—¡Mgh! — Lentamente, siento la conciencia regresar a mí como un torrente débil y distante. Mis ojos se abren poco a poco, desorientados, y me doy cuenta de que me encuentro acostada en el mismo lugar donde estaba reflexionando antes de perderme en mi respiración. Mi vista se eleva hacia el cielo, pero es un cielo completamente negro, sin estrellas, sin luna, solo una extensión infinita y abrumadora de sombra. Miro al costado, hacia la tierra, que parece haber perdido vida y color, apagada, como si algo en este lugar estuviera robando hasta el último aliento de luz.
A medida que me acostumbro a esta penumbra, noto que mis sentidos están agudizados, como si escuchara el silencio mismo. Es un sonido sombrío, ahogado, en el cual apenas distingo una voz llamándome. La voz se escucha distante y distorsionada, como si intentara atravesar una barrera intangible. Siento la urgencia en esa voz, pero estoy agotada, incapaz de moverme o de pensar en nada más que en este cansancio abrumador. Cierro los ojos de nuevo, rindiéndome ante el agotamiento. "Estoy exhausta", pienso antes de caer de nuevo en un sueño profundo.
Al cerrar los ojos, las sombras se transforman y se abren paso a un paisaje onírico. En mis sueños aparecen figuras conocidas: Era, el Rey Lich, Lilia y una pequeña niña con el cabello alborotado y la ropa en desorden. Están todos alrededor de mí, mirándome con expresiones de preocupación que me transmiten una sensación de paz inesperada, un refugio en medio de tanta oscuridad. Pero entonces, esta paz comienza a desvanecerse cuando siento cómo algo frío y oscuro envuelve mi cuerpo y empieza a sacudirme, como si intentara arrancarme de mi refugio.
Honestamente, no tengo la más mínima disposición para lidiar con esto, así que, ignorando el agarre de la oscuridad, dejo que mi mente vuelva a ese sueño tranquilo. Sin embargo, la oscuridad, como si entendiera mi desafío, redobla sus esfuerzos. Puedo sentir su presiónse incrementar, sus oscuros brazos apretándose con una fuerza que parece desesperada, tratando de imponerse. Resoplo internamente y me imagino usando la magia de purificación más intensa que puedo concebir sin pronunciar ningún cántico. Visualizo cómo esa energía debería repelerla, purificarla, obligarla a retirarse, pero siento cómo mi magia simplemente resbala sin tener ningún efecto. La oscuridad permanece imperturbable y, como si respondiera a mi esfuerzo fallido, percibo una risa burlona que resuena en el ambiente.
"Agh, qué fastidio", me digo, dejando que una leve irritación aflore. Sin pensarlo mucho, permito que mi sombra comience a expandirse en un acto reflejo, deslizándose sobre el suelo y cubriendo todo lo que me rodea, envolviéndolo en una negra aún más profunda. Ahora, no queda nada salvo mi sombra y aquella oscuridad, encerradas en un duelo silencioso. Observa cómo la oscuridad, antes del desafío, empieza a retroceder; su actitud burlona se convierte en un pánico palpable. Tiembla, retrocede y se agazapa en una esquina, sin poder escapar. Me doy cuenta de su terror, y por un momento considero darle fin. Molesta, intensifica mi sombra, haciéndola más densa, hasta que siento cómo esa oscuridad empieza a comprimirse bajo su peso. Entonces, entre débiles gritos de pánico, la oscuridad comienza a implorar por clemencia.
"¿Qué deberías hacer?" Pienso en silencio, mientras aumenta poco a poco la presión. Con un ligero esfuerzo más, podría extinguirla, pero... ¿es correcto? Suspiro. No tengo el menor deseo de eliminarla ahora mismo, así que finalmente relajo mi agarre. La oscuridad permanece atrapada dentro de mi sombra, todavía vulnerable. No pienso dejarla escapar.
En un descuido mío, la oscuridad se transforma en algo similar a una lanza, o quizás un taladro, y se lanza directamente hacia mí, su punta apuntando a mi pecho con una intención letal. Permanezco impasible y levanto un dedo, deteniendo su avance con facilidad. El impacto se disuelve al tocar mi piel. La oscuridad parece sorprendida, como si no hubiera anticipado mi reacción. Frustrada, intento dispersarla con un solo movimiento de mi dedo, enviándola lejos y destrozándola en varios fragmentos, aunque puedo ver cómo, poco después, intenta reagruparse nuevamente.
"Será molesto si logra reunirse otra vez", pienso con una pizca de aburrimiento. Aprovecho el control que tengo sobre mi sombra para dividirla en fragmentos pequeños y dispersarlos en direcciones opuestas. Al final, me acomodo en una silla improvisada de oscuridad, desde donde puedo observar esos fragmentos mientras titilan en su esfuerzo por reorganizarse.
