asintió lentamente, procesando la información. —Si lo que dices es cierto, estamos ante una amenaza grave. Debemos actuar con cautela y discreción. No podemos permitir que el pánico se extienda entre los habitantes del monasterio.

—Debemos fortalecer la vigilancia y asegurarnos de que los viajeros y sus guardianes estén protegidos en todo momento. Sylvia, has hecho bien en informarnos. Tu valentía y determinación son admirables —añadió Morwen, su tono más suave y comprensivo.

Sylvia sintió un alivio palpable al escuchar las palabras de Morwen. Sabía que había hecho lo correcto y que ahora tenían la oportunidad de protegerse mejor.

—Gracias, Morwen. Gracias, Antón. Confío en que tomarán las medidas necesarias para mantenernos a salvo —dijo Sylvia, su voz llena de gratitud.

—Lo haremos, Sylvia. Ahora, empecemos a implementar un plan de acción. No dejaremos que los traidores se salgan con la suya —dijo Antón con determinación.—Ahora seguid con la forma normal de proceder, después de cenar id todos al templo de Tasares. Para no levantar sospecha que primero vayan Harry, Roberto y Marina con sus guardianes. Tú esperaras a contar mil como llevas haciendo el último mes y pico. No debéis comunicar nada a nadie. Ni a Theodor. Morwen y yo meditaremos quienes son los sacerdotes dignos de confianza y organizaremos vuestra seguridad.

Silvia, Tirnel Estel y Frederick salieron del templo de Nerthys, sus pasos resonando en el suelo de piedra. Mientras caminaban hacia el templo de Olpao, Sylvia sintió una terrible opresión en el alma. Las cosas no estaban bien, ¿Cómo podrían asegurar la vida de todos sin saber quienes eran los traidores?

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Morwen y Antón observaron como abandonaban el templo los tres jóvenes antes de romper el silencio.— ¿Confías en todas tus sacerdotisas? — Preguntó Antón, ante lo cual Morwen negó con la cabeza. — Sylvia ha dicho una voz masculina y otra femenina. La putrefacción está en las dos órdenes. ¿En qué sacerdotes podemos confiar para tomar la decisión?

—¿Podemos confiar entre nosotros?—Contesto Morwen dejando escapar un suspiro— Sin embargo debemos sacarlos de aquí y deben ir acompañados de varios sacerdotes. Sus entrenamientos no están completos.

Antón pensó el número mínimo de sacerdotes necesarios. — Debemos confiar al menos en tres. — Morwen asintió, estaba pensando en lo mismo el grupo mínimo y los sacerdotes necesarios para su educación. — Un sacerdote de Olpao, uno de Tasares y otro de Veltara.

—¿Confiamos en la experiencia o mejor la juventud?—Morwen no quería expresar su idea. Ella apostaba por la juventud, pues quitando honrosas excepciones como Sigfried pocos sacerdotes de la orden de la rosa ensangrentada estaban en condiciones de hacer un viaje con el invierno tan cerca. Mucho menos si en ese viaje o ya asentados debían combatir.

Antón meditaba pensando en sus sacerdotes y sabía cual era la decisión obvia. — Me duele reconocerlo, pero el peso será de la orden del fuego purificador. Sigfried es posiblemente el mejor guerrero para enviar, pero da más importancia al entrenamiento del combate que el sacerdocio y no debemos olvidar que Roberto es sacerdote, por lo cual debemos decantarnos por Lysandra, posiblemente esté preparada también para formar a Marina. Me gustaría mandar a Theodor por Sylvia, pero dada su edad creo que Seraphina debe ocupar su puesto. Si he dicho que Theodor debería ir por Sylvia, entonces Lyanna debería ir por afinidad con Harry en detrimento de Thalor. Por último creo que tú deberías ir con ellos.

Morwen lo miró sorprendida. — ¿Yo al mando? Si desaparezco con varias de mis sacerdotisas pueden caer sobre ti sospechas de un golpe para hacerte con las dos órdenes. Por otro lado creo que tanto Lysandra como Sigfried deben ir. Son dos grandes guerreros y no me gustaría abrir el abanico a más soldados para proteger al grupo.

Antón meditó la respuesta. — Dejar el monasterio sin ninguno de los dos sacerdotes principales de Tasares me parece arriesgado, pero puede ser necesario como dices. En cuanto a mandarte a ti eres la única capaz de desplazarte por el mundo de los muertos usando los atajos entre templos de Nerthys. De ese modo considero la mejor forma de mantener el contacto con el grupo de viajeros cuando se hayan establecido en un punto seguro. De igual manera si recuperamos otro viajero podrías venir por este.

Morwen miró con verdadera reverencia a Antón. Bien sabía de la importancia de los viajeros y estaba poniendo a seis de ellos en sus manos. Cuando estos estuvieran preparados ella los podría usar para dar un golpe en las dos órdenes y hacerse con el poder absoluto. A pesar de todos esos peligros Antón ponía por delante la seguridad de los viajeros a la suya propia. — ¿Y dónde sería el refugio?

— Había pensado en el antiguo monasterio de la isla de la sangre.

— ¿El monasterio de la isla de la sangre? — Morwen conocía aquél monasterio muy bien.

Había dejado de estar en uso hacia unos cien años. Cuando el Rey Carlos el loco había ordenado sacrificar a todas las monjas del fuego purificador de ese monasterio. — Lo sé, Morwen, sé que después de aquellos acontecimientos ese monasterio fue abandonado por vuestra orden, pero aún tenéis la propiedad de él y con los rumores de estar maldito y estar encantado nadie se ha atrevido a asentarse en el.

Morwen suspiró ante la idea de ir a aquel monasterio. Fue aquel acontecimiento el que hizo que una sacerdotisa de Nerthys hubiera estado como gran maestre en el fuego purificador desde ese día en lugar de una sacerdotisa de Elyndor. Dios al cual le dieron la espalda. — Nos reuniremos con los implicados y partiremos esta misma noche. Yo me encargo de hablar con mis sacerdotisas, habla con Sigfried y organiza lo necesario para tener cinco carros para las provisiones con sus bueyes, si alguna es una vaca no estaría mal, entre nueve y catorce caballos y por supuesto las provisiones para llegar allí. Esperemos que el monasterio aún pueda albergarnos a los diecinueve cuando lleguemos.