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Chapter 3 - Capitulo 3: Agridulce

La carga que ha llevado en la espalda todo el día se desvanece. Inocente, cree que puede relajarse. Está a punto de entrar a su departamento, pero algo se lo impide.

El ambiente está cargado de frustración y tensión, aunque parece que solo es así para el más joven. «¡Otra vez él! », esa persona que le resulta molesta está tocándole el hombro.

—¡Soichi! ¡Qué alegría verte! Te fuiste muy rápido, pero me alegra mucho haberte encontrado —exclama el hombre emocionado.

El joven frunce el ceño y arruga la nariz de forma inconsciente, debido al exceso de confianza de este sujeto.

Hay ciertas reglas intrínsecas que algunos individuos parecen disfrutar romper. En su mente, es tan básico como sencillo; si alguien le habla y él no responde, ¿no es evidente que la otra persona deba dejar de hacerlo? Si no son cercanos, ¿por qué se atreve a tocarlo?

El individuo que se halla frente a él, exhibiendo una mirada risueña y un desaliñado cabello plateado, provoca un malestar considerable en el joven. Rebosante de ira, desea gritarle palabras sucias e hirientes a Lían, con la esperanza de que este lo deje en paz de una vez por todas.

No le interesa, no le agrada y nunca le agradará.

Soichi retira la mano que aún reposa sobre su hombro y, con un tono de molestia, se despide.

—Nos vemos mañana.

Apresurándose para evitar que el joven le cierre la puerta en la cara, el hombre intenta explicarle:

—¡Espera! Mañana es viernes.

Al escuchar la mención del primer viernes del mes, después de un breve instante de confusión, le llega la memoria de que ese día suele ser la cita mensual de sus compañeros de trabajo. La tradición dicta que se reúnen para disfrutar de una copa o compartir alguna comida.

Aunque no está seguro de los detalles, ha escuchado hablar de ello en alguna ocasión.

Observando cómo Lían vuelve a posar la mano en su hombro, ejerciendo presión sobre la campera negra y, como consecuencia, arrugando su camisa blanca, fija la mirada en el rostro del hombre que invade descaradamente su espacio personal.

Antes de que pueda comenzar a explicar todo lo relacionado con ese día, Soichi asiente indicando que sabe de lo que le quiere hablar.

Él realmente desea entrar de una vez al departamento.

—¡Genial! ¡Todos quieren que vayas! —exclama con una sonrisa en el rostro—. Me encantaría que nos acompañes mañana —añade, su voz combina sinceridad y ternura.

Lían había perdido la cuenta de las reiteradas invitaciones que le hizo a Soichi.

No solo a este ritual de inicio de mes que tenían entre todos en el trabajo; estuvieron la despedida de soltero de Javier, la tercera boda de Javier, los quince de la hija de Teresa, el bautismo del hijo de Malena, las fiestas de Navidad, la fiesta del tercer divorcio de Javier, las fiestas de Año Nuevo.

En cada oportunidad fue rechazado con un simple "no". Aun así, intenta acercar al joven al grupo. Este hombre sociable por naturaleza, que brilla entre la multitud, se inquieta al notar que este joven muestra una fuerte inclinación hacia la soledad.

Pero a Soichi ya le duele la cabeza, está fastidioso y puede equivocarse. Solo quiere que se largue, acepta la invitación, saluda e ingresa rápido.

El joven, cansado y agotado tras haber pasado por un día complicado, se sumerge en la seguridad de la soledad.

Todo se vuelve frío.

 ◇◆◇

"¡Miren todos al marica como llora! ¡Eres un pedazo de mierda olorosa! ¡No paren! ¡Denle mas fuerte a este maldito gaijin!"

Un pequeño de ocho años solloza en el suelo mientras los gritos internos carcomen su pecho. El eco de las risas retumba en sus oídos, funden los tímpanos, flagelan la mente.

"¡Quién va a querer ser tu amigo! ¡Ni se te ocurra acercarte a nosotros! ¡Bicho raro, cosa horrorosa! ¡Miren como llora, parece una zorra!"

El delgado y frágil niño era ultrajado entre piedras e insultos. Aferrado a las rodillas como un feto, derrama lágrimas y súplicas.

Nadie lo escucha, nadie lo ayuda.

El cuerpo externo arde mientras en el interior nieva; los copos brotan de adentro hacia afuera, tocando la piel latente; como hilos rojos brotan libremente por los brazos y piernas.

