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Chapter 15 - Apocronos: Sombras en Neo-Tokyo Capítulo 15: "Un Golpe de Suerte"

Las nubes grises inundaban la noche en el distrito Takahara. Pequeñas gotas de lluvia comenzaban a caer impacientemente sobre la tierra árida del desierto.

Sonido de lluvia... —acompañaba el repiqueteo de las gotas en los techos oxidados.

—Tic-tac... Tic-tac... —el sonido de un viejo reloj resonaba en la inmensidad de un salón cubierto de polvo y casi en ruinas.

—¡Mamá! ¡Papá! ¿Dónde están? —los gritos de un niño rompieron el silencio, provenían detrás de los muros agrietados de lo que parecía haber sido una casa.

Una voz grave y serena se escuchó desde la penumbra:

—Tus padres ya no están, niño... —un hombre misterioso estaba sentado en una silla de madera, sosteniendo una botella de whisky en una mano—. Yo los maté.

Dicho esto, se llevó la copa a los labios, bebiendo con calma mientras su mirada sombría se clavaba en el vacío.

—Tu padre tenía deudas... —continuó, con una sonrisa cínica—. Tu madre, pobre mujer, se esforzó demasiado tratando de vender su cuerpo en bares de mala muerte, pero ni con eso logró cubrir lo que debía. Así que no me dejaron otra opción que acabar con sus miserables vidas.

El hombre soltó una carcajada burlona.

—Pero, mira nada más, aquí estoy hablando con el fruto de su "gran amor". Maldición, niño, hace cuánto que no comes algo… Estás en los huesos.

El pequeño, tembloroso y con lágrimas en los ojos, levantó la cabeza.

—¿De qué te ríes? ¿Qué es lo gracioso? —su voz era débil pero llena de rabia—. Yo... mi madre... mi padre... ¡Ya no tengo nada! Dime... ¿Voy a morir?

Un profundo ruido estomacal interrumpió sus palabras. El hombre dejó de reír, observándolo con una mirada penetrante. Las heridas y los moretones en el cuerpo del niño no pasaron desapercibidos.

—Supongo que tengo que matarte —dijo con frialdad—. Lo último que necesito es que un cabo suelto crezca, venga por mí y cobre venganza. Pero no te lo tomes a mal, niño... Esto es estrictamente profesional.

Un sonido extraño interrumpió el momento, y el hombre resopló, molesto.

—Rayos, niño... Mira lo que ocasionaste. Ahora, ¿cómo podré matarte si tengo hambre?

El niño, inesperadamente, soltó una carcajada, débil pero sincera.

—Así que, ¿te resulta graciosa la situación en la que te encuentras, mocoso? —preguntó el hombre, levantándose con calma y dirigiéndose hacia la salida del salón en ruinas.

—Ven, acompáñame. Comerás tu última cena y después terminaremos con esto.

El niño lo siguió de inmediato, con una sonrisa y lágrimas en los ojos.

—¿Comida? ¿Vas a darme comida? —preguntó, emocionado.

—¿Cuál es tu nombre? —inquirió el hombre, sin mirar atrás.

—Takeshi... Takeshi Oni.

El hombre se detuvo y, mirando al cielo, soltó una carcajada.

—Vaya, qué nombre más feo tienes, mocoso. Mi nombre es Hideo Kurogane, pero muchos me llaman "El Don". A partir de ahora, trabajarás para mí. Tú y tu miserable vida me pertenecen. Más te vale serme útil, porque no dudaré en acabar contigo si ya no me sirves para nada.

Al escuchar esas palabras, Takeshi solo asintió.

—Bien. Ahora, elige qué quieres comer.

Un ruido seco interrumpió los recuerdos de Takeshi, quien despertó sobresaltado. Una de las botellas de whisky había caído al suelo, rompiéndose en mil pedazos.

—Mierda... ¿Qué hora es? —gruñó mientras se llevaba una mano a la cabeza—. Ahhh... Mi maldita cabeza me duele.

La puerta de la oficina se abrió de golpe, y Mizuki entró con paso firme.

—¡Maldita sea, Takeshi! Mira el desorden que has hecho... ¡Eres un asco!

—Mizuki... —respondió Takeshi con voz ronca—. Hoy no estoy de humor para tus sermones matutinos. Dime, ¿qué hora es?

Mizuki señaló con su dedo el viejo reloj desgastado en la pared.

—Ya está por amanecer, maldito borracho. Es hora.

Takeshi maldijo por lo bajo mientras se levantaba tambaleante de su silla.

—Mierda... Iré a ducharme. Espérame en el vestíbulo y dile a los guardias que despierten a las seleccionadas. Que las dirijan al vestíbulo.

Antes de salir, Takeshi lanzó una última mirada al viejo reloj en la pared.

—El tiempo es oro, Aika... Espero que estés lista.

Una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro mientras soltaba una risa perturbadora que hizo que Mizuki se estremeciera ligeramente.

—Que comience el juego —dijo Takeshi, desapareciendo en dirección al baño.

La noche seguía su curso en el distrito Takahara, con las nubes grises extendiéndose como un manto ominoso sobre la ciudad. Aunque la lluvia era apenas un susurro, su presencia se sentía como el preludio de algo inevitable.

En una pequeña posada, las luces tenues iluminaban la habitación donde Aika aguardaba. Su mente era un torbellino de pensamientos, repasando cada detalle del plan que había ideado junto a Kaito.

—¿Estás lista para esto? —preguntó Kaito desde el otro lado de la mesa, con un tono serio mientras revisaba una vieja libreta llena de anotaciones y mapas de la residencia Kurogane.

