Habían transcurrido varios días desde la llegada de Hans y los capitanes a Boscovania. En ese tiempo, el estado psicológico de Hans se veía profundamente comprometido. La sombra de la muerte de Sammuelle aún se cernía sobre él, tejiendo una red de intranquilidad que oscurecía sus propósitos. Sus pensamientos, antes claros y definidos, ahora se veían envueltos en un manto de incertidumbre.Por otro lado, Beaumont encontraba un refugio seguro en la presencia de Hans. Tras meses de defender su país de los ataques constantes de la CSG, se sentía prevenido ante la posibilidad de una invasión. Sabía que Hans sería su mayor arma en la batalla por la victoria, un baluarte contra la marea de enemigos que amenazaba con desbordar sus fronteras.Julien Beaumont, una de las mentes más preclaras de la humanidad, destacaba como un joven erudito cuyos conocimientos trascendían las fronteras del mundo conocido. No solo había liderado una revolución tecnológica sin precedentes en su país, sino que también había instaurado un período de prosperidad inigualable en Boscovania. Un país que, milagrosamente, no dependía del comercio exterior para subsistir. Era una hazaña que desafiaba las leyes mismas de la economía global, y sin embargo, él lo había conseguido.30 de Agosto, Parlamento Guizé, Nasiria.El salón del parlamento, impregnado de un silencio pesado, roto solo por el murmullo tenso de los legisladores que ocupan sus asientos. Las paredes de mármol, adornadas con retratos de líderes. La luz tenue que filtra a través de las ventanas altas se refleja en el suelo de madera pulida, creando destellos irregulares que resaltan la solemnidad del momento.Los asientos de cuero desgastados por años de uso se alinean en filas ordenadas, cada uno ocupado por un legislador ansioso, algunos con expresiones relajadas, otros con rostros tensos y ceños fruncidos. El aire está cargado con una mezcla de nerviosismo, anticipación y desconfianza, creando una sensación casi tangible de electricidad en el ambiente.En el estrado, el presidente del parlamento se yergue con una compostura impasible, sus ojos escudriñando con atención a los líderes reunidos a su alrededor. Su semblante refleja una determinación férrea, aunque una leve tensión se percibe en su postura, como si fuera plenamente consciente del peso aplastante de la responsabilidad que descansa sobre sus hombros en este momento crítico.—Mifdak ha caído; es un hecho que nos sitúa en la cúspide de este conflicto. Y pensar que hace apenas unos años creímos que esto llegaría a su fin... —expresa uno de los presentes, su voz cargada de desilusión, reflejando la frustración en su mirada.—La CSG nos ha convocado a esta asamblea con el objetivo de encontrar una solución a esta situación. Es cierto que hemos perdido una nación, como muchas otras que sucumbieron años atrás... Pero eso no nos ha detenido hasta ahora —responde el presidente de Valgránia, su voz resonando con autoridad y determinación, como un faro de esperanza en medio de la oscuridad que amenaza con envolverlos.A medida que la reunión avanza, los discursos se suceden con una intensidad creciente, cada palabra cargada de pasión, indignación o desafío. Los aplausos y abucheos irrumpen ocasionalmente, rompiendo el silencio con explosiones de emoción contenida. Los legisladores intercambian miradas de desafío y desdén, mientras se esfuerzan por mantener la compostura en medio de la creciente tensión.—Esto es ridículo. ¿Qué se supone que hagamos? —replica la coronel Dawood, su voz resonando con un tono de desesperación contenida—. ¡Han pasado 20 malditos años! ¿Cuánta sangre tiene que derramarse antes de que nos demos cuenta de que esta guerra carece de sentido? ¿A quién estamos protegiendo con esto? ¿A nuestra gente? ¡Tantos jóvenes que nunca volverán a abrazar a sus familias! Cargamos sobre nuestros hombros el peso de la culpa, la frustración, la impotencia de no poder hacer más que esperar un milagro. ¿Por qué seguimos aferrados a la idea de que algún día estaremos al nivel del imperio?Sus palabras resuenan en la sala, como un eco de la amarga realidad que enfrentan, desafiando el status quo con una valentía que corta como el filo de una espada.El reloj en la pared avanza implacablemente, marcando el paso del tiempo y aumentando la presión sobre los legisladores para llegar a un acuerdo. En cada rincón del salón, se siente el peso de la historia y la responsabilidad de tomar decisiones que afectarán el destino de naciones enteras. Entre la tensión que impregna el ambiente, las puertas se abren con un chirrido que sumerge el salón en un silencio expectante.