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Chapter 31 - 31. El Ritual de Aurelia Vicus

El sol brillaba intensamente en el cielo, apenas había pasado su cénit. Aurelia Vicus, la pequeña aldea afectada por la plaga, se encontraba en un inquietante estado de espera. Las casas de adobe con techos de paja parecían agobiadas por la enfermedad que había afectado a sus habitantes. La aldea estaba rodeada por una empalizada de madera, la cual formaba un perfecto círculo que pretendía ofrecer protección, pero ahora parecía más una barrera que mantenía dentro la desesperación y el miedo.

Las calles, habitualmente bulliciosas, estaban ahora desiertas, solo ocasionalmente cruzadas por figuras sombreadas que se movían con cautela, sus rostros marcados por la preocupación y el miedo. Los habitantes, en su mayoría enfermos o cuidando de los enfermos, miraban con desconfianza desde las ventanas o se mantenían escondidos tras las puertas entreabiertas.

Morwen, Seraphina, Lysandra, Lyanna y Sylvia avanzaban con paso firme y decidido hacia el centro del pueblo. El soldado que las acompañaba iba un poco por delante, señalando el camino. A su alrededor, las miradas de los aldeanos seguían cada uno de sus movimientos con una mezcla de esperanza y miedo. Padres mantenían a sus hijos cerca, mientras algunos ancianos murmuraban oraciones en voz baja. El ambiente era denso, cargado de una tensión palpable que se extendía como una niebla invisible.

El soldado se detuvo en la plaza central, donde el sol aún brillaba intensamente. Volviéndose hacia las sacerdotisas, habló con voz grave.

—Nos reuniremos con los voluntarios aquí. Están listos y esperando.

Morwen asintió, sus ojos recorriendo el espacio con una mezcla de evaluación y empatía. Podía sentir el peso de las miradas y la carga de la responsabilidad sobre sus hombros. Dirigió una mirada firme a sus compañeras, buscando infundirles ánimo y determinación.

—Este es el momento para el que nos hemos preparado —dijo, su voz clara y llena de convicción—. Los aldeanos cuentan con nosotras. Debemos mantener la calma y enfocarnos en nuestras tareas. Cada una de nosotras tiene un papel crucial en este ritual. Recordad la importancia de nuestras acciones y la esperanza que traemos con nosotras.

Seraphina, Lysandra, Lyanna y Sylvia asintieron, sus rostros reflejando una mezcla de nerviosismo y resolución. Sylvia, en particular, sentía el peso de la responsabilidad, pero también la fortaleza que sus compañeras le transmitían. Inspiró profundamente, buscando serenidad en el caos de sus pensamientos.

El soldado, viendo la determinación en los ojos de las sacerdotisas, sintió una chispa de esperanza encenderse en su interior. —Voy a buscar a los voluntarios. Esperad aquí.

Mientras se alejaba, Morwen y las demás se dispusieron a preparar mentalmente lo que estaba por venir. Los aldeanos comenzaban a acercarse cautelosamente, formando un círculo alrededor de la plaza. Había una mezcla de expectación y temor en el aire, y las sacerdotisas podían sentir la presión de las vidas que pendían de un hilo.

Morwen se volvió hacia Sylvia y le dio un apretón en el hombro. —Confío en ti. Todos lo hacemos. Sylvia asintió, encontrando en las palabras de Morwen la fuerza que necesitaba. —No les fallaremos —dijo, con voz firme.

En ese momento, el soldado regresó acompañado por los cinco voluntarios, cada uno con una expresión de serena resolución en sus rostros. La plaza central de Aurelia Vicus se convirtió en el escenario de una batalla silenciosa, donde la fe y la desesperación se encontraban cara a cara en la víspera de un ritual que decidiría el destino de todos.

