Me senté en mi escritorio, estudiando los correos electrónicos que Amara me había reenviado. Empezaban a parecerme frívolas las discusiones sobre márgenes de beneficio y cuentas de resultados. Pasaban demasiadas cosas fuera del mundo de los negocios como para poder centrarme de verdad en esas cosas.
Me pasé una mano por el pelo, consciente de que lo estaba estropeando, pero no me importaba. Era tarde, todo el mundo se había ido a casa. Si por una vez no iba perfectamente arreglada, nadie se daría cuenta.
La puerta de mi despacho se abrió de golpe, sobresaltándome un poco. Solo levanté la vista del ordenador, decidida a que nadie me viera desprevenida.