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Chapter 6 - Enemigo público

Retomando su camino, vash corrió, corrió y siguió sin parar, asta llegar a casa no entendía que pasaba su pecho, dolía el sudor recorría su frente, su respiración sonaba irregular.

Cagliostro jamás había escuchado ese nombre, pero si hablaba de dios tan ala ligera no era bueno. Josef siempre deliro con ese tema mientras experimentaba con él y otros prisioneros.

-Q-q-qué carajo pasa-se detuvo detrás de un muro de una casa, ya casi había llegado a su hogar, los sueños que tenía no habían parado desde hace noches y se fue al mismo bosque donde siempre le gustaba estar solo.

-Rojo (espacio) debí arrogárselo a la cara- murmuro esperando a que su cuerpo se relajara.

Vash llegó a su hogar, el corazón acelerado, como si algo lo estuviera esperando. Las sombras al atardecer alargaban las figuras de los objetos alrededor, y el aire cargaba una tensión extraña. No podía explicar por qué, pero su intuición le decía que algo estaba por suceder, algo que marcaría un giro definitivo en su destino. La puerta, normalmente abierta, estaba cerrada, y al empujarla, un crujido seco resonó en el aire.

Vash llego a casa esperando ver a su madre, su padre y amiga, pero al entrar todas las luces estaban apagadas, nadie parecía responder cuando llamo.

-¿Madre Issa.... Lily?-

Recorre su hogar hasta que en una esquina logra ver algo.

*Latido*

hay algo en el suelo.

*Latido*

hay alguien tirado en el suelo.

-M-m-ma-dre-Era Isabela tirada en el suelo cubierta de manchas de sangre, vash se acerca lentamente, su mirada dilatada, algo se desmoronaba. -Ma-ma Maaah-trato de hablarle, pero ella no respondía su voz, no se dignó a salir.

Trato de darse la vuelta para ir por el teléfono y pedir ayuda pero.

*Romper*

Ni siquiera logro llegar a el cuándo escucho el biiiiiip del teléfono en el suelo.

Había sangre por todo el piso como si alguien hubiera arrastrado un costal por el suelo y el rastro se haya quedado. Junto a la mano que sostenía el teléfono sobre un gran charco de sangre yacía... Lily.

Con el permanente tono de llamada sonando sin contestar Lily, sus ojos estaban cerrados pero.

-!Li-l-l-ly!-ahora su mente se desconectó que había pasado... porque le estaba pasando esto.

Habrá sido ese hombre en el bosque.

-! ADY!-sin perder tiempo corrió al segundo piso, pero solo estaba a quien vio como su padre.

El hombre quien lo crio y acogió estaba tirado en la pared, su mano derecha sostenía una escopeta recortada de dos tiros, y su mano izquierda tenía dos casquillos de bala.

Ni siquiera tiempo le dieron para cargar su arma y defenderse.

Había sangre y más sangre.

"¿Quién fue capaz?"

-AAAAAAAAAAAHHHHHHHHGGGGGGGGGGGG- vash soltó un desgarrador grito, lágrimas habían estado cayendo de sus ojos sin darse cuenta.

Las voces en su cabeza empezaron a gemir y sollozar..... como si entendieran lo que sufría.

Se acercó a ady mirando como su ropa presentaba algunos rasguños y tenía un agujero en su pecho.

-Dio pelea incluso cuando sabía que perdería-susurro conteniendo el aura carmesí que bien podría destrozar toda la manzana a la redonda. Pero eso no solucionaría nada.

Su familia estaba muerta.

Un crujido se escuchó cerca de la ventana y apenas y logro reaccionar cuando un puno impacto contra él enviándolo a través de la casa directo al jardín.

Era alta, su cuerpo era humanoide, tenía alas en su espalda y líneas parecidas a runas. Su rostro era...…... . Parecía una escultura tallada en mármol sin imperfecciones, era pálido pero con un cuerpo definido y fuerte.

-! ¡Qué carajos eres!-logro gritar cuando otro ataque impacto de lleno en su abdomen, *escupir* sangre salió de su boca ante semejante golpe que lo envió lejos.