El soldado regresó a la plaza central acompañado por cinco personas. Los aldeanos observaban en silencio, algunos con lágrimas en los ojos, otros murmurando oraciones. Entre los voluntarios había cuatro aldeanos y el propio soldado. Cada uno de ellos llevaba en el rostro una expresión de serena resolución, una mezcla de miedo y valentía que solo quienes han aceptado su destino pueden mostrar.

El primer voluntario era un hombre mayor, con la piel curtida por años de trabajo bajo el sol. Sus ojos reflejaban una profunda tristeza, pero también una firme decisión. Se llamaba Gregor, y había decidido ofrecer su vida para que sus nietos pudieran tener un futuro. A su lado, una mujer de mediana edad, Marta, con el rostro marcado por el dolor de perder a su hijo pequeño a causa de la plaga. Ella se había ofrecido con la esperanza de que su sacrificio pudiera salvar a los hijos de otros.

El tercero era un joven de apenas veinte años, llamado Leo. Sus manos temblaban ligeramente, pero sus ojos brillaban con determinación. Había perdido a su madre y a su hermana en la plaga, y no podía soportar ver sufrir a su padre y a sus amigos. El cuarto voluntario era una anciana llamada Agnes, cuya vida había sido dedicada a cuidar de los huérfanos del pueblo. Con su sacrificio, esperaba que los niños que ella cuidaba pudieran tener una oportunidad de vivir.

El soldado, cuyo nombre era Marcus, era el último voluntario. Su rostro estaba serio, pero sus ojos mostraban una profunda resolución. Había crecido en Aurelia Vicus y conocía a cada uno de los aldeanos. Se había ofrecido para asegurar que su aldea pudiera sobrevivir a esta tragedia.

Morwen se acercó a los voluntarios, su rostro lleno de gratitud y solemnidad. Los miró a los ojos, uno por uno, reconociendo el coraje que cada uno de ellos mostraba.

—Gracias por vuestro sacrificio —dijo con voz firme, aunque sus ojos mostraban la emoción que sentía—. Vuestro valor y generosidad no serán en vano. Nos aseguraremos de que vuestro sacrificio traiga la salvación a este pueblo.

Gregor asintió, su voz resonando con una tranquilidad inesperada. —Hemos vivido nuestras vidas, y si nuestra muerte puede traer vida a otros, entonces estaremos en paz.

Marta, con lágrimas en los ojos, sonrió débilmente. —Hacedlo rápido, por favor. No temo a la muerte, pero temo dejar a mi hija sola por mucho tiempo.

Leo miró a Sylvia, sus ojos llenos de una mezcla de miedo y esperanza. —Por favor, salvad a mi padre. Es lo único que os pido.

Agnes, con una voz suave pero decidida, habló directamente a Seraphina. —He cuidado de los niños de esta aldea toda mi vida. Mi único deseo es que ellos vivan y prosperen.

Marcus, el soldado, se mantuvo en silencio, pero su firme postura decía más que mil palabras. Morwen le dirigió una mirada de respeto y aprecio. —Tu valentía es un ejemplo para todos nosotros, Marcus. No olvidaremos lo que haces hoy.

Las sacerdotisas intercambiaron miradas, cada una sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Sabían que el éxito del ritual dependía no solo de su habilidad, sino también de la fuerza de voluntad y el sacrificio de estos cinco valientes voluntarios.

El ambiente en la plaza era solemne, lleno de una mezcla de tristeza y esperanza. Los aldeanos observaban en silencio, algunos sollozando, otros con las manos juntas en oración. La escena estaba cargada de una tensión casi palpable, mientras todos esperaban el inicio del ritual que decidiría el destino de Aurelia Vicus.

El lugar para el ritual comprendía justo el exterior del pueblo de Aurelia Vicus, un espacio abierto donde se podía tener una vista clara del cielo y las murallas del pueblo. El sol, aún alto en el cielo, proyectaba sombras sobre la empalizada de madera que rodeaba el pueblo en un círculo perfecto. Los aldeanos, aunque enfermos y debilitados, habían ayudado a las sacerdotisas a despejar el área, removiendo cualquier obstáculo que pudiera interferir con el ritual.