—¿Quién eres o qué eres? —le pregunto, consciente de que esto, sea sueño o realidad, está lejos de ser una simple ilusión. Algo en esta oscuridad es diferente. No responde, limitándose a temblar, y vuelve a intentar escapar. Pero la retengo firmemente, repitiendo mi pregunta. Activo la [Voluntad Lunar] para forzar una respuesta, pero en cambio siento que se me permite emplear solamente la [Voluntad Inquebrantable]. No importa. Permito que una pequeña fracción de mi intención asesina impregne el ambiente, y pregunto por última vez.
Esta vez, mi intención asesina tiene un efecto inmediato. La sombra, que antes temblaba como gelatina, se endurece, como si estuviera hecha de metal afilado y tenso, en estado de alerta total.
De pronto, un sonido desgarrador comenzó a resonar en todo el lugar. Era… ¿Era como… el llanto de un niño? Ese sonido inesperado y desgarrador me tomó desprevenida. En un solo segundo, dudé, y la oscuridad aprovechó esa vacilación para empezar a reagruparse. Mientras se formaba, ya me estaba preparando para acabar con ella, pero entonces tomó la forma de un niño pequeño, un niño que se acurrucaba y lloraba aún más fuerte.
—¡Bwaaa, por favor, no me elimines! —gritó el niño entre sollozos.
"Uf, qué molesto…" pensé. Su llanto no solo era molesto, sino que despertaba una parte de mí que odiaba ver una figura tan vulnerable. Sin embargo, no iba a permitir que manipulara mis emociones. Me crucé de brazos y le respondí en un tono seco:
—Está bien, está bien, no te eliminaré. Pero ¡deja de llorar de una maldita vez!
Sin embargo, en lugar de calmarse, el niño me observó y, con expresión dolida, empezó a formar nuevas lágrimas en sus ojos. Su llanto aumentó, y se enfrió con una voz temblorosa:
—¡Bwaaa! ¡Eres una mentirosa! — Y comenzó a llorar aún más fuerte, como si intentara perforar mis oídos.
—Ugh… si no te callas para la cuenta de tres, te eliminaré sin dudarlo —dije, agotando mi paciencia. Empecé a contar lentamente—. Una… dos…
Mientras pronunciaba el segundo número, mi sombra se preparaba para abalanzarse sobre él como una trampa letal. Pero antes de que contara "tres", el niño se detuvo de golpe y adoptó una postura de dogeza, arrodillado con la frente en el suelo en señal de súplica.
Me crucé de brazos y solté un suspiro. Al menos había aprendido rápidamente que no estaba de humor para juegos infantiles.
—Entonces… ¿quién eres? —pregunté, mirándolo con indiferencia mientras él seguía acurrucado, temblando.
El niño levantó la vista lentamente, sus ojos llenos de miedo y con una expresión tensa en su rostro.
—N-no puedo decir quién soy exactamente… —murmuró, como si intentara esquivar la pregunta.
Mis ojos se entrecerraron, y una pequeña sonrisa fría se dibujó en mis labios.
-¿Oh? ¿Es así? —Mi intención asesina comenzó a filtrarse en el aire, como una presión invisible que poco a poco asfixiaba el entorno. La expresión del niño se llenó de terror, y sus ojos temblaban al enfrentarme.
—¡S-Soy el hijo del monarca de los espíritus! ¡N-no puedes dañarme! —bramó la figura, como si intentara sostener alguna autoridad con su débil voz.
—¿Decías? —Mi voz sonaba más baja y peligrosa mientras apretaba mi agarre sobre la entidad. El niño de sombras empezó a ahogarse, y su forma comenzó a tambalearse mientras le faltaba el aire. Sin embargo, no afloje la presión. Mi paciencia se agotaba rápido, y mi tono era cada vez más frío.
—¿Qué haces aquí, entonces? —inquirí, ejerciendo aún más presión y mirando cómo su forma infantil comenzaba a distorsionarse bajo la fuerza que ejercía.
—Yo… yo solo estaba de paso… —respondió el niño, esforzándose en articular las palabras con dificultad.
—¡Mientes! —Alcé la voz, desatando toda mi intención asesina, incrementando la fuerza de mi agarre. La forma del niño finalmente sucumbió y se disolvió, revelando la masa original de oscuridad, una sustancia viscosa y retorcida que se sacudía y contorsionaba.
La oscuridad luchaba con desesperación, tratando de liberarse, pero cada vez se le hacía más difícil moverse. No permitiría que escapara tan fácilmente. Tenía que hacerle creer que, en cualquier momento, podía destruirlo.
