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Chapter 9 - Capitulo 9: Historia mal contada (Parte 1)

Como niños jugando se enredan en hilos de seda, creando capullos intrincados, alejándose de la realidad.

Soichi opta por buscar refugio en el silencio. En cuanto a Lían, la sensación de ligereza en su cuerpo solo aparece al llegar la noche. A pesar de ello, aún carga con la pesadez en la cabeza, y este comportamiento confuso por parte del joven le provoca cierto mareo.

A pesar de no dirigirle la palabra, de manera constante se acerca para verificar su estado. Mientras aplica la crema en la herida, su semblante es severo, con una mirada intensa, aunque el contacto es suave y afectuoso.

El hombre anhela hallar a alguien que disipe sus inquietudes.

¿Qué ha hecho mal?

No puede concebir la idea de que lo rechace debido a sus "preferencias". Sería lamentable que resultara ser un individuo heterosexual retrógrado con la mentalidad de un semental de hace doscientos años.

A pesar de todo, esto le proporciona cierta justificación para lo último que le ha expresado.

«¿Mal gusto? ¡Uf, si supieras!», reflexiona, con un pequeño destello titilando en sus ojos verdes.

El hombre herido intenta ponerse de pie. Por un breve instante, su mente ingeniosa divaga. Si estuviera inmerso en una novela, se golpearía la frente contra el suelo y gritaría: "¡Amo, perdona a este humilde sirviente! ¡No tengo la culpa de que un psicópata me acose! ¡Soy solo tuyo!" O en un tono más tiránico: "¡He salvado tus curvas y seductoras nalgas! ¡Ahora, ríndete a mis brazos!"

Innecesario, habría sido rechazado de antemano.

El semblante de Lían se impregna de resignación, mientras una leve sombra de amargura se dibuja en la curva de sus labios. Con el cuerpo entumecido se esfuerza por aferrarse al borde de la cama, en un intento por ponerse de pie.

—¿Qué estás haciendo?

—Vuelvo a mi casa, gracias y disculpa las molestias. —Su voz suena apacible, aunque la sombra de la fatiga aún se refleja en su mirada.

—No.

—En serio, gracias, pero pue-

El joven que permanecía en la puerta de la habitación lo interrumpe, se acerca hacia donde se encuentra. Con una determinación que no admite réplica explica:

—Me pediste quedarte.

¿Por qué no recordaba nada de eso? La confusión se reflejaba en la mirada del hombre, mientras Soichi lo recostaba nuevamente.

El más joven está inmerso en un revoltijo de emociones, las palabras de la noche anterior resuenan en su cabeza.

—Anoche me dijiste que tenías miedo y que no querías volver a tu departamento. —El cuerpo se tensó, y las comisuras de los labios se aprietan en una mueca de disgusto—. Rogaste y lloraste.

«¡Uf! ¡Adiós dignidad, busca un dueño que te use más seguido! », piensa el hombre con ironía. Ahora, los intentos de retirarse con gracia fueron aplastados por las palabras de Soichi.

—No lo tomes en serio, no estaba en mis cabales.

—¡Pero me hiciste prometerlo! —responde con tono firme.

Abatido, Lían se encuentra en un estado de ánimo inusual. Reconoce que podría haber dicho algo así, pero hay momentos que se le escapan de la memoria y no está seguro.

—Soichi, no quiero causarte problemas, esta persona es...

—No me importa quién es o lo que hace —murmura con impotencia. Hace una breve pausa, mientras desvía la mirada hacia algún punto incierto—. Por unos días, solo quédate acá.

«¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?, ¡Porque hace esa cara! ¡¿No ves que este hombre es débil?!». La vista era como miel rociada en el corazón.

Al final, acepta sin dar muchas vueltas.

—De acuerdo, me quedaré por unos días.

—¡Perfecto! —exclama con una sonrisa apenas perceptible, y se dirige hacia la cocina.

Después de unos minutos, Lían sigue reflexionando sobre lo ocurrido.

«¿Por qué siento que he sido estafado?» 

◇◆◇

La cabeza de Soichi está siendo rebanada por seis luchadores de sumo sobre una pista de hielo, cortando y desmembrándole el cerebro con esas afiladas cuchillas.

No puede dormir desde hace cuatro noches. Cuando lo intenta, los sueños resultan tan perturbadores que el descanso se vuelve peor que estar despierto.

El párpado inferior se tiñe de un azul violáceo, resaltando sobre la piel translúcida. Resulta difícil discernir si la figura que se alza ante ellos es un ser humano o un espectro errante. El letargo en los movimientos acrecienta el aspecto demacrado. A pesar de ello, la semana apenas comienza y tiene un compañero convaleciente que ha decidido asistir.

Al llegar a Sauces S.A, Soichi piensa en varias excusas para justificar el estado de Lían. Contrario a lo que había previsto, todos guardan silencio. Observan al hombre durante unos minutos, pero luego continúan, como si fuera la versión natural de la semana pasada.

Aunque los ignora todos los días tiene claro cómo suelen reaccionar: ellos son muy ruidosos.

Se siente intrigado, casi molesto, al ver que a nadie parece importarle.