Morwen, Seraphina, Lysandra, Lyanna y Sylvia se pusieron a trabajar con diligencia. El primer paso fue trazar un gran pentágono en el suelo, utilizando cuerdas gruesas para marcar cada lado con precisión. Cada vértice del pentágono tenía un círculo de dos metros de diámetro centrado en él. Alrededor de cada círculo, las sacerdotisas dibujaron runas antiguas con polvo de tiza mezclado con hierbas sagradas, creando patrones intrincados que brillaban bajo la luz del sol.

Seraphina y Sylvia trabajaban juntas en el círculo más cercano a la entrada del pueblo. Seraphina se inclinó sobre el suelo, trazando cuidadosamente las runas mientras hablaba con Sylvia.

—Recuerda, Sylvia, cada palabra debe ser pronunciada con precisión. Cualquier error podría tener consecuencias graves —dijo Seraphina con voz firme pero comprensiva.

Sylvia asintió, repitiendo las frases en la lengua antigua bajo su respiración. —Magna Nerthys, custos alterius mundi...

—Bien, sigue practicando. Necesitamos que estés completamente segura cuando llegue el momento —Seraphina le dio una palmadita en el hombro antes de continuar con su trabajo.

Mientras dibujaba las runas en su círculo, Morwen cerró los ojos por un momento, permitiéndose un breve instante de reflexión. En su mente, repasaba las muchas veces que había liderado rituales similares, aunque ninguno tan crucial como este. Sabía que sus habilidades eran sólidas, pero también entendía la naturaleza caprichosa de Nerthys.

—Por favor, guíanos en este esfuerzo, Nerthys. Permítenos salvar a estos inocentes —murmuró en voz baja, antes de volver a su trabajo con renovada determinación.

Lysandra, en otro vértice del pentágono, recordaba los combates en los que había participado, donde había tenido que tomar vidas para proteger las de otros. Sabía que el sacrificio era una parte necesaria de su deber, aunque nunca dejaba de ser un peso en su conciencia.

—Espero que estos sacrificios traigan paz y sanación —pensó, mientras trazaba una runa especialmente compleja con manos firmes.

Lyanna, a su lado, también reflexionaba. Había participado en rituales de menor escala, pero este era, con mucho, el más grande y significativo. Sentía el peso de la responsabilidad y la presión de no fallar.

—Veltara, dame la fuerza y la sabiduría para cumplir con este ritual —oró en silencio, sus dedos moviéndose con precisión sobre el suelo.

Sylvia, por su parte, luchaba con un conflicto interno. Jamás había matado a nadie, ni en combate ni en rituales, y la idea de sacrificar a uno de los voluntarios le producía una gran repulsión. Sabía la importancia del ritual y la necesidad del sacrificio, pero no podía evitar el nudo en su estómago.

—Sylvia, ¿estás bien? —preguntó Seraphina, notando la palidez en el rostro de la joven sacerdotisa.

—Sí, solo... nunca he hecho esto antes. Nunca he tenido que... —Sylvia hizo una pausa, incapaz de terminar la frase.

Seraphina la miró con comprensión. —Es normal sentirse así. La primera vez siempre es la más difícil. Pero recuerda, estamos haciendo esto para salvar vidas. Su sacrificio no será en vano.

Sylvia asintió, intentando calmar su mente y corazón. —Lo sé. Solo... necesito un momento.

Seraphina le dio un momento de privacidad, permitiendo que Sylvia se arrodillara junto a su círculo, cerrando los ojos y respirando profundamente. Sylvia sabía que debía superar su miedo y repulsión para completar el ritual. Con los ojos cerrados, visualizó las caras de los aldeanos enfermos y la esperanza en sus ojos. Esa imagen le dio la fuerza que necesitaba.

—Estoy lista —dijo finalmente, abriendo los ojos con determinación renovada.