Se alzaba alta y majestuosa, con un cuerpo humanoide cubierto de líneas que parecían runas brillantes. Sus alas extendidas y su rostro, sin imperfecciones, parecían una escultura tallada en mármol pálido. Era una visión temible y poderosa.

Vash, con su corazón lleno de odio y furia, sabía que esta criatura podría ser la responsable de la muerte de su familia. Sus manos temblaban ligeramente mientras apretaba los puños, sus ojos llenos de una mezcla de dolor y determinación.

"¡Esta vez no escaparás, monstruo!", gritó Vash, su voz resonando en el aire nocturno. "¡Pagarás por lo que has hecho!"

-!¡ROJO!!-

Una esfera considerable salió disparada de su mano con una velocidad cegadora, sin embargo, la criatura desvío ataque con el agitar de su mano.

La explosión se dispersó en el aire.

Valkiria no respondió, sus ojos fríos y sin emociones se fijaron en Vash. Con un movimiento rápido y fluido, se lanzó hacia él. Vash apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando la criatura ya estaba encima de él, sus golpes cayendo con una precisión y fuerza implacables.

Vash levantó los brazos para bloquear el primer golpe, sintiendo el impacto resonar por todo su cuerpo. Se echó hacia atrás, esquivando un golpe descendente, pero Valkyria siguió con una patada giratoria que lo alcanzó en el costado, lanzándolo contra un árbol cercano.

Envío más golpes con sus puños directo contra la criatura, golpes que fueron bloqueados con la misma facilidad con la que lo repelió. vash levantó su pierna lanzando un golpe a su costado solo para que valkiria lo sujetara.

-Ghhh *escupir* un golpe atronador fue directo a su vientre y aun con la pierna sujetada valkiria lo arroja contra el suelo causando un gran crater.

"¡Maldita sea!", murmuró Vash, levantándose con dificultad. El dolor era intenso, pero su determinación era más fuerte. Corrió hacia la criatura, lanzando una serie de golpes rápidos con sus puños desnudos. Valkyria bloqueó la mayoría de los ataques con sus brazos, cada movimiento perfectamente calculado.

La criatura contraatacó con una ráfaga de golpes que Vash apenas pudo defender. Cada impacto lo debilitaba, pero se negaba a rendirse. Con un grito de furia, lanzó un puñetazo directo al rostro de Valkyria, solo para ver cómo esta atrapaba su puño en el aire.

-AAGGGGHH-su puño tembló ejerciendo poder y su hechicería nació cubriendo su puno con un aura roja que logro abrirse paso para impactar en el rostro de la criatura y enviarla lejos.

Mientras la criatura se cernía sobre él, sus alas creando una sombra amenazante.

"¿Es todo lo que tienes?", dijo Vash con una sonrisa desafiante, a pesar del dolor. "No me rendiré. ¡No mientras tenga aliento y mi cuerpo no este hecho pedazos!"

Valkyria lanzó un golpe descendente, pero Vash rodó hacia un lado, evitando el impacto por poco. Con esfuerzo, se levantó y lanzó una patada a la rodilla de la criatura, tratando de desestabilizarla. Valkyria apenas se movió, respondiendo con un puñetazo al estómago de Vash, que lo dejó sin aliento.

"¡Maldita sea...!", jadeó Vash, sintiendo que su fuerza flaqueaba. Pero no podía rendirse. No después de todo lo que había pasado. No después de perder a su familia.

Con un último esfuerzo, Vash reunió sus fuerzas y lanzó un puñetazo a la cabeza de Valkyria, seguido de una serie de golpes rápidos. La criatura, sorprendida por la ferocidad del ataque, retrocedió ligeramente.

"¡Esto es por mi familia!", gritó con su puno rebosante de energía, lanzo un golpe final con toda su fuerza. El impacto resonó en el aire, y por un momento, todo quedó en silencio.

*Estruendo*

El choque causó un cráter considerable que dejó a vash con su puno en el pecho de la criatura que empezaba a desvanecerse.

-! No, no, no, ¡no!- sujetó el cuello de esa cosa y concentró su conciencia-no escaparás si tienes alma tendrás información-gruñó entre dientes tratando de conseguir el alma de esa cosa y obtener información sobre lo ocurrido.

