Dando vueltas en la cama sin posibilidades de conciliar el sueño, Soichi se rinde ante su frazada y se detiene a ver a través de la ventana.
Se pierde por un momento.
Deja una leve apertura para recibir un poco de brisa otoñal, pero lo que calma la ansiedad en otras noches, esta vez no funciona.
El vaivén de las cortinas oscuras le recuerda la túnica con flores de higanbana. Fue un sueño, pero si carga algo de verídico, ¿podría dejar pasar la oportunidad? ¿Acaso estaba frente a una premonición o una visión?
Parece que alguien se dignó a escuchar las peticiones elevadas a los cielos. Tal vez se detuvo a ver su amargada vida y sintió lástima. Tal vez lo observo y se rio a carcajadas.
¡Brindémosle una oportunidad al idiota!
Tantas velas a decenas de santos. ¿Cuál de todos se rindió a su ofrenda? ¿El universo escuchó las súplicas que hacía antes de de dormir? ¿Esto sería lógico? ¿Es un juego despiadado?
La inquietud que siente en el pecho se desplaza hacia el abdomen y vuelve deteniéndose un momento en su rostro.
El todo es un intercambio de energías, y la mujer puso un precio. Por más absurdo que parezca, esto es algo que puede manejar.
Los labios rectos se curvan y una sutil sonrisa se dibuja en el rostro.
—Desde hoy, solo son diez más.
Las últimas tres horas antes de que él se levante para ir a trabajar se deslizan velozmente entre tantos pensamientos.
A las seis, la alarma rompe el silencio, y tan solo treinta minutos después, ya estaría saliendo.
La rutina sustancial y repetitiva se desplegaría como un día idéntico al de los últimos dos años. Pero esta vez no es la ocasión. Este no es cualquier jueves; es el primer día de este pequeño recorrido.
Toma nota de las cosas que tiene que realizar para no olvidarse. Sirve café y coloca las infaltables cuatro cucharadas de azúcar, repasa varias veces lo que ha escrito y adhiere con el único imán que tiene en la heladera ese curioso listado.
Antes de salir por la puerta del departamento, inhala y exhala, como quien va camino a un juicio implorando no ser rostizado bajo la silla eléctrica.
Chequea en el celular varias veces para asegurarse de que mantiene la expresión adecuada mientras baja las escaleras. Se da ánimo a sí mismo hasta el cansancio, como si mantener una sonrisa fuera el desafío más grande en estos cortos veinte años.
El reflejo en la pantalla del teléfono le sirve de espejo temporal, verificando que cada músculo facial contribuya a la imagen que quiere proyectar.
A cada paso, repite internamente que hoy es un día más, que puede con esto. Ha desarrollado la habilidad para esconder lo que realmente piensa. Esta sonrisa será la nueva máscara para estos diez días.
◇◆◇
Después del viaje llega al trabajo. En línea recta y sin mirar a nadie corre como un pollito hacia su escritorio. Era inevitable cruzarse con los compañeros en la oficina, pero si puede evitarlo ¿Por qué no?
Sin tiempo de acomodarse, desde el otro extremo viene a los gritos su querido y amable jefe Javier; parece un perro San Bernardo. La pícara sonrisa del hombre roza lo verde. Era alguien exigente en resultados, pero siempre atento a los suyos.
A lado de la computadora del joven, el imponente hombre de metro sesenta deja una pila de archivos.
—¡Soichi! —grita con una sonrisa de extremo a extremo.
Al joven le resulta irritante, tanta euforia en ese horario le molesta. Si fuera otro día, mantendría una expresión rígida y saludaría con cortesía para continuar con lo suyo. Sin embargo, hoy no puede hacer eso. Mentalizado y enfocado, lleva a cabo lo que venía practicando en el camino.
Intenta curvar la tensa cuerda lineal. Aunque lo ha logrado frente al celular, no sabe cómo lo verá el de enfrente. El sudor frío recorre la espalda mientras trata de lograr la naturalidad. Se dirige hacia Javier en un tono amable:
—Buenos días, señor. Lo haré lo más rápido posible.
Al hacerlo, siente que los músculos faciales colapsan, pero mantendría el intento de sonrisa hasta que el jefe se dé la vuelta.
