Los plebeyos se regocijaban hasta el pulcro
Sentimiento de felicidad perversa, pues pese a todo,
Nunca más tendrán preocupaciones al escuchar la música
Provenientes de las colinas más alejadas de cualquier
Civilización.
La orquesta se llegaba a escuchar desde el punto más alto
De aquella colina, incluso las pisadas de millares de apéndices
Estampan la tierra, vibran en las hojas, y las ondas persistentes
Confunden a las migrantes aves bicolor.
Aun así, había espacio para sabático con júbilo incluido,
Pues todos celebraban por el éxtasis del floreciente canto
Tan chirriante, que a cada osado de cantar se le derrite la garganta;
¿Pues que más esplendida cosa cósmica existiría?,
Si en primer lugar no existiera la sinfonía, la musicalidad, y la
Suso chida del éxtasis sonoro que colma al universo.
Pues ahí nos encontrábamos todos, los brindis chocan con tal
Energía que los vidrios y cerámicas se vuelven frágiles; la gula,
La lascivia; y el agotamiento y la pereza y la adicción se vuelven
Ciclos tortuosos para los débiles de cuerpo y alma; para los resignados
A su pasiva vida, el sonido de la orquesta los agazapa,
Para los agazapados, la música de las colinas es en alegría suprema.
El alba asciende, y los salvajismos primitivos veneran con sueños
A aquellos que descienden de las colinas,
Aquellos que los han visto han visto a la musicalidad en plena forma,
Al pecado físico de la pereza, y a la aceptación misma de su aura.
Cuando el inenarrable demonio de la orquesta marcha con sus sapos
Y cigarras detrás de él; cuando sus progenies siguen sus arrastradas
Pisadas delgadas; es cuando simples mortales comprenden la grandeza
De sus tragedias, y las pésimas recompensas por errores propios;
Pues el mismo demonio de la orquesta nos recompensa por ser miserables en vida.