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Chapter 4 - 4

Me gusta pensar en estadísticas y datos innecesarios. En cualquier momento y con distintos grupos de personas. A veces solo me limito a prejuzgar, pero en otras ocasiones también pregunto, indago hasta obtener los datos. Por lo general la gente se sorprende cuando lo hago, pero siempre responden. Llevo un registro de los datos que voy actualizando. Hay algunos que me gustan más que otros; por ejemplo, en Córdoba Capital, nueve de cada diez personas mayores de veinticinco años han ordeñado una vaca alguna vez. Esta estadística la inicié hace un año, y surgió en un momento no tan oportuno. Estaba en una primera cita con una chica llamada Sol. Ya llevábamos dos horas sentados en el patio de un bar y me estaba empezando a aburrir. No era por ella, por lo general a las dos horas me aburro de hacer lo mismo y necesito algo distinto. Mientras me contaba una anécdota sobre su viaje de mochilera, me pregunté cómo debía haber sido en su infancia. Me imaginé a una niñata corriendo por el patio de una casa de tamaño modesto, con una gorra que le quedaba grande y que su madre la había obligado a usar para protegerse del sol de la siesta. Corrió hasta el fondo del patio, donde un alambrado separaba su terreno con el del vecino. Y ahí, del otro lado, había una vaca que la miraba jugar. Sol ya había terminado su anécdota y le estaba pidiendo a la moza otra cerveza. «¿Cuándo fue la última vez que vi una vaca en persona?», me pregunté mirando por encima de la cabeza de Sol a una pared blanca. Ella tomó su vaso para beber, pero a la mitad del trayecto se detuvo, me miró a los ojos y con una leve sonrisa me dijo:

—Sos muy lindo.

—Gracias… ¿Alguna vez ordeñaste una vaca? —le respondí.