—¡Krell!— Me tambaleé hacia Krell, apresurándome hacia su lado.
Mis dedos recorrieron el pelaje de Krell, que se sentía húmedo y frío al tacto. La sangre manchaba su cuerpo, tiñéndolo de un rojo intenso, como el sol al ponerse. La aparente inmovilidad de Krell me llenó de preocupación, y mis manos temblaban visiblemente.
—¡Krell!— Exclamé, buscando cualquier señal de vida en él. Las pestañas de Krell se movieron, pero no hubo respuesta.
Después de un exhaustivo examen de su cuerpo, reuní una bola de luz blanca en mi palma, recordando las enseñanzas de los guardianes sobre la curación. Este era el momento en que esa habilidad debía funcionar.
¡Krell, por favor, debes sobrevivir!
En un susurro mental, rogué a la Diosa de la Luna que nos bendijera mientras intentaba canalizar la energía curativa. Mis manos temblaban, pero me negué a ceder ante el temor de perderlo.
—Krell, Krell, tienes que sobrevivir.