Más avanzada la noche, Julien supo que tenían que irse ahora antes del amanecer. Solo esperaba que Lacey estuviera dispuesta a hacerlo.
—¡¡Rrroooooaarrr!! —un lobo cambiaformas gruñó fuera de la cueva.
—¡Lacey! —Julien sacudió suavemente su hombro—. ¡Lacey! ¡Despierta!
Abrió los ojos, se incorporó bruscamente y se frotó los ojos. —Julien, ¿qué pasa?
—Alguien está aquí —dijo, pasando su mano por el lado de su cabello mientras se ponía de pie—. Quédate aquí. —Luego dejó que los temblores le recorrieran la columna vertebral y las extremidades mientras se alejaba de Lacey, sin querer lastimarla en el proceso.
Luego dejó que la neblina roja con bordes negros se apoderara de su visión y luego sus patas tocaron el polvo gris de la cueva, violáceo en la oscuridad de la cueva. Julien se deslizó por el pasadizo y entró en la cueva principal, pero no vio nada.
—¡¡Rroooarr!! —el gruñido de un cambiaformas resonó en la cueva. Entonces Julien reconoció su voz y salió corriendo.