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Chapter 26 - Operación Aurora

28 de agosto, Cuartel Johanson III, Hannoria.En la vasta plaza central, el silencio de la madrugada se veía interrumpido por el murmullo de miles de soldados, todos ellos alineados en perfecta formación. Las antorchas dispersas por la plaza proyectaban sombras danzantes sobre las paredes de hierro, mientras la luz artificial se filtraba entre las ventanas, pintando todo con un tono plateado.En el centro de la plaza, los Erradicadores se destacaban entre la multitud con sus imponentes armaduras, su presencia exudando poder y superioridad. Anna, Chloe y Paulo se erguían en lo alto de una plataforma elevada, rodeados por una aura de grandeza y dominio.—Hermanos y hermanas —resonó la voz de Anna, cortante como el filo de una espada—, ante nosotros se despliega la senda hacia la conquista. Nueva Alberta caerá ante nuestra voluntad implacable. Cada uno de ustedes es un soldado elegido, una manifestación de la supremacía de Hannoria.—Nuestro enemigo es fuerte, pero nosotros somos invencibles —agregó Paulo, su voz resonando con autoridad—. Hoy, nos alzaremos como titanes sobre la faz de la tierra, y Nueva Alberta se postrará ante nuestro dominio.— Cada uno de ustedes es un guerrero supremo, una encarnación de la voluntad del emperador. —intervino Chloe, su tono frío como el hielo— Les ordeno que hagan valer su vida y si es necesario la sacrifiquen por el imperio.Mientras los soldados asentían con solemnidad, Matteo emergió de las puertas del palacio, su figura imponente se alzaba como una llama rojiza.Sin embargo, en medio de esa demostración de poderío, un soldado mal formado, incapaz de mantenerse firme en la formación, atrajo la ira de Matteo. Con un gesto de desprecio, sacó un revólver y disparó al soldado en el pecho, silenciando cualquier protesta con un solo acto de crueldad.El estruendo del disparo resonó en la plaza, seguido de un silencio aún más profundo. Los soldados miraron con horror al caído, mientras Matteo, con una sonrisa gélida en los labios, avanzó hacia el cuerpo inerte. Se inclinó sobre el soldado con desdén, su rostro iluminado por una mirada de supremacía.—¿Acaso dije que podían descansar, soldados? —tronó Matteo, con su voz llena de desprecio—. ¡Patético! La imperfección no tiene lugar entre los elegidos de Hannoria. Su incompetencia humana mancilla mi divinidad, ensucia mi magnificencia. ¡No soportaré a los humanos que no entienden su lugar!Con un gesto de su mano enguantada, ordenó a sus guardias que retiraran el cuerpo del soldado caído. El aire se cargó con una tensión palpable, mientras los soldados observaban en silencio, conscientes del destino que les aguardaba si no estaban a la altura de las expectativas de Matteo.Bajo la luz mortecina de la madrugada, la plaza se convirtió en un campo de juicio implacable, donde solo los más fuertes y perfectos sobrevivirían. Y en medio de todo, Matteo se erigía como el juez y verdugo de la perfección, dispuesto a eliminar cualquier rastro de debilidad de las filas de Hannoria. Con un gesto majestuoso, se dirigió a la multitud con un aire de grandiosidad indiscutible, su voz resonando con un poder sobrenatural.—¡Soldados de Hannoria! —bramó Matteo, su voz atronadora llenando la plaza—. Yo, Matteo, su líder supremo, los guiaré hacia la victoria final. ¡Que el terror y la destrucción sean nuestros estandartes, y que ningún alma se atreva a desafiar nuestro dominio!Con un rugido de aclamación, los soldados levantaron sus armas al cielo, listos para marchar hacia la batalla que les esperaba. En ese momento, cinco escuadrones, dirigidos por Anna y equipados con los destructores nocturnos NH-45, se alzaron en el cielo oscuro, listos para desatar el infierno sobre el área 4 de las defensas de Mifdak. Las luces de los helicópteros iluminaban la plaza con destellos intermitentes, creando una atmósfera surrealista y tensa.Con su llegada a la frontera, el infierno se desató cuando las defensas de Mifdak contraatacaron con una ferocidad inesperada. Las explosiones arrancaban miembros y destrozaban cuerpos, creando un paisaje dantesco de horror y sufrimiento. Los soldados de Hannoria caían en masa, sus gritos de agonía se mezclaban con el estruendo de la batalla.En medio del caos, los Erradicadores avanzaban como demonios encarnados. Matteo, con una risa macabra en los labios, blandía su espada con una destreza mortal, cortando a través de sus enemigos como si fueran papel. Cada golpe era una danza de muerte, cada corte dejaba a su paso un rastro de destrucción y desolación.Anna, con sus ojos ardientes de furia, saciaba su ira sobre los soldados enemigos, aplastando sus cabezas contra el asfalto, como si fueran insectos. Los cuerpos caían al suelo, convulsionando en espasmos grotescos antes de quedar inmóviles para siempre.Al cruzar la frontera y adentrarse en la ciudad, los Erradicadores desataron un macabro festín de violencia y mutilación. Las calles se convirtieron en un campo de batalla donde cada paso era una lucha por la supervivencia. Los enemigos, al ver la marca de los Erradicadores en sus brazos, caían de rodillas, suplicando piedad que nunca llegaría.Los Erradicadores, con su sed insaciable de sangre, perseguían a los supervivientes sin descanso. Cada callejón oscuro era una trampa mortal, cada edificio en ruinas escondía un enemigo acechante. No había escapatoria para aquellos que se atrevían a desafiar el poder de Hannoria.Y en medio de la carnicería, los Erradicadores se erguían como dioses de la guerra, su risa retumbaba en los oídos de los condenados, su mirada era la última imagen que verían antes de que la muerte reclamara sus almas para siempre.Chloe, con su sigilo letal, se movía entre las sombras, su cuchillo encontraba su objetivo con precisión milimétrica, cortando gargantas y desgarrando vientres con una frialdad inhumana. Cada vida que extinguía solo era un número más para ella.Paulo, con su mirada fría y calculadora, dirigía a las tropas con una eficiencia brutal. Sus órdenes eran ley, y aquellos que desobedecían pagaban el precio con sus propias vidas. No había espacio para la debilidad.Habían transcurrido cerca de cinco horas desde que la contienda estalló, aunque en el campo de batalla el tiempo parecía dilatarse en un eterno crepúsculo de horror. Los restos desgarrados de los caídos yacían esparcidos por el suelo, formando un paisaje de pesadilla que se extendía hasta el horizonte. La tierra estaba empapada con la sangre de los caídos, un río oscuro que serpenteaba entre los escombros y los cadáveres.