Aika, sin mirarlo directamente, respondió en un susurro:

—No tengo otra opción... Si queremos que esto funcione, debo estar preparada para cualquier cosa.

Kaito se levantó y caminó hacia ella, colocando una mano firme sobre su hombro.

—Recuerda, Aika, no importa lo que pase ahí dentro, tu prioridad es mantenerte con vida. No intentes ser una heroína.

Ella alzó la mirada, encontrándose con los ojos de Kaito, que estaban llenos de preocupación.

—Lo sé —dijo con un leve temblor en su voz, aunque su expresión intentaba mantenerse firme—. Pero alguien tiene que hacerlo... Si no yo, ¿quién más?

Un silencio pesado llenó la habitación, interrumpido únicamente por el sonido de las gotas de lluvia golpeando contra la ventana.

—Bien... —dijo Kaito finalmente, alejándose para recoger un pequeño comunicador que estaba sobre la mesa—. Este dispositivo es tu única conexión conmigo. Úsalo solo si es absolutamente necesario.

Aika asintió, tomando el comunicador con cuidado mientras sentía cómo el peso de la responsabilidad se hacía más real con cada segundo que pasaba.

—Nos veremos pronto, Kaito... Lo prometo.

Sin responder, Kaito simplemente observó cómo Aika salía de la habitación, con la lluvia envolviendo su silueta al desaparecer en la noche.

En otro lugar del distrito, mientras Takeshi terminaba su tercera botella de whisky, Mizuki revisaba los registros de las seleccionadas. Los engranajes del destino comenzaban a girar, preparando el escenario para el enfrentamiento inevitable que estaba por venir.

Kaito se dejó caer lentamente sobre la cama, sus pensamientos sumidos en un mar de dudas y estrategias. A pesar de las heridas que aún marcaban su cuerpo tras su último enfrentamiento, su mente no encontraba descanso. Cada latido de su corazón, cada punzada de dolor en sus costillas, le recordaban lo lejos que estaba de cumplir su misión.

Con los dedos entrelazados, comenzó a repasar mentalmente los hilos que necesitaba tejer para construir un plan efectivo y acabar con el sindicato. Sin embargo, una sensación incómoda lo atormentaba, una incertidumbre que no podía ignorar. Miró por la ventana de la pequeña habitación en la que se encontraba. La lluvia golpeaba el vidrio, formando pequeños riachuelos que distorsionaban la vista del exterior. Su mirada, cargada de frustración, parecía buscar respuestas en el horizonte nocturno.

—Aika... —susurró, sabiendo que en ese momento ella estaba siendo puesta a prueba en el club Edén. La impotencia de no poder estar a su lado lo carcomía por dentro.

De pronto, un sonido rompió el silencio: tres golpes secos en la puerta de la entrada. Kaito giró la cabeza rápidamente, su cuerpo tensándose como un resorte. Sin perder tiempo, deslizó su mano bajo la almohada y sacó una de sus pistolas, lista para disparar ante cualquier amenaza.

Se quedó inmóvil, observando la puerta fijamente, escuchando con atención cada detalle. Pasaron apenas unos segundos, pero cada uno se sintió como una eternidad. La silueta que proyectaban las luces del pasillo detrás de la puerta desapareció de forma repentina. Kaito esperó unos minutos más, calculando el riesgo de que se tratara de una trampa.

Finalmente, con pasos cautelosos, se acercó a la puerta. Mantuvo su arma en alto y la abrió lentamente, preparado para cualquier eventualidad. Sin embargo, lo que encontró lo dejó desconcertado: un paquete pequeño, perfectamente sellado, y aparentemente dejado por alguien que conocía muy bien sus movimientos.

—¿Un paquete? —murmuró, con desconfianza.

Recogió el objeto y cerró la puerta tras de sí, asegurándose de colocar el pestillo. Luego, dejó el paquete sobre la mesa y, con cuidado, comenzó a abrirlo. Lo primero que vio fue una vieja libreta, cubierta de polvo y con anotaciones escritas a mano. Las páginas contenían información valiosa: los horarios y cambios de guardias de los hombres de Kurogane, junto con un mapa detallado de la residencia del líder del sindicato.

Sin embargo, lo que realmente capturó su atención fue una carta que yacía entre los objetos. Estaba sellada con un símbolo que le resultaba familiar, uno que lo llenó de nostalgia y, al mismo tiempo, de inquietud. Rompió el sello y desplegó el papel, leyendo las palabras que contenía:

"Kaito... Esta es la primera y única carta que te escribiré. Espero que tus huesos no estén del todo rotos y puedas cumplir con el objetivo. Te daré una pequeña ayuda por si tu querida amiga llega a morir. Dentro encontrarás unos mapas y una libreta con anotaciones valiosas que debes leer con extremo detalle. No es que no confíe en tu noviecita, pero hay algo en ella que no me termina de convencer. Recupera tus fuerzas pronto, y con esto, queda saldada la deuda de aquella vez."

—Así que eres tú... —murmuró Kaito, apretando la carta en su mano mientras recordaba el rostro de la persona que, en el pasado, le había salvado la vida.

Sus pensamientos se detuvieron por un momento. Si bien las palabras de la carta y el contenido del paquete le ofrecían una oportunidad para avanzar, también confirmaban una verdad incómoda: alguien estaba observándolos de cerca, mucho más cerca de lo que imaginaba.

Guardó la libreta y el mapa en su mochila, pero no sin antes lanzar una última mirada a la carta. La dejó sobre la mesa y apagó la luz de la habitación, consciente de que el tiempo era oro. Mientras se recostaba nuevamente sobre la cama, una sola frase resonaba en su mente, grabada como fuego:

"El juego ya comenzó, Kaito. Y no tienes margen para perder."