—¿So-Soichi? ¿Estás enfermo? —Se acerca hacia el joven y lo mira fijo a los ojos—. ¿Te sentís bien?, ¿te duele algo, tenés fiebre?
El joven permanece en silencio sorprendido. El hombre perplejo toma los hombros del muchacho. Si el límite impuesto no fuese tan marcado, lo estaría zamarreando para ver si es una ilusión lo que está viendo.
Un poco confundido por la reacción de su jefe, Soichi sube el nivel de complejidad; arquea las pestañas negras escondiendo esas hermosas esferas grises. Relaja los hombros y con suavidad explica:
—Yo me siento bien señor, no se preocupe.
Desconcertado, Javier comienza a divagar consigo mismo. Si no fuera una empresa común, creería que le habían cambiado el empleado, poniendo algún espía para descubrir algún secreto importante. Sin embargo, sabe que no es así. Por más dudoso que sea, no es un asunto en el que pueda entrometerse.
—Me alegro de que estés bien, si podes antes de que termine el día. —Con el índice señala el pilón.
El joven asiente, aliviado de que el momento incómodo hubiera terminado.
Sauces S.A. es una pequeña consultora de recursos humanos que funciona como una familia donde nada se les escapa. A pesar de ser pocos, hacen mucho ruido.
Los empleados se reúnen frente al santo grial, cargan y descargan el adictivo líquido amarronado. Mientras clavan las miradas en la espalda del muchacho.
Las preguntas se responden a sí mismas. No hay maldad ni veneno, solo inocentes conjeturas.
Verlo así es extraño. Nunca sonríe, la mayoría de las veces solo asiente con la cabeza. Si tenías suerte te respondía con un monosílabo, ocasionalmente con un "hola" o "gracias".
La mayor de las empleadas, Teresa, recuerda cuando hace un año accidentalmente derramó el café en el escritorio de Soichi mojando unas carpetas que se encontraban ahí.
El café hirviendo que acababa de cargar se dividió en dos; una parte cayó en la pierna del joven. Asustada, pensando que lo había lastimado, le hablaba mientras trataba de ayudarlo, pero al final él solo respondió "estoy bien", limpió el café esparcido y continuó en lo suyo como si no hubiera pasado nada. Esa fue la única oportunidad en la que le dijo dos palabras juntas y la última interacción que tuvieron.
Un grito masculino interrumpe la conversación de las mujeres:
—¡Hey! Descansen un poco esa lengua filosa, ¡desde el baño las escuché!
El hombre se acerca de forma amistosa y mira a las dos mujeres que están murmurando, bastante fuerte de hecho.
No es desconocido que cuando Teresa y Malena se juntan, hasta el presidente corre a enterrar los secretos. Se llevan un poco más de década y media, pero a la hora de chismosear se conectan de forma simbiótica.
El hombre abraza a las dos mujeres, resaltando la interesante diferencia de al menos dos cabezas de altura entre él y las damas.
Cualquiera tiembla sobre su propio eje ante el contacto con Lían; su popularidad es bien conocida, no hay hombre o mujer que desprecie mirar su belleza. Pero no va a suceder con ellas: para Teresa, este sujeto es como un hijo, mientras que Malena lo ve como una especie de hermano menor.
Lo observan de arriba abajo con disgusto, pero sus sentidos son atravesados por el intenso aroma floral que emana el hombre del cuerpo, mientras él las domina con esos firmes brazos.
—Si siguen hablando y mirándolo así, van a incinerar al pobre pibe. Deberían aflojarle un poco —dice un poco molesto.
Aunque las aprieta de forma suave y cariñosa, las mujeres ofendidas resoplan y bufan al unísono:
—¡Descarado!
Ese desvergonzado era el primero en sumarse a las escandalosas conversaciones diarias. Incluso él las inicia.
—Si está contento, bien por él, no tienen que avergonzarlo —remarca mientras las suelta.
El hombre da unos pasos y agarra la cafetera para servirse un poco. Ambas se quedan en silencio conscientes de que se han equivocado. Mantienen una regla interna de no hablar sobre los compañeros de trabajo.
Lían toma la taza de café recién servida, se aleja un poco de ellas y se gira para hacerles un guiño.
—Capaz que el chico tuvo una alegría. Hace mucho que no le ven la cara a Dios ustedes dos—dice con una sonrisa, da un par de carcajadas y huye rápido.
Cuatro ojos llenos de ira acaban de apuñalarlo.
Soichi está concentrado en el trabajo, desconectado de lo que sucede alrededor. No es consciente de que los dedos largos y translúcidos que embisten el teclado, la postura recta frente a la máquina y la agilidad de sus manos son una vista tentadora.
El joven que sometía a la máquina fue interrumpido por un ligero sonido.
Lían le acerca la taza de café que acababa de preparar.
—¡Soichi!, ¿cómo estás? Te vi tan ocupado que te preparé uno.
Mientras habla, intenta apoyarse en el escritorio, pero después de pensarlo por un segundo, retrocede. Se queda ahí, esperando una respuesta.
En este punto, el joven no busca mostrar un rostro espléndido ni tener conversaciones banales. El hombre de enfrente es perspicaz, incisivo y astuto. Contestar una simple pregunta podría desencadenar una charla extensa y agotadora.
Lían es como un zorro; el tono de la piel es un pardo claro, iluminado por un reflejo dorado. Aunque sus ojos verdes parecen puros, tienen un tinte travieso.
Es un oponente difícil de afrontar.
Con la intención de que el otro se sienta ignorado, contesta por lo bajo mientras continúa trabajando.
—Gracias, señor.
El hombre sonríe mientras saborea el dulce sabor de esta oportunidad.
—¡Lían!, no me digas señor, llámame por mi nombre.
Soichi pone los ojos en blanco en su interior. Ha mantenido la compostura hasta ahora, pero este hombre la rompe en un segundo. «¡Pero qué demonios! ¿Por qué debería tutearlo?». El joven no puede decir lo que piensa, así que prefiere cerrar el asunto por las buenas mientras fuerza un rostro apacible.
—Gracias, Lían.
En ese momento el hombre escucha en su interior una tribuna enardecida ovacionándolo. Hace años que son compañeros y él no había logrado atravesar la pared blindada de Soichi, por lo que este primer paso es bastante satisfactorio.
—¡Genial! si me decís señor siento que tengo cincuenta como el jefe y ni siquiera debo de llevarte tres o cinco años. —Desliza la taza y lo mira con afecto—. Toma el café antes de que se enfríe.
◇◆◇
El día transcurre sin mayores complicaciones ni interacciones forzadas. Al finalizar la jornada laboral, el joven se dirige a su departamento. Es mayo y el sol se esconde rápido. Mientras sube las escaleras encuentra un poema que comienza a escuchar.
"Se amaron en silencio
junto al río amarronado,
suspiraron por las noches
distanciados por la ignorancia.
El ave en su pico
llevó al lirio a conocer los cielos,
los amantes jugaron
olvidando su naturaleza.
El lirio gimió de tristeza
el agapornis lo acogió,
las suaves plumas anaranjadas
reposaron sobre los pétalos secos.
Las almas insatisfechas
derramaron lágrimas heladas."
Parado ante la puerta, una sensación gélida recorre su cuerpo. Percibe una mirada penetrante clavada en la nuca, causando que su garganta se reseque. En el hombro, una mano se posa, provocándole desconcierto.
Se voltea de inmediato.«¡Pero qué carajos!»
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Nota de la autora:
Mini Teatro
Charla sobre acoso laboral
Javier: Presten atención, por favor.
(Comienza a proyectar un video con fotos y enumera en vos alta)
Javier: No mirar de forma lujuriosa a su compañero. No detenerse más de un minuto sobre la parte inferior de su compañero. No besar la taza usada por su compañero. No fingir un tropiezo para tocar a su compañero. No tocar de forma pecaminosa los objetos de su compañero.
(Teresa y Malena toman nota en forma obediente)
(Portazo)
Soichi se retira avergonzado.
(Silencio sepulcral)
Lían: ¡Jefe! ¿Cuándo tomo esas fotos?
Directora: ¡Aburrido!
(Se acomoda los lentes y rompe el libreto)
Esa noche la directora azotó a la escritora.
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