Morwen, Seraphina, Lysandra, Lyanna y Sylvia se posicionaron en cada uno de los círculos de sacrificio con una de las víctimas, listas para comenzar el ritual. El ambiente estaba cargado de tensión y solemnidad, pero también de una firme resolución. Las sacerdotisas sabían que el destino del pueblo de Aurelia Vicus dependía de ellas, y estaban dispuestas a darlo todo para asegurar su éxito.

Sylvia tembló al arrodillarse junto a Marcus. Desde su posición, podía ver la entrada al poblado, las murallas y a Morwen y Seraphina arrodilladas en sus círculos.

Marcus la miró tumbado en el suelo con el torso desnudo. —No dudes, cuando te toque matarme apuñala aquí con todas tus fuerzas —dijo, indicándole el hueco entre las costillas, para que la daga penetrara más fácilmente y pudiera alcanzar el corazón de forma rápida.

—Nunca he matado a nadie. Sé que debo hacerlo o pondré todo en peligro, pero mi estómago... —Sylvia no terminó la frase, su mente era una feroz lucha entre salir corriendo y cumplir con su deber.

—¿Necesitas que te ayude a apuñalarme? —preguntó Marcus. Sylvia quedó sorprendida por la entereza del soldado ante su inminente muerte—. Mi muerte salvará a muchos. No dudes, yo estoy agradecido de con mi vida salvar a un montón de amigos y conocidos.

Sylvia miró a Morwen esperando la señal. —Gracias por dar tu vida y tu apoyo. Trataré de no dudar y no cometer ningún error —contestó finalmente a Marcus.

Miró como Morwen inclinaba su cabeza y comenzaba las plegarias, era el inicio del ritual. No cabía momento para la duda. Sylvia también inclinó la cabeza y comenzó con la plegaria. El viento comenzó a rugir cuando la letanía de las sacerdotisas y Sylvia daban sus primeras palabras.

El cielo se tornó de color púrpura mientras nubes negras se formaban. Las cinco sacerdotisas sentían cómo el viento azotaba sus cuerpos mientras sus voces no paraban de recitar el ritual. El espectáculo era de una magnitud impresionante. Rayos de luz de diferentes colores atravesaban las nubes negras, creando un caleidoscopio en el cielo, mientras otros caían a escasos metros de las sacerdotisas.

Cuando las dagas de las sacerdotisas se hundieron en los corazones de los sacrificios, una dimensión irreal rodeó a las sacerdotisas. Morwen y Sylvia ya habían estado juntas en esa dimensión varias veces. Era el mundo de los muertos. Sylvia temblaba pensando si habrían fallado en el ritual, pero aún quedaban plegarias por recitar y no iba a detenerse.

Al terminar el ritual, solo Sylvia se quedó en esa realidad. El ritual había funcionado, pero las miradas de Seraphina y Morwen se volvieron hacia donde debía estar Sylvia. Un círculo de cinco metros de una oscuridad impenetrable rodeaba el lugar de sacrificio de la joven elfa. Ambas corrieron hacia el círculo.

—No te acerques más —gritó Morwen a Seraphina, que se detuvo a escasos pasos de la columna de oscuridad—. Es el reino de los muertos —terminó de advertir.

—¿No podemos hacer nada? —preguntó Seraphina mientras Lysandra y Lyanna también llegaban hasta ellas.

Morwen negó con la cabeza, esa no era parte del ritual. Solo podía significar que Nerthys estaba aún decidiendo si el sacrificio le complacía. —Puedo tratar de entrar, pero interferir en un juicio de Nerthys es peligroso. Solo nos queda esperar. Cuando la oscuridad desaparezca, veremos si también ha tomado la vida de Sylvia o la ha indultado.

Mientras tanto, Sylvia se encontraba atrapada en la dimensión de los muertos. A su lado, el cuerpo sin vida de Marcus y su espectro se mantenían en una inquietante quietud. Delante de ella, una figura femenina flotaba, irradiando una energía sobrecogedora que hacía que el aire vibrara.

