Habíamos progresado en las dos últimas semanas, pero no era suficiente.
Me senté en mi escritorio, con el sol a punto de ponerse tapado por gruesas cortinas negras, como de costumbre. Me pesaban los párpados, aunque no dejaba de frotármelos para mantenerme despierta. El estrés me irradiaba en oleadas.
Mis hombros se desplomaron mientras me encorvaba sobre el portátil, tecleando. El aluvión de letras que tenía delante, notas de mi investigación, quizá no me sirvieran de nada. Suelto un suave gemido y me agarro la cabeza.
Ya deberíamos estar más lejos. De hecho, esperaba encontrar la cura en ese momento, porque los sectarios no tardarían en atacarme. Había conseguido hacerme pasar por un ser humano completamente ajeno a todo, que sólo quería divertirse en la mansión. Demasiado tiempo, y eso se volvería en mi contra.