Aunque volvíamos a vivir juntos, parecía que nos habíamos vuelto más indiferentes el uno al otro.
Una vez más, di por sentada la pasión de Edmond. Sentía su confusión, pero no podía obligarme a ser cariñosa con él.
Él no me pertenecía. Amaba a otra mujer que yo no conocía. Apoyé la espalda contra la puerta y fingí no oír su llamada.
Edmond pareció darse por vencido. Dijo algo y salió por la puerta.
Levanté la vista con impotencia. Añoraba su olor y su dulzura, pero cada vez que estaba cerca de él, mi racionalidad me decía que sólo teníamos una relación contractual y que había estado amando a alguien que no me amaba. También me decía que yo era la tercera en discordia, el tipo de persona que más solía odiar.
Al pensar en esto, un fuerte sentimiento de culpa y náuseas me invadió al instante. No pude evitar sujetarme el pecho y tener arcadas. Las comisuras de mis ojos estaban constantemente humedecidas por las lágrimas.