Pero no había alma que tomar.

La criatura abrió su boca en un grito silencioso para marchitarse y desaparecer.

Tiempo después

La lluvia caía en un torrente constante, empapando el suelo y creando charcos en el lugar donde Vash se encontraba de rodillas. Su cuerpo temblaba, no solo por el frío, sino por el dolor y la tristeza que lo consumían. Las lágrimas se mezclaban con la lluvia en su rostro mientras sollozaba, su corazón roto por la pérdida de su familia.

La policía había llegado al lugar, habían preguntado sobre el incidente, pero él no respondió. Después de haber matado esa cosa, uso azul (tiempo) para reparar la casa y el cráter.

Estuvo tentado en usarlo para traerlos de vuelta.....no funcionaría tan fácil.

Vash negó con la cabeza, incapaz de articular las palabras. El dolor era demasiado grande, y la realidad de la pérdida lo abrumaba. Los oficiales intercambiaron miradas, entendiendo que Vash no estaba en condiciones de hablar, era solo un joven que se encontró con una escena horrible. Lo ayudaron a ponerse de pie y lo llevaron a un lugar seguro, mientras comenzaban a investigar la escena.

Ya no hubo necesidad de volver a la escuela.

La familia de Lily de seguro lo odiará a él.

Días después, se organizó un funeral para la familia de Vash. El cielo estaba gris y la lluvia seguía cayendo, como si el mundo mismo llorara por la pérdida. Vash estaba solo, de pie, frente a las tumbas recién cavadas, su cuerpo empapado y su corazón pesado.

No había nadie más allí. Solo él, la lluvia y el dolor. Vash se arrodilló frente a las tumbas, sus manos temblando mientras colocaba flores sobre la tierra mojada. Las lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con la lluvia.

"Ady Morpheus US Ejercito WWII"

Marzo 4, 1923s

Febrero 7,1960s

"Isabella Morpheus"

Abril 22,1926

Febrero 7,1960s

"Lo siento... lo siento tanto," murmuró, su voz quebrándose. "No pude protegerlos. No pude salvarlos."

El viento soplaba suavemente, llevando sus palabras al vacío. Vash se quedó allí, sollozando en silencio, su corazón lleno de culpa y tristeza. Sabía que nunca podría olvidar esa noche, y que el dolor de perder a su familia lo acompañaría siempre.

Una tumbas mas alejada estaba el nombre de Lily. apretó los puños de rabia, la policía dijo que investigaría pero.

No habia nada que investigar lo que le arrebató su familia no era algo convencional. y ahora que se calmó un poco recordó vagamente esos sellos que la criatura tenía en su cuerpo.

Runas

"Rune schrift"

Y conoció al bastardo que siempre hablaba de ellas.

-Josef- fue un murmuro amargo, un mal presagio el ya había notado su presencia. Pensó que se iría si la ignoraba.

La lluvia continuaba cayendo, y Vash permaneció en el cementerio, solo con su dolor y sus recuerdos. Aunque estaba solo, sabía que debía seguir adelante, encontrará al responsable y proteger a aquellos que aún podía salvar.

Nunca deben meterse con un hombre amable.

El cielo rugió cuando el llanto de un joven cayó en la tierra.

El viento cortante de una noche neoyorquina se filtraba a través de las grietas de los edificios de Manhattan, donde las luces titilaban y el eco de la ciudad parecía nunca cesar. En una de las sombras más profundas, donde el resplandor de los faros apenas alcanzaba, Vash caminaba con paso firme, oculto por la capucha de su abrigo largo.

La gente a su alrededor seguía inmersa en sus propios mundos, ajena a la presencia del joven que caminaba por la acera como si estuviera a punto de desaparecer en el aire mismo.

Vash no tenía un apellido. Ningún apellido que realmente importara. El que portaba no era más que un recordatorio de una familia que lo había acogido por amor y lastima, sin mérito alguno de su parte. En el pasado, había intentado cargar con esa carga, pero con el tiempo comprendió que no merecía llevar ese nombre, uno que le había sido dado por la familia que nunca le dio verdadero lugar. Por eso, simplemente se hacía llamar Vash. Sin más.

