*Estelle*
El hormigón me había herido las patas, pero no podía dejar de correr. Aún me seguía. La ciudad ya no estaba lejos; mi única esperanza era perderle allí. Un espasmo muscular se apoderó de mi cuerpo y tropecé.
Me tumbé de lado, conmocionado por la extraña sensación que me había invadido. Me fui dando cuenta poco a poco y, con ella, el horror. La sensación se repitió y lo supe: estaba de parto.
Me puse en pie y eché a correr. Las contracciones eran esporádicas y me ralentizaban cada vez que llegaban, pero las superé y seguí corriendo. No dejaría que me atrapara. No dejaría que mi bebé sufriera.