«¡Tortuga asesina, la venganza mis bolas! ¡Maldición! ¿Puedo ser tan idiota?», piensa Lían, mientras se fricciona la frente con la mano dejando escapar un suspiro frustrado.
Había comprado todo previamente en línea, con la intención de evitarle a Soichi cualquier tipo de contacto excesivo con la sociedad.
—Lo siento, no imaginé que podía ser tan malo. Con razón la sala tenía tantas butacas libres —dice lamentándose, mientras observa al joven que camina a su lado.
—No te preocupes, no estuvo tan mal.
Cuando se disipó la ofuscación inicial en la mañana, el hombre comprendió que había una razón por la cual un joven de veinte años no había pisado nunca un cine.
Además de la falta de interés en decidir qué película ver, dos más dos eran cuatro, y aunque le llevó un tiempo finalmente lo entendió.
Fue elegido para ser parte de la primera experiencia de algo en la vida de Soichi, era un honor que no quería arruinar. Sin embargo, como una línea kármica notó que en su vida cuanto más se esforzaba el resultado tendía a ser el contrario.
Frente al ordenador, Lían llevó a cabo un análisis minucioso. Dada la premisa de ser principio de mes y tratándose de una noche de sábado, coincidiendo con la fecha de cobro para al menos el setenta por ciento del país, quería asegurarse de hacer la elección perfecta.
Después de descartar dolorosamente las cuatro películas infantiles, que no eran adecuadas para la ocasión, quedaron unas cinco opciones.
Las dos de romance que había en cartelera eran demasiado ambiciosas para elegir en este primer encuentro.
El único drama fue descartado; no necesitaba agregar más de eso a su vida.
Una película de acción también quedó fuera de la ecuación, ya que eso habría requerido ver las ocho películas anteriores.
Lo que quedaba por descarte entonces era esa película de terror.
Al final, los planes se han arruinado.
—¡Es horrible! ¡No tiene lógica ni razón de existir! ¡Encima es una secuela! ¿Quién se atrevió a pagar por eso antes?
Soichi levanta un poco la cabeza para mirar al hombre molesto:
—Nosotros pagamos por verlo, en serio, no está mal.
Si alguien buscara en Google la imagen de la derrota el rostro de Lían ocuparía el primer lugar.
Se le revolvió el estómago dentro del cine y decidieron regresar caminando. Eran apenas unas veinte cuadras de distancia, las cuales aprovechó para desahogarse sobre la trama, los actores y hasta la pobre tortuga.
En lugar de estar de vuelta hacia el departamento, en ese preciso momento deberían estar cenando algo mientras brindaban con unas cervezas. No aspiraba a nada elegante, solo una hamburguesa y listo, pero él casi muere ahogado por una parva de pochoclos.
Los labios gruesos, que siempre se curvan en sonrisas contagiosas, ahora se abren y cierran con un rastro de amargura.
—¡Está malísimo! Cuando lo elegí, te juro que creí que era un asesino con una máscara de tortuga matando gente por ahí sin sentido, ¡pero no! ¡Se trata de una maldita tortuga zombie! —Toma su cara con una terrible indignación—. ¿Cómo esa pequeña tortuga va a mutilar así a la gente? ¡No tiene pies ni cabeza! ¡Tanta sangre! ¡Tantas tripas!
Soichi no puede contener su sonrisa al ver al hombre en ese estado:
—Es gore.
Lían no entendía lo que quería decir, pero la palabra sonaba como algo que no debía consultar.
Su rostro reflejaba incertidumbre, así que el joven le explicó con calma:
—El gore es una forma más explícita y cruda de mostrar escenas de terror. —Trata de ponerse un poco serio para continuar—: no fue tan malo.
En realidad, no podía expresar lo que pensaba. Al observarlo, se dio cuenta de que si soltaba un comentario como ¡elegiste una película de mierda!, en cuestión de segundos podría encontrar a Lían llorando o incluso prendiendo fuego el cine. No valía la pena, al fin de cuentas le está haciendo un favor.
—A veces veo algo de gore, no me disgusta. —Ladea la cabeza y su mirada se enfoca en el rostro del hombre—. Gracias.
Al escuchar esas palabras, un poco de la angustia que lleva consigo se disipa; pensó que había estropeado la oportunidad.
Ambos caminan por la ciudad, entre la húmeda pero a la vez fresca noche de otoño.
El mayor se esforzó por verse casual, pero sin perder la oportunidad de lucirse. Llevaba una chaqueta color camel y una camisa negra que dejaba algunos botones sin cerrar.
El joven por el contrario era fresco y rebelde en su simpleza, con una campera de cuero que combinaba con su cabello negro y una remera simple azul.
Aun así, a través de una sutil mirada, los ojos verdes se deleitaban de su presencia.
Lían ve que están por pasar por el kiosco veinticuatro horas que está cerca del edificio. En medio de la película, su estómago se revoluciono y se le hizo imposible tener ganas de cenar.
Dada la hora, parece una buena idea comprar algo para comer y tomar. Si alguien lo analiza dos veces, esta ruta es mejor que la original.
Compran una variedad de snacks y dulces. Si no fuera por el alcohol, se asemejaría a la recompensa que le das a un niño cuando se porta bien.
La ansiedad lo embarga; el hombre ha trazado una lista de preguntas sencillas. Con ellas, espera iluminar un poco el camino, es consciente de que no puede abordar directamente los intereses de Soichi.
Saltar sobre su yugular en busca de respuestas solo conduciría a un resultado: el suicidio.
Él lo sabe, necesita tiempo, solo eso. El arduo trabajo de ese día dará sus frutos, y apresurarse solo llevará a la autodestrucción.