—¡Di la verdad o muere! —dije, exudando una presión asesina que llenó el lugar de una tensión helada y opresiva. La masa de oscuridad comenzó a segregar charcos de sí misma, extendiéndose en un esfuerzo inútil de escapar mientras gritaba, desesperada:
—¡Está bien, está bien! ¡Te lo diré! ¡Solo intentaba recuperar mi fuerza!
-¿Oh? — Solté un suspiro lento y controlado, sin relajar en ningún momento mi fuerza. Luego añadí, en tono frío—: Entonces, si solo estabas recuperándote, ¿por qué estás aquí?
La sombra se quedó quieta por un momento, como si meditara su respuesta, y luego habló en un tono tembloroso.
—S-solo quería un lugar que me brindara cobijo mientras me recuperaba…
Había algo en su voz que parecía... convincente. Era casi hipnótico, como si mis pensamientos estuvieran siendo manipulados, inclinándose a aceptar sus palabras sin cuestionar. La sensación era tan sutil, tan envolvente, que por un instante me sentí tentada a creerle…
—Ya me estás colmando la paciencia, ¿sabes? —le dije en un tono frío —. Si me sigues mintiendo, no tendré repararos en eliminarte. ¿Entiendes?
Mis palabras hicieron mella; el espíritu oscuro, aparentemente tan mentiroso hasta hace unos segundos, se quebró. Su actitud tonta se desmoronó, y comenzó a soltar todo lo que me interesaba saber: sí, era el hijo del monarca de los espíritus, y sí, buscaba recuperarse. Sin embargo, lo que me inquietó fue su plan inicial: absorberme para restaurarse, tomando ventaja de mi supuesto "estado de muerte" para hacerlo sin resistencia. Pero lo que no había previsto era que mi voluntad sobrepasara la suya, frustrando sus intenciones.
Aún sentado en mi trono de sombras, juego con la idea de eliminarlo.
—Mmm… ¿Qué haré contigo? —murmuré, finciendo deliberación—. ¿Deberías acabar contigo rápido… o tal vez le-le-lento…? —Mi tono burlón resonó en la penumbra, y la entidad parecía estremecerse, sudando frío. Su rostro cambió, y comenzó a suplicarme con desesperación.
—¡E-espera! ¡Si me liberas, puedo darte todo lo que tengo! ¡Soy el hijo del monarca de los espíritus, y si me matas, una marca de rencor quedará grabada en ti! ¡Todos los espíritus te perseguirán! —gritó en un intento de negociar, desesperado y claramente temeroso.
Sus palabras sonaban convincentes, pero mi desconfianza seguía siendo fuerte.
—Y ¿cómo voy a estar segura de que cuando te libere no vas a escapar? —pregunté, sin dejar de mirarlo con frialdad.
—¡P-puedo ofrecerte mi bendición y sellar un contrato contigo! —suplicó la sombra, con la voz temblando. Al escuchar la palabra "contrato", mi atención se intensificó. Sabía que un contrato con un espíritu era un acuerdo poderoso, no tanto por su complejidad mágica, sino porque implicaba un juramento de vida y un compromiso irrompible entre ambas partes. Además, una bendición espiritual era un regalo raro y poderoso, aunque por alguna razón aún no terminaba de convencerme del todo.
Levanté una ceja, aparentando desinterés.
—Un contrato, dices? —repetí con indiferencia. Pero en realidad, mi mente evaluaba las implicaciones. En un contrato, ambas partes deben cumplir estrictamente las reglas acordadas, y una falta a estas puede acarrear consecuencias graves, incluso mortales.
Aún sin decidir, aflojé levemente mi agarre, y la oscuridad, ahora en su forma de niño, pareció relajarse y hasta esbozó una sonrisa de alivio.
—Entonces, prosigamos —dije finalmente, con un tono que mezclaba el desdén y la aceptación.
El espíritu, al escuchar mi afirmación, casi saltó de felicidad. Se apresuró en crear la magia del contrato: una esfera brillante con intrincados círculos mágicos girando dentro de ella. Observé con curiosidad, invocando discretamente la habilidad de "[Analizar]" sobre la magia que tenía frente a mí. Para mi sorpresa, recibí una notificación:
Felicidades, la habilidad [Analizar] ha subido a nivel 8. Se hace más fácil examinar las características de los objetos.
"Nivel 8, uh, se me había olvidado que estaba en el nivel 7…" Pensé, y luego cambié mi atención a la descripción del contrato. El texto me anunciaba que, en este tipo de pacto, el usuario A se subordinaba totalmente al usuario B, con una obediencia absoluta al poseedor de la mayor reserva de maná entre ambos.