Decide ir directo a la oficina del jefe, retira su trabajo y solicita a Javier las tareas que Lían debía realizar. La situación parece extraña, pero el jefe no muestra resistencia. Quizás el chico tenga sus razones para querer colaborar con su compañero.

La mañana avanza sin mayores sobresaltos, aunque el ambiente parece impregnado de un aura deprimente.

Se concentra por completo en el trabajo, manteniendo una postura recta y elegante, aunque hoy se muestra ligeramente encorvado. Los lagrimales se encuentran sofocados, mientras las manos no cesan de latir.

Ese cuerpo exige un descanso.

La atmósfera tensa se alivia un poco y un destello fugaz cae sobre el rabillo del ojo observando a Lían con sutileza.

Son las doce del mediodía y todos han bajado a almorzar, pero como es habitual, rechazó la invitación para acompañarlos.

Javier también se quedó en su oficina y llama al joven con un grito para que se acerque.

Soichi quiere evitar perder el tiempo, pero sabe que cuando el jefe habla es necesario sentarse y escuchar. Javier no es un empleador común; tiene un afecto especial por sus trabajadores y los considera parte de su familia.

Ambos parecen estar en apuros; hay una urgencia por parte del hombre para explicar ciertas cosas al más joven. Esta necesidad surge porque a diferencia de otras ocasiones, Soichi parece consternado.

Con las manos cruzadas, comienza a hablar.

—¡Hoy te ves terrible! —. Ante la falta de respuesta del muchacho, decide continuar—. Parece que, para mi sorpresa has desarrollado una buena amistad con Lían, eso es bueno... muy bueno. —Acaricia su frente, y el tono serio del inicio comienza a teñirse con un toque de tristeza—. Debes cuidarte.

»Por otro lado, no debes malinterpretar a tus compañeras. Entiendo tu disgusto, pero Lían tiene unos cuantos años más de antigüedad que vos. Al principio, este estado era recurrente: cada dos o tres días venía con alguna marca o lesión, y con los años empeoró. Intentamos ayudarlo, pero se negó. No es un secreto, aunque quizás no lo recuerdes, el año pasado incluso vino a trabajar con una fractura en el brazo. En ese momento, también te había asignado más trabajo a vos. ¿No lo notaste en ese momento?

Soichi permanece con la cabeza gacha en silencio.

El jefe cambia de posición; se siente incómodo.

—Más o menos calculamos de qué se trataba. Hospital o policía siempre fuimos rechazados. Concluimos que no podíamos hacer nada.

El joven, que ha escuchado atentamente cada palabra no parece sorprendido. Levanta la cabeza y busca una respuesta.

—¿De cuántos años estamos hablando?

El jefe observa hacia arriba para hacer cálculos.

—Desde que ingresó a trabajar acá, hace unos seis años. Sin embargo, estábamos tranquilos, creíamos que había terminado. Hace un par de meses que no lo veíamos de esta forma.

Los hombros de Soichi se caen junto con su mirada, y vuelve a sumirse en el silencio.

Javier, por otro lado, no tiene intenciones de revelar más información. Añade unas palabras para cerrar.

—Sabes, aunque ese chico es expresivo y alegre ustedes no son muy diferentes. Nunca sabemos qué les sucede. Por más que le preguntes a Lían, él va a esquivar respondiendo "estoy bien" —dice mientras se levanta, camina hacia el joven y apoya la mano en su hombro—. Anda, continúa trabajando, no te molesto más.

Soichi se retira sin decir una palabra.

Un fuerte peso se aloja en su espalda baja, y el malestar se expande de un extremo a otro; parece que no va a mejorar.

Saca un poco del viejo rostro inexpresivo y mantiene su característica frivolidad. Sin embargo, por dentro, cada célula parece fragmentarse a sí misma.

Falta poco para irse, pero después de esa charla todo parece volverse lento.

El teléfono comienza a vibrar y abre la aplicación para encontrarse con un mensaje de un número desconocido.

Si no está agendado es irrelevante y se ignora. Pero parece que la persona tiene algo importante que decir, pues insiste hasta que al final el joven decide contestar.

 

SOICHI _ 17:36

¿Quién es usted?

DESCONOCIDO _ 17:38

Quería contarte una historia

DESCONOCIDO _ 17:45

jajá me clavas el visto, pero seguís ahí

Si no respondes como se que te interesa?

SOICHI _ 17:46

Decime

DESCONOCIDO _ 17:47

grabando audio...

 

En un breve lapso de cinco minutos todo se derrumba. El desconocido que ya conocía recibe una breve respuesta del joven.

Al finalizar la jornada laboral, Lían está desconcertado, el regreso al departamento se desarrolla en silencio. 

Estaban construyendo una buena relación, al punto que entre enojos y malos chistes podría considerarse como el inicio de una amistad.

Cuando ingresaron, Soichi fue directo a cambiarse, mientras él se quedó preparando algo para cenar.

El joven estuvo todo el día trabajando sin detenerse, quería demostrar un poco de gratitud.

Mientras iba organizando los ingredientes, llamaron a la puerta. 

El dueño le pide que abra.

Él no lo sabía, pero alguien lo había traicionado.

 

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