Había algo que había estado rondando en su mente durante meses, algo que necesitaba entender, descubrir: el paradero de Josef Mengele. El hombre que, en los oscuros días de la antigua Alemania, fue responsable de una serie de experimentos atroces que trascendieron los límites de la ciencia y la ética. Sin embargo, lo que Vash sabía, y lo que ningún otro sabía, era que Mengele había logrado crear vida y apostaria su nueva oportunidad de reencarnación que lo envio a buscarlo.Vash había escuchado rumores desde que escapó de casa, en la escuela lo catalogaron como víctima poco fiable de la masacre de la familia Morpheus.

Vash necesitaba encontrarlo. Necesitaba saber qué había hecho con ese poder, cómo lo había usado, y, lo más importante, cómo había sobrevivido durante tanto tiempo.

En su viaje, Vash había llegado hasta Manhattan, donde la densidad de secretos y corrupción se entrelazaban como las arterias de la ciudad misma. Sabía que los documentos clasificados del gobierno, esos que la gente común nunca vería, podían contener la clave para encontrar a Mengele. La ciudad, un hervidero de información y oscuridad, era su mejor esperanza.

Tras entrar a un edificio de oficinas gubernamentales, Vash solo atravesó la seguridad. La rutina del personal de seguridad era tan predecible como el paso del tiempo, y él sabía cómo manipular la situación. En cuestión de minutos, estaba frente a una terminal de computadoras conectada a una red de archivos clasificados, y rápidamente comenzó a navegar entre capas de información oculta. Los documentos eran crípticos, pero algo en sus palabras, algún patrón, comenzó a llamar su atención.

Durante horas, Vash revisó documentos secretos, informes clasificados y registros de investigaciones realizadas por gobiernos extranjeros. Sin embargo, nada parecía revelar información directa sobre el paradero de Mengele o sus vínculos con la *SS*. La frustración comenzó a acumularse, pero Vash no estaba dispuesto a rendirse. Si los registros del gobierno no lo ayudaban, entonces habría que recurrir a medios menos convencionales.

Vash cerró la computadora con un suave clic y se retiró de la oficina, consciente de que no podía depender únicamente de la información material.

Vash salió del edificio del gobierno como una sombra, desvaneciéndose entre las calles como si nunca hubiera estado allí. La información que había buscado entre los archivos clasificados resultó ser inútil, más una pérdida de tiempo que cualquier otra cosa. El gobierno, como siempre, ocultaba la verdad detrás de capas de burocracia y documentos sellados.

No había señales de Mengele, ni de su rastro, ni de su conexión con el DLC o cualquier forma de poder que Vash pudiera rastrear. Desconcertado, pero no derrotado, dejó atrás el bullicio de la ciudad en busca de un lugar más tranquilo donde pudiera pensar, y tal vez, encontrar una nueva pista.

Sabía exactamente adónde ir. Era un lugar que lo conectaba con su pasado, un rincón apartado del mundo en medio de la naturaleza. Vash había pasado muchos años allí entrenando, meditando y lidiando con las sombras de su propia existencia.

Allí, en un claro profundo en el bosque, se sentía algo más cerca de sí mismo. No era solo un refugio físico; era un refugio mental, donde podía conectarse con sus pensamientos y emociones sin distracciones. Un lugar donde, a veces, se sentía menos vacío, aunque nunca del todo completo.

Al llegar, la quietud del bosque lo envolvió. Las hojas crujían suavemente bajo sus botas mientras avanzaba por el sendero oculto, rodeado por árboles que se alzaban como guardianes del lugar. El aire fresco lo calmaba, pero no podía evitar que los recuerdos acudieran a su mente. Ese día, el mismo día que había comenzado su búsqueda, seguía marcado en su memoria como una herida abierta.

El día en que todo cambió. El día en que él apareció.

Vash cerró los ojos un momento, sumido en los recuerdos. Era un hombre extraño, uno que se proclamaba como "Dios". Había llegado a ese mismo claro, hablando de cosas que no podía comprender, mirando con ojos fríos y arrogantes.

La conversación que había seguido fue confusa y llena de misterios, pero lo que más quedó grabado en su mente fue lo que dijo al final: "Vash. No puedes escapar de lo que eres."