El corazón de Sylvia latía con fuerza, cada pulso resonaba en sus oídos como un tambor de guerra. La figura de la mujer, imponente y etérea, se acercó lentamente. Sus ojos, profundos y oscuros como el abismo, parecían escrutar el alma de Sylvia.

—Interesante... muy interesante —dijo la figura con una voz que resonaba como un eco interminable en la mente de Sylvia—. ¿Por qué no me sirves?

—Sirvo a Olpao... —murmuró Sylvia, su voz temblando. Intentaba mantener la compostura, aunque su cuerpo entero temblaba de miedo—. ¿Eres Nerthys?

La mujer sonrió, una expresión que mezclaba diversión y amenaza. —Sí, soy Nerthys, la diosa del inframundo. —La simple mención de su nombre hizo que Sylvia cayera de rodillas, pegando la cara contra el suelo en un intento de mostrar reverencia—. Olpao no es nada comparado conmigo. Sírveme y te salvarás.

Sylvia levantó la cabeza con cautela, sus ojos llenos de terror y duda. —Pero... sirvo a Olpao. No puedo servir a la vida y a la muerte al mismo tiempo. —¿De verdad estaba discutiendo con una diosa? Sylvia se golpeó mentalmente por su atrevimiento—. Lo siento, mis disculpas. Usted es una diosa, posiblemente la más grande, y yo soy solo una simple mortal...

Nerthys la miró con una mezcla de diversión y amenaza. —¿Y si sirves a ambos? —En ese momento, otra figura apareció a la izquierda de Sylvia. Era Morwen, quien acababa de entrar en el reino de los muertos justo a tiempo para oír la propuesta de Nerthys—. Llegas en un buen momento, Morwen. Habéis estado entrando las dos en mis dominios. Si queréis salir de aquí, Sylvia debe servirme también.

Sylvia sintió que el pánico se apoderaba de ella. No solo su vida estaba en juego, sino también la de Morwen. —Acepto serviros a ambos. Espero no ganarme el desprecio de Olpao.

Nerthys sonrió, aterrorizando aún más a Sylvia. —Tranquila, mientras nos sirvas a los dos con devoción, no habrá problemas. No defraudes a ninguno de nosotros, Sylvia.

Poco a poco, la visión de Nerthys comenzó a desvanecerse, y Sylvia sintió que regresaba a la realidad. El sol ya se había ocultado cuando ella y Morwen volvieron del mundo de los muertos. Sylvia observó el cadáver sin vida de Marcus junto a ella, le dedicó una oración a Nerthys por su alma y le cerró los párpados. A su alrededor, solo recibía muestras de alegría.

Una representación de los aldeanos estaba allí y cogieron el cuerpo de Marcus de entre sus manos. Se habían encargado de preparar con mucho respeto cinco piras funerarias para cada uno de los sacrificios. Ya solo faltaba por colocar a Marcus y oficiar su funeral.

Morwen ayudó a levantarse a Sylvia y la abrazó con fuerza. —Ya todo ha pasado. Lo has hecho muy bien.

Sylvia rompió finalmente a llorar tras escuchar las palabras de la gran maestre. Seraphina intentó acercarse, pero con un gesto de su mano la detuvo Morwen. Todas querían saber qué había ocurrido y, en mayor o menor medida, estaban preocupadas por la elfa. Morwen la pasó a los brazos de Seraphina tras unos minutos.

Morwen no quería regresar muy tarde junto a la caravana, pues sabía de la preocupación por ellas. Se dirigió a los representantes del pueblo, preguntando si todos se habían curado y anunciando que ella oficiaría el funeral como sacerdotisa de Nerthys.

Mientras los aldeanos se reunían, uno de ellos dio un paso adelante, una mezcla de alivio y gratitud en sus ojos. —Sí, todos hemos sido curados. Gracias a vosotras, la plaga ha desaparecido.

Morwen asintió, con una mezcla de cansancio y satisfacción. —Entonces, procedamos con el funeral.