La oscuridad de la ciudad parecía más densa que nunca. El resplandor intermitente de los neones apenas lograba atravesar la bruma nocturna que envolvía a Neo-Tokyo en un abrazo gélido y sombrío. Las luces danzaban de manera errática sobre las fachadas desgastadas de los edificios, proyectando sombras inquietantes que se movían como entidades vivientes.
Aika salió de la posada que compartía con Kaito, dejando atrás el refugio temporal que apenas les ofrecía una ilusión de seguridad. La ciudad se encontraba envuelta en una densa neblina, resultado de las fuertes temperaturas y las lluvias torrenciales que habían azotado Neo-Tokyo en los últimos días. El ambiente húmedo y pegajoso hacía que las calles de Takahara, ya de por sí inhóspitas, se volvieran aún más hostiles para los transeúntes.
Mientras caminaba decidida hacia el Club Edén, Aika sentía cómo la humedad se adhería a su piel, dificultando cada paso. La ciudad, con sus neones intermitentes y sus callejones oscuros, parecía un laberinto de sombras y luces artificiales, diseñado para confundir y consumir a cualquiera que se adentrara demasiado en su corazón de tinieblas.
El Club Edén era un lugar reservado para la élite de Neo-Tokyo, un refugio para aquellos que podían permitirse el lujo de escapar de la decadencia que impregnaba el resto de la ciudad. Al llegar a la entrada del club, Aika fue inmediatamente confrontada por dos guardias de seguridad, hombres corpulentos y de mirada dura, que la detuvieron con una expresión de desdén.
—Identificación de socio —exigió uno de los guardias, mirando a Aika con desdén.
Aika, sintiendo la presión del momento, levantó la barbilla y respondió con determinación:
—No tengo ninguna identificación. Vengo a ver al dueño de este club.
Los guardias se miraron entre sí y estallaron en carcajadas, sus risas resonando en la noche húmeda.
—¿Y qué interés tendría el jefe en una pequeña zorra como tú? —se burló uno de los hombres, inclinándose hacia ella con una sonrisa lasciva.
Antes de que Aika pudiera responder, la mirada del guardia se quedó fija y su expresión cambió abruptamente. Se desplomó al suelo, inconsciente. Detrás de él, Mizuki se alzaba con una jeringa en la mano, la cual había utilizado para inyectar un potente sedante al guardia.
—Vamos, Aika, no tenemos tiempo que perder —dijo Mizuki, su voz cortante como una cuchilla mientras miraba con desprecio al guardia desmayado.
Aika, aún sorprendida por la rápida intervención de Mizuki, la siguió dentro del club. El interior del Club Edén era un contraste brutal con la suciedad y el caos del exterior. Luces suaves y música ambiente creaban una atmósfera de lujo y decadencia. Hombres y mujeres de la alta sociedad se movían con gracia, ajenos a la lucha por la supervivencia que se libraba fuera de esas paredes doradas.
—Recuerda, Aika —dijo Mizuki mientras avanzaban por los pasillos opulentos del club—, aquí solo hay una regla: aparentar. Todos en este lugar están jugando un papel. Incluidos nosotros.
Las palabras de Mizuki resonaron en la mente de Aika mientras se preparaba para enfrentarse a Takeshi y al oscuro plan que tenían en mente. Sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, sabiendo que su papel en esta misión podría ser la clave para desmantelar la red de corrupción que asfixiaba a Neo-Tokyo.
Con cada paso que daba, Aika se adentraba más en la boca del lobo, consciente de que el camino hacia la verdad y la justicia estaba plagado de peligros y traiciones. Pero su determinación era inquebrantable. Sabía que no podía fallar, no cuando tanto estaba en juego.
El encuentro con Takeshi y la ejecución del plan eran solo el comienzo. La verdadera batalla estaba a punto de comenzar, y Aika estaba lista para enfrentarse a cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. Mientras avanzaba por los pasillos dorados del club, la neblina del distrito Takahara seguía arremolinándose a su alrededor, como una sombra persistente que se negaba a desvanecerse.
Mizuki guió a Aika por un largo pasillo, cuyas paredes estaban adornadas con elegantes paneles de madera y suaves luces de neón, creando un ambiente que oscilaba entre lo sofisticado y lo sombrío. Al final del pasillo, se detuvieron frente a una puerta robusta de madera oscura con un pomo dorado. Mizuki hizo una pausa y, con una mirada seria, abrió la puerta que conducía a la oficina de Takeshi.