—Oh… qué interesante —murmuré mientras verificaba nuestros niveles de maná. El espíritu tenía alrededor de 12.000 de maná, mientras que yo contaba con unos 16.000. Parecía que había subestimado mis reservas, asumiendo que debido a su alto nivel sería capaz de dominarme, o bien pudo ser por desesperación.
Consciente de la ventaja que tenía, decidió seguirle el juego. Asentí con calma, dejando que él pensara que estaba completamente confiada en el contrato.
—Antes de sellarlo, deberíamos establecer las reglas —dije, y pude notar su pequeño nerviosismo. Si este espíritu pensaba engañarme, no se lo haría tan fácil.
Establecimos las reglas fundamentales: no hacernos daño mutuo, no atacarnos ni por la espalda ni directa o indirectamente, y prohibir cualquier manipulación que afecte mi estado de conciencia. Incluí también una cláusula específica: él debía concederme su bendición y no podía revelar información alguna sobre mí a menos que yo se lo indicara. Lo observé con detenimiento, mientras asentía rápidamente a cada condición que yo imponía, con una sonrisa que intentaba ocultar sus verdaderas intenciones.
Finalmente, al parecer satisfecho, procedimos a sellar el contrato.
En el momento en que la esfera de contrato se disolvió entre ambos, el espíritu mostró una expresión de extremo éxtasis. Comenzó a reírse, primero suavemente, luego en un crescendo que resonaba en toda la negra que nos rodeaba. Su risa era burlona, insolente, como si hubiera triunfado en alguna artimaña oculta.
—¡Jajajaja! ¡Qué ingenua eres! —exclamó, incapaz de contenerse—. ¿Realmente pensabas que te estabas beneficiando? Este contrato estaba maldito desde el principio. ¡Ahora estás totalmente sometida a mi voluntad!
Mantuve mi expresión impasible, observándolo en mientras él continuaba con su areng, completamente ajeno a que mi maná superaba al suyo y que, en silencio realidad, yo era quien poseía el control absoluto en esta unión. Su risa se tornó más frenética, y, finalmente, le responde con una sonrisa calmada.
—Oh, ¿en serio? —repuse en un tono gélido, sin apartar mis ojos de él. —Entonces ¿qué debería hacer? — Le pregunté sin emoción alguna.
Ante mi total falta de interés, el espíritu me miró con ojos llenos de odio y con una voz calmada respondió: —Como primera orden, apuñálate esa aborrecible cara tuya—
Respondí con un "Sí" desanimado, dejando que mi tono transmitiera un claro desinterés, y luego agregué, con un toque de burla en la voz:
—¿Y después? ¿De casualidad no quieres que te sirva café o té también?
El espíritu se detuvo en seco, y su confianza comenzó a desmoronarse. Tembló visiblemente, retrocediendo mientras su mirada buscaba desesperadamente alguna salida en la oscuridad que nos rodeaba. Sus ojos reflejaban el pánico puro, incapaz de comprender cómo la situación había dado un giro tan abrumador.
— ¿Qu-qué? ¿Por qué sigues avanzando? —Su voz tembló, y el terror verdadero se dibujó en su expresión. Cada paso mío lo obligaba a retroceder, como un depredador acorralando a su presa. Estaba atrapado en la red que él mismo había creado, y el pavor comenzó a desbordarse en su rostro. Mi mirada lo penetraba, fría e implacable, hasta que lo tuve justo donde quería, completamente sometido.
Me incliné levemente hacia él, dejando que nuestras miradas se encuentren de cerca. Podía ver sus intentos desesperados por mantener la compostura, pero su terror era palpable, y un mínimo susurro se escapó de mis labios, cargados de intención.
—Aquí —dije lentamente— quien tiene el control soy yo. Si sabes lo que te conviene, arrodíllate y ladra como un buen perro.
Mi voz era apenas un murmullo, pero lo suficientemente clara para que captara cada palabra. Vi cómo sus pupilas se dilataban y cómo sus temblorosas manos buscaban apoyo en el aire, sin encontrar nada en qué aferrarse. Sabía que no tenía escapatoria. La sombra, que antes se manifestaba en su semblante orgulloso, se desmoronaba mientras su cuerpo, obedeciendo el peso de mis palabras, comenzaba a bajar lentamente, hasta quedar de rodillas.
Por un momento dudó, sus labios temblaron en un vano intento de resistirse, pero finalmente, incapaz de soportar la presión que ejercía sobre él, transmitiendo un débil y lastimoso ladrido, como un eco de sumisión absoluta.
No pude evitar sonreír. Esto… Esto es raro, ¡Así no soy yo, os lo juro!