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Chapter 3 - El demonio de la orquesta

Los plebeyos se regocijaban hasta el pulcro 

Sentimiento de felicidad perversa, pues pese a todo, 

Nunca más tendrán preocupaciones al escuchar la música 

Provenientes de las colinas más alejadas de cualquier 

Civilización. 

 

La orquesta se llegaba a escuchar desde el punto más alto 

De aquella colina, incluso las pisadas de millares de apéndices 

Estampan la tierra, vibran en las hojas, y las ondas persistentes 

Confunden a las migrantes aves bicolor. 

 

Aun así, había espacio para sabático con júbilo incluido, 

Pues todos celebraban por el éxtasis del floreciente canto 

Tan chirriante, que a cada osado de cantar se le derrite la garganta; 

¿Pues que más esplendida cosa cósmica existiría?, 

Si en primer lugar no existiera la sinfonía, la musicalidad, y la 

Suso chida del éxtasis sonoro que colma al universo. 

 

Pues ahí nos encontrábamos todos, los brindis chocan con tal 

Energía que los vidrios y cerámicas se vuelven frágiles; la gula, 

La lascivia; y el agotamiento y la pereza y la adicción se vuelven 

Ciclos tortuosos para los débiles de cuerpo y alma; para los resignados 

A su pasiva vida, el sonido de la orquesta los agazapa, 

Para los agazapados, la música de las colinas es en alegría suprema. 

 

El alba asciende, y los salvajismos primitivos veneran con sueños 

A aquellos que descienden de las colinas, 

Aquellos que los han visto han visto a la musicalidad en plena forma, 

Al pecado físico de la pereza, y a la aceptación misma de su aura. 

 

Cuando el inenarrable demonio de la orquesta marcha con sus sapos 

Y cigarras detrás de él; cuando sus progenies siguen sus arrastradas 

Pisadas delgadas; es cuando simples mortales comprenden la grandeza 

De sus tragedias, y las pésimas recompensas por errores propios; 

Pues el mismo demonio de la orquesta nos recompensa por ser miserables en vida.