Al entrar, Aika fue recibida por una cálida y extraña bienvenida de Takeshi, quien se encontraba sentado detrás de un amplio escritorio de caoba. Su sonrisa era tan amplia como perturbadora.
—¡Bienvenida, niña! —exclamó Takeshi, su voz cargada de una afabilidad fingida—. Lamento el mal rato que te hizo pasar ese guardia irrespetuoso. Él tendrá su castigo, te lo aseguro. Aún estoy considerando qué hacer con él... No sé si quedarme con su hija o con su esposa. O quizás... —añadió con una sonrisa torcida—, le corte un dedo como advertencia para que no se sobrepase con los invitados.
Aika sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero mantuvo la compostura, observando cada movimiento y gesto de Takeshi con cautela. La atmósfera en la oficina era opresiva, cargada de tensión y peligros ocultos.
—En fin, eso lo decidiré más tarde —continuó Takeshi, levantándose de su asiento y caminando hacia una vitrina donde se exhibían varias botellas de licor—. Ahora es importante que te cambies esa ropa. Necesitas algo más acorde a tu nuevo trabajo.
Takeshi no pudo evitar soltar una carcajada al decir esto, y su risa resonó en la habitación, llenándola de una inquietante vibración. Aika, aunque llena de repulsión, sabía que debía mantener la calma y seguir adelante con el plan. Estaba decidida a enfrentarse a cualquier desafío, incluso si eso significaba soportar la presencia y las palabras venenosas de Takeshi.
Con una sonrisa forzada y una ligera inclinación de cabeza, Aika aceptó la situación, preparándose mentalmente para el papel que debía desempeñar en el oscuro juego que Takeshi y Mizuki habían orquestado.
—Mizuki, lleva a la niña a probarse la ropa —ordenó Takeshi mientras se ajustaba su elegante traje, preparándose para su encuentro con la matriarca—. Cuando esté lista, llévala al vestíbulo. La matriarca vendrá hoy para seleccionar más "personal" para entretener a su marido.
Mizuki asintió sin decir palabra y se dirigió hacia la puerta, indicando a Aika que la siguiera. Cruzaron el pasillo hasta llegar a uno de los vestidores exclusivos del club, un lugar repleto de prendas de alta calidad que colgaban ordenadamente en perchas doradas. La habitación estaba iluminada por suaves luces que resaltaban la opulencia de las telas y los detalles minuciosos de cada vestido.
—Elige el que más te guste —dijo Mizuki, señalando las distintas opciones—. Cuando estés lista, te estaré esperando afuera del vestidor.
Aika, aún procesando la tensión de la conversación con Takeshi, quedó asombrada al ver la lujosa ropa. Nunca en su vida había visto algo tan exquisito. Cada prenda parecía diseñada para la realeza, con bordados detallados y tejidos de la más alta calidad. Mientras examinaba los vestidos, un destello de recuerdos enterrados hace mucho tiempo surgió en su mente.
«Mamá, cuando papá llegue, ¿va a traer muchos vestidos y comida lujosa?» Aika recordó su voz infantil, llena de esperanza. Su madre, con una sonrisa cansada pero amorosa, le había respondido: «Cuando tu padre esté de vuelta, prometo que seremos la familia más feliz del mundo».
Esos recuerdos, tan vívidos y lejanos, la inundaron de una nostalgia y melancolía que había olvidado. Las lágrimas comenzaron a formarse en sus ojos, reflejando la tristeza de una infancia rota y las promesas no cumplidas. La fina seda de los vestidos que sostenía en sus manos parecía capturar y reflejar esa tristeza, envolviéndola en una sensación de pérdida y anhelo.
Aika respiró hondo, tratando de recomponerse. Sabía que no podía permitirse mostrar debilidad en un momento tan crucial. Seleccionó un vestido de seda rojo, sencillo pero elegante, que contrastaba con la sombría realidad de su misión. Se lo puso, sintiendo cómo la tela suave rozaba su piel y evocaba una vida que nunca había tenido.
Cuando estuvo lista, se miró en el espejo. La mujer que le devolvía la mirada era una mezcla de la niña que había sido y la guerrera que había llegado a ser. Con una determinación renovada, se dirigió hacia la puerta, lista para enfrentar el papel que le había sido asignado en el oscuro juego que se desarrollaba en el club Eden.
Aika ya vestida con el lujoso vestido de seda roja, salió del vestidor con una mezcla de nerviosismo y determinación en su rostro. Al verla, Mizuki, que la esperaba afuera, arqueó una ceja y comentó con un tono sarcástico:
—Vaya, tienes gustos extravagantes.