Mientras tanto, el joven en cuestión lucha contra sus demonios internos. Para él, los vínculos siempre fueron considerados como debilidad desde su niñez.
Aunque percibe el mundo en términos de blanco y negro, hay una interesante escala de grises que lo acompaña.
Se pregunta cómo ese individuo puede representar tantas emociones en escasos minutos. Incluso cree que roza la bipolaridad. ¡Otro loco más!, atinó a pensar por un momento.
¿Una amistad? ¿Podría confiar de nuevo?
A medida que avanzan los años las expectativas se desmoronan, y él prefiere vagar solo por el cruel camino de la vida, con la única certeza de que su sombra no lo abandonará.
¿Estaría dispuesto a abrir su corazón lacerado? Aquel que alguna vez entregó y se aferró a la ilusión de recibir un afecto correspondido.
Quienes se manejan en los dos extremos a menudo no comprenden las medias tintas; así era su forma de vivir.
Ha colocado en un pedestal a muy pocos buscando la perfección. Con la esperanza de ser digno de sentarse a su lado, aunque sea solo para admirarlos, sin embargo esa oportunidad nunca llegó.
Él los odió.
El hombre que camina a su lado se detiene de golpe.
¿Habían llegado?, aún no.
Con los ojos desorbitados y la mirada fija en un punto refleja una expresión de terror. Ni las tripas de la protagonista siendo devoradas por esa pequeña tortuga habían causado ese efecto en el rostro de Lían.
Soichi, se sorprende:
—¿Todo bien? —Ante el silencio pregunta de nuevo, pero en un tono más fuerte—. ¿Está todo bien?, ¿te duele algo?
El rostro del hombre palidece de repente, y sus labios entreabiertos dejan escapar un suspiro contenido. Hoy definitivamente el karma, el cosmos o lo que fuese está ensañado con Lían.
¡Qué injusta esta vida!, se ha esforzado tanto.
Cada músculo está tenso, y sus manos temblando mientras va entregando las bolsas que él carga:
—Lo siento yo, recordé que tengo algo que hacer. —Baja la cabeza de una forma que parece que quiere entrar en sí mismo para esconderse—. Gracias por todo, te veo después.
Pero Soichi no logra comprender lo que sucede; lo que ocurre a continuación lo deja perplejo.
Lían acelera el paso creando una distancia evidente, y no se dirige en otra dirección. Se aproxima a un hombre que parece bloquear la entrada del edificio con su cuerpo.
Este individuo nota que Soichi está a unos pasos de la entrada y toma la muñeca del hombre de cabellera plateada. Como si fuera un simple costal lo jala hacia la pared lateral.
En ese momento, las almendras grises escanean al sujeto, se desata un pequeño combate de miradas; sus ojos se clavan como puñales afilados.
Pero, ¿qué opciones tenía el joven?
Él se distanció y se marchó con ese individuo; no eran lo bastante cercanos como para intervenir.
Aquel sujeto no parecía tener buenas intenciones, pero al fin y al cabo no era nadie en la vida de Lían.
Molesto, irritado, fastidiado; aún no encuentra la palabra precisa para definir lo que siente.
Patea el umbral del edificio, pisotea cada escalón como si fuera el rostro horrible de ese tipo. Al llegar al cuarto piso se deja caer en el living de su departamento y arroja con desdén lo que ha comprado.
El que tiene el estómago asqueado ahora es él.
Bebe y fuma, evitando pensar en esta situación.
El edificio en el que habita ostenta una antigüedad que revela un diseño arquitectónico admirable. Una joya digna de la apreciación de cualquier turista que recorra la capital de Buenos Aires.
Sumido en un silencio extremo, la mayoría de los residentes son jubilados; no superan las diez personas quienes tienen menos de treinta años en este lugar.
En la tranquilidad de la noche, resulta inevitable percibir los acontecimientos en los pisos superiores o inferiores, así como los pasos que se desplazan hacia arriba o hacia abajo.
El tiempo transcurre sigilosamente, ¿qué secreto intenta ocultar?
Pasaron treinta minutos y la situación seguía sin cambios.
El joven pasa de la molestia a la preocupación; las hipótesis se vuelven cada vez más intrincadas. ¿Amigo, hermano, tal vez un padre?, ¿prestamista, acaso amante?
La cerveza que está tomando va y viene como un ácido que le derrite la garganta.
«¿Pero qué carajo? ¡Cómo ese sujeto asqueroso podría ser su amante, novio o lo que fuese!», suelta un suspiró.
Comienza a pensar que el alcohol le está afectando; rebobina recordando la conversación que tuvieron por la mañana.
La opción del prestamista es la más acertada; si esto es cierto, la situación es aún peor. ¿Qué podrían estar haciéndole?
Su rostro se endurece; su abuela le advirtió una vez que no debía involucrarse con los prestamistas. Si no les pagas, con suerte te dejan con vida, pero como mínimo, te rompen las piernas.
—¡Sus piernas! —grita y sale corriendo.
Mientras baja y se insulta a sí mismo por haberlo dejado solo, Lían desearía que le quebraran las piernas antes de permanecer arrodillado de la forma en la que está.
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Nota de la Autora:
Mini Teatro.
Conflicto de elenco.
Directora: ¡Qué sucede!
(Los actores se dispersan)
Escritora: Disculpe, hay quejas del elenco por el nuevo integrante.
Directora: ¿Cuál es el problema? ¡Es perfecto!
Escritora: A mí tampoco me agrada mucho...
Directora: No me interesa, ¡es justo lo que necesito!, digo... ¡Lo que esta obra necesita!
Escritora: ...
Esa noche hubo otro tipo de latigazos.
La escritora por fin durmió.
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