Ocho cortes en el rostro, como un mal chiste de la vida, le recuerdan los lamentables ocho años de edad.

Patético y avergonzado, el niño se odia así mismo.

¡Puaj!

Con el sabor venenoso que sube por la garganta y el disgusto clavado en la frente, Soichi se despierta de esos terribles recuerdos.

La espalda cubierta de angustia hace que las sábanas se le adhieran al cuerpo. Se levanta y abre la ventana que está pegada a la cama; la noche es triste y la brisa parece esquivarle el rostro.

Las rectas y firmes cejas están inmóviles, el rostro inexpresivo se pierde en la densa neblina.

Como la bruma espesa cubre el horizonte, así se cubrieron sus memorias por mucho tiempo.

Diez acciones y diez días según lo pactado con la mujer de aquel sueño. Restan solo nueve, la primera acción ya fue realizada y ya no hay vuelta atrás. No hay remordimiento, no debe haber reproches.

Aunque los recuerdos vuelvan...

Contempla la vista, la ciudad de Buenos Aires es silenciosa por las noches. Vuelve a esconder esos malos momentos en algún lugar del cerebro, piensa en lo importante. Todavía tiene dudas, pero ya no puede detenerse. 

En realidad, le da demasiadas vueltas a cada una de las cosas que le pidió esa mujer. Si él tuviera ese poder, no pediría esa parva de idioteces.

«Estupideces... ¿Un precio tan barato? Puras idioteces... ¡IDIOTA!», piensa con frustración.

Por un momento vuelve al espectáculo de la tarde, lo había olvidado.

¿Por qué ese sujeto era tan insistente?

Tensa la mandíbula y el semblante se vuelve sombrío.

A lo largo de la vida, él ha conocido el verdadero rostro de las personas. Todos fingen ser de una manera, pero por dentro son como hienas desesperadas, saboreando las miserias y esperando el momento preciso en que uno se caiga y se derrumbe. Tan cobardes que ni siquiera se esfuerzan.

No puede evitar echar un par de carcajadas. Ya no es un niño inocente, no cae en esos juegos, no se equivoca.

Ahora tiene que resolver unos asuntos. Cuando lo vuelve a pensar en frío, esto de la pseudo cena es conveniente. Este regalo que cayó en sus manos agiliza la reducción de la lista.

—Un poco de suerte, supongo, no está tan mal —susurra para sí mismo.

El jefe siempre lo trata bien y las otras dos mujeres le resultan irrelevantes, agradables hasta cierto punto. Mientras no se esforzaran de más, podía ser tolerable. Pero Lían era un caso aparte, no había oportunidad. Toda su presencia; engreído, arrogante, fingiendo ser amistoso. Desde el primer día en que se conocieron era un firme ¡NO!

Una expresión de disgusto se aferra a su rostro; sin embargo, la brisa que ingresa por la ventana retoma vuelo, como si supiera lo que atraviesa su mente. Trae consigo un leve aroma a canela. Dulce.

Con los malos recuerdos también llegan los buenos. Dibuja una pequeña mueca de gracia en los delgados labios.

«Si ella supiera, ¿qué haría, estaría enojada?, ¿me llevaría a rastras con el Señor Gutiérrez?, tal vez me cortaría el wi-fi y quemaría todos mis libros».

La amarga noche empieza a alejarse. No se ha dado cuenta del tiempo que ha estado parado inmóvil frente a esa ventana. Con angustia y añoranza, murmura en ese vacío y oscuro cuarto.

—Te extraño, falta poco.

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Nota de la autora:

Mini Teatro

Cambios de último momento.

 

Directora: ¡Esto es aburrido! ¡Nos van a matar los críticos!

(Se acomoda los lentes y revolea el libreto)

Escritora: Disculpe, directora, ¿por qué lo dice?

Directora: ¿Cuántas escenas faltan para el papapa?

Escritora: ¿Como papapa?

(Se detiene y piensa)

Escritora: ¡Ah! Eso... bueno…

(Se acomoda los lentes y se pone nerviosa)

Directora: Si no lo sumas vos lo sumo yo ¡No esperes que sea agradable!

(Agarra una birome roja y empieza a escribir)

Directora: ¡Toma! Ahora hazlo parecer bonito

Escritora: Sí, señora directora.

(Después de leer lo agregado, comienza a vomitar)

Esa noche la directora azotó a la escritora más fuerte.

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