Aika, sin inmutarse por el comentario, se dirigió hacia el vestíbulo del club, acompañada por Mizuki. La opulencia del club Eden, con sus decoraciones doradas y luces suaves, contrataba con la tensión en el aire. Mientras caminaban, Aika no pudo evitar la pregunta que le quemaba en los labios:
—¿Por qué Reina Arashi hace esto?
Mizuki se detuvo por un momento y giró hacia Aika, su expresión se volvió fría y sus palabras fueron contundentes:
—Ese maldito viejo de Kurogane es una bestia insaciable por las mujeres jóvenes. Reina también tiene sus fetiches, aunque prefiere que su esposo no se meta en sus asuntos. Por eso le ofrece jóvenes. Es un intercambio que mantiene a ambos satisfechos y fuera del camino del otro.
Aika frunció el ceño, sintiendo una mezcla de disgusto y tristeza al escuchar la frialdad de las palabras de Mizuki.
—Entonces…¿Ella simplemente lo permite?
—Más que permitirlo, lo facilita — respondió Mizuki con una sonrisa amarga—. Sabe que su esposo ya no la desea, así que lo mantiene ocupado con otras para que no interfiera en sus propios intereses. Esa maldita anciana sabe que ya no puede cumplir con los deseos de su marido, así que prefiere mantenerlo a raya con sus distracciones.
Aika asintió, asimilando la realidad de la situación. Sabía que estaba adentrándose en un juego peligroso y complejo, dónde cada movimiento debía ser calculado y cada palabra medida. Mientras seguían su camino hacia el vestíbulo, Aika se preparó mentalmente para lo que estaba por venir, consciente de que su papel en este oscuro teatro podría ser la clave para desmantelar la corrupción que acechaba en las sombras de Neo-Tokyo.
Mientras Aika avanzaba con pasos decididos hacia el vestíbulo, su corazón latía con fuerza, consciente de la delicadeza de su misión. El aire denso y cargado del club Eden le recordaba constantemente la precariedad de su situación. Justo al llegar al vestíbulo, una figura imponente apareció en la entrada del club.
Reina Arashi, la temida matriarca, vestida con finas prendas que reflejaban su estatus y poder, hizo su entrada con un porte que irradiaba autoridad. Takeshi, con su sonrisa más encantadora, se adelantó para recibirla, mostrando una deferencia que en su mente estaba teñida de odio y desprecio.
—Señora Arashi, es un honor contar con su presencia en mi humilde club. Por favor, tome asiento aquí —dijo, señalando una silla tapizada con terciopelo rojo—. ¿Le gustaría un trago? Estaría encantado de prepararlo personalmente para usted.
Reina Arashi, con una expresión de desdén, se dejó caer en la silla con elegancia, aunque sus ojos escudriñaban el lugar con desaprobación.
—Aceptaré tu trago, Takeshi, aunque detesto venir a esta pocilga —respondió con frialdad, sus palabras destilaban una indiferencia helada—. Deberías agradecer que Hideo no la haya destruido hace bastante tiempo. Espero que tengas buena mercancía y que no me hayas hecho venir en vano. Mi tiempo es oro, y desperdiciarlo en un lugar como este me resulta sumamente irritante.
Takeshi, manteniendo su sonrisa falsa, preparó el trago con rapidez y se lo ofreció con una reverencia. Mientras la matriarca degustaba el licor, sus ojos recorrieron con desaprobación la decoración del club.
—Le aseguro, señora Arashi, que no se sentirá decepcionada —dijo Takeshi, inclinándose ligeramente hacia ella—. Aquí, en el vestíbulo, podrá deleitar su vista con la mercancía que tenemos preparada especialmente para usted. Cinco jóvenes de excelente salud y belleza, seleccionadas entre las más exclusivas de nuestro club.
Con esas palabras, Takeshi se dirigió hacia el escenario, y con un gesto, hizo una señal. El telón de terciopelo rojo se levantó lentamente, revelando a cinco jóvenes mujeres que estaban de pie, claramente nerviosas pero tratando de mantener la compostura. Todas vestían trajes elegantes y costosos, diseñados para resaltar su belleza y juventud.
Reina Arashi se acomodó en su silla, observando con una mezcla de interés y desdén a las jóvenes que ahora se exhibían ante ella. Mientras sus ojos analizaban cada detalle, Aika sintió una oleada de repulsión y determinación. Sabía que cada paso debía ser calculado y que el más mínimo error podría ser fatal. La misión estaba en marcha y el destino de muchas personas, incluida ella misma, dependía de cada decisión que tomara en ese peligroso juego de poder.