—Señorita Dawood, ¿acaso está cuestionando las directrices de la CSG? —la voz, severa y autoritaria, corta el aire como un látigo, quebrando la quietud del momento—. Es decepcionante su forma de pensar. Debería reflexionar sobre lo que ha hecho usted en esta guerra. ¿Cree que su dios estaría orgulloso al ver a una mujer imprudente hablando de lo que desconoce? ¿He venido personalmente hasta Guizé para encontrarme con esta escena tan absurda? ¡Levántense y saluden a su general!Las palabras del recién llegado resuenan en el salón, cargadas de desdén y autoridad, desafiando cualquier atisbo de rebeldía con la fuerza de una orden militar.La tensión se apoderó del lugar, como una densa niebla que envolvía a todos los presentes, mientras la mirada de Voznikov penetraba en ellos como un aguijón cargado de rencor. Los legisladores, sintiendo el peso de su presencia, se ponen de pie y saludan con reverencia al mandatario.—General Voznikov... Pensé que estaba muerto. De haber sido así, esta reunión sería más llevadera —comenta Ahmad Al-Masri, presidente de Nasiria, entre una risa maquiavélica que resuena en el silencio tenso del salón—. Voznikov, ¿con qué derecho entra a mi salón presidencial a cuestionar las palabras de mi gente? Será mejor que se retire, aquí no están los jerarcas para protegerlo... Sabes a lo que me refiero.—No necesito de los jerarcas para asistir a una reunión donde yo soy el anfitrión —responde Voznikov, con una calma glacial que contrasta con la acidez de las palabras de Al-Masri—. No creas que porque estamos en tu país, estás a salvo de las normativas de la CSG... Después de darme cuenta de tu ridícula desesperación, no puedo hacer más que reírme.La confrontación entre ambos líderes llena el aire con una tensión palpable, como si en cualquier momento pudiera estallar en un conflicto abierto.La sensación de disgusto se extendió como una marea entre los presentes, sumiendo el ambiente en una nueva oleada de discusiones.—¡Retírese de inmediato! —ordena Amón, el hijo mayor de Ahmad, con una voz llena de autoridad y desafío.Voznikov truena los dedos y en un abrir y cerrar de ojos, soldados de la CSG irrumpen por las ventanas, apuntando con ferocidad a los presentes y tomando el control absoluto de la estructura del parlamento, dispuestos a hacer cumplir su autoridad con mano de hierro.—Dije que esta es mi reunión. ¡Así que ahora los invito a escucharme! —ordena Voznikov, su voz resonando con una autoridad que no deja lugar a dudas—. En primer lugar, es cierto que ahora no estamos al nivel del imperio, pero hubo un tiempo en que Hannoria no era más que un pequeño país al borde del colapso. Tan solo hace diez años que ha ocurrido esta inmensa diferencia de poder, y esto puede deberse a un factor externo que ninguno de ustedes ha considerado.Sus palabras retumban en el salón, silenciando momentáneamente las voces de disenso y llenando el aire con una tensión palpable, mientras todos los presentes esperan con anticipación su respuesta.— ¿Estás hablando de los erradicadores? —preguntó Amón, su voz resonando con incredulidad.—Aunque es cierto que son armas realmente poderosas, no conocemos cómo fueron creadas. Solo hay una pista. Aquello a lo que ustedes llaman las "Kub" es la respuesta al inmenso avance del imperio en tan corto tiempo —responde Voznikov con una seguridad indiscutible, sus ojos centelleando con determinación.—¿Las Kub? No seas ridículo. Estás hablando de mitos sin sentido —replica Amón, con un gesto de desprecio.—Bueno, ustedes las llaman Kub, nosotros les tenemos un nombre más preciso. Los cálices —declara Voznikov, su voz resonando con un tono de solemnidad—. Sin duda, son las armas con el poder necesario para erigir un imperio.Las palabras de Voznikov arrojan una nueva luz sobre la conversación, provocando murmullos de asombro y especulaciones entre los presentes, mientras todos intentan asimilar la revelación sobre el misterioso origen y poder de las "Kub" o "cálices".—Voznikov, comprendo tu punto de vista, pero las Kub han sido consideradas durante mucho tiempo como simples cuentos de hadas, incluso entre los más devotos de nuestra fe —interviene Amón, su escepticismo apenas disimulado en sus palabras—. ¿Cómo podrían ser estas supuestas lámparas divinas la clave para el avance del imperio? Es difícil para mí creer que algo tan mítico pueda tener un impacto real en el mundo que conocemos.—Es cierto que no son lámparas mágicas, ni contienen a ningún dios dentro de sí. Pero existen pruebas irrefutables de su existencia —responde Voznikov, su tono firme y convincente—. Cuando el imperio activó los campos de fuerza en Venturia, fuimos capaces de obtener una lectura de energía desconocida, una energía que hasta entonces solo se había registrado en territorio del imperio... Hasta ayer.—¿A qué te refieres con "hasta ayer"? —pregunta Ahmad, su interés palpable en sus palabras.—Boscovania, eso es todo lo que tengo que decir —responde Voznikov, con una misteriosa sonrisa que deja a los presentes con más preguntas que respuestas.