Me encontré temblando al recobrar la conciencia.
Experimenté una intensa sensación de frío y humedad, y mi cabeza latía de dolor.
Batallé para abrir los ojos.
Lo que presencié a través de mi visión limitada me hizo estremecer aún más.
No era el techo verde de mi tienda, ni el estrellado cielo nocturno; en su lugar, me hallaba bajo el oscuro techo de una cueva, de la cual goteaba agua.
Me pregunté cómo había llegado allí.
A pesar del miedo que se apoderaba de mí, deseaba permanecer despierto y entender lo que ocurría, pero mi cuerpo debilitado me lo impedía.
A duras penas podía mantener los ojos abiertos.
Finalmente, no pude resistir más y cerré los párpados, rendido ante el deseo de dormir.
Escuché crujidos, como si una bestia feroz caminara sobre la arena.
El frío, la humedad y el miedo erizaron mi piel. Percibía claramente que el peligro se aproximaba, pero mi debilidad me dejaba sin defensa; ni siquiera podía abrir los ojos en ese momento.