Nunca existió mujer como la delicada Helena.
Que proveniente de la espléndida Villa seda,
Atrajo la envidia de incontables muchachas,
Y atrajo suspiros de numerosos pero salvajes
Muchachos.
Helena había cumplido su veintena de años,
Y cuando vivió en Villa seda toda su vida,
Apenas había tenido la bendición de conocerla.
Nada se comparaba a nada, ni a la estrella más lejana,
Ni al río más cristalino, ni a la milpa más pura que crece,
La Tierra misma suspiraba cada que ella pisaba, roce y roce,
Las ramas y arbustos se estrujen en ellas mismas mientras ella,
Solemne como siempre, caminaba, como dulce doncella.
Fue el día donde hasta el cielo lloró, que Helena me fue arrebatada
Por brazos angelicales; la lluvia hundía los campos, la milpa y las
Ardillas imploraban por la seguridad de sus nueces y crías.
Pero al anochecer del tercer día, desde la ida de Helena, no impidió el ultraje,
El terrible crimen que algún vivo podía hacerle a la doncella más dulce de Villa seda.
Pero la noche era penumbrosa, las nubes tapaban los astros, la luz menguaba,
Los charcos formaban ciclos y redes laberinticos; los coyotes aullaban por auxilio,
Pero el ladrón de la misma Helena, perdido entre el barro y el agua, no le impidió
Alzar el cuerpo de Helena; su maldad no conoció limites hasta que un estruendo después,
Se anuncio se desgarrador final de aquel hombre.
Helena había perdido su belleza, su inocencia, y su pureza.
La doncella ultrajada por el osado, ni en velo mortal encontró raciocinio.
El malvado villano giró su cabeza y corrió, corrió porque ya no había
Pureza que pervertir, pues lo que Helena paso de convertirse tras muerte, llegó
Como moscas orbitando; mensajeras de la descomposición, y revivir anegado.
Aquella vez, Helena fue vista, solo como memoria, pues lo que fue su cuerpo
Era de mujer, a insecto, a bestia, y finalmente a la inefable constitución de lo putrefacto,
De lo vil y horroroso. Pura perversión del cuerpo y alma.
Desde entonces, nunca más supieron del frío cuerpo de Helena.
Aunque el ultrajador vivió, vivió hasta sus últimos días con el sonido delator de las moscas,
Y en sueños, la belleza de la doncella más preciada de villa seda, quedo como sopor,
Como sopor de lo más abominable de la existencia.
Y debajo de los tablones del villano,
Llegará el día en que las moscas salgan de la tierra en llanto.