Esas palabras, pronunciadas por ese extraño, seguían retumbando en su cabeza, como un eco que nunca se desvanecía. Ese hombre había aparecido de la nada, y con su presencia había desencadenado una serie de eventos que Vash no podía evitar.

Esa tarde, cuando se acercó a él, sus pensamientos se mezclaron con su rabia. Y entonces, la ira que había estado acumulando durante toda su vida estalló en una furia carmesí, cegadora y destructiva.

La energía que brotó de su interior devastó una parte del bosque, árboles caídos, la tierra agrietada y humeante, como si el propio aire hubiera ardido por un instante.

Esa explosión de poder lo había aterrorizado. No sabía de dónde había salido, ni cómo había sido capaz de canalizarla. Solo sabía que había sido como una manifestación de todo el odio y dolor que había estado enterrado en su corazón durante años. Pero tras el estallido, algo en él se apagó.

La furia se desvaneció tan rápido como había llegado, dejándolo en un vacío profundo. El bosque, aunque destruido en su parte más cercana, pronto se repondría, como siempre hacía la naturaleza, pero para él, el daño interno no podía repararse tan fácilmente.

Vash se agachó en el claro, sus manos sobre la tierra caliente que aún emanaba energía residual de su explosión. Cerró los ojos, respirando profundamente, buscando recuperar la calma.

La furia había sido desmesurada, pero también le había recordado algo crucial: no podía permitir que su rabia controlara sus acciones. Necesitaba centrarse. Necesitaba encontrar a Josef Mengele.

El Taikyoku, ese poder que Mengele había dominado, seguía siendo su único objetivo. Y sabía que la única forma de localizarlo era por medio de algo más allá de la razón humana. Era hora de recurrir a su conexión con la magia de Ewigkeit, el arte de la eterna existencia. Pero para invocar esa fuerza, debía primero liberar su mente del caos, encontrar su equilibrio. De lo contrario, la magia lo consumiría.

Vash se sentó en el suelo, cerró los ojos y comenzó a meditar. Sus pensamientos se volvieron silenciosos, y con cada respiración, sentía que la energía carmesí que aún residía en su interior se desvanecía, reemplazada por una quietud interna.

Horas pasaron, o tal vez fue solo un suspiro en la vastedad del tiempo. La quietud del bosque lo rodeaba, y, por fin, logró centrar su mente. Podía sentir la vibración del flujo del tiempo a su alrededor, el crisol de las dimensiones colisionando suavemente.

La magia de Ewigkeit latía en su interior como una presencia constante, esperando.

Con un último suspiro, Vash extendió las manos hacia el aire, invocando los oscuros secretos de la magia que había aprendido en los rincones más olvidados del mundo.

Un brillo tenue de energía azul oscura comenzó a emanar de sus dedos, envolviendo su cuerpo en un halo que comenzaba a distorsionar el espacio. Su mente se conectó con la red de hilos invisibles que formaban la realidad, buscando el rastro de Mengele.

La visión comenzó a formarse, un vislumbre de un hombre en la penumbra, oculto en algún lugar, como una sombra entre las sombras. Pero Vash no pudo discernir su ubicación exacta.

La magia de Ewigkeit le mostraba fragmentos dispersos, pero la figura de Mengele seguía siendo elusiva.

El rastro estaba ahí. Vash lo podía sentir. Estaba cerca.

El sol apenas comenzaba a filtrarse entre las nubes grises sobre el horizonte, pero la luz no ofrecía consuelo en ese lugar.

La devastación era total. Las bases militares estadounidenses habían caído una tras otra, como piezas de un tablero de ajedrez, desmoronándose bajo la violencia y el caos que Josef Mengele había desatado.

Su poder, alimentado por las almas que consumiera, había permitido desintegrar todo lo que se interpusiera en su camino, desbordando cualquier resistencia humana o mecánica con una facilidad asombrosa.

A su lado, su asistente Emma caminaba con paso firme y silencioso. No había emoción en su rostro, ni en sus ojos, que reflejaban la frialdad de una marioneta perfecta.

Su cabello rojo carmesí fluía detrás de ella como una llama apagada, y su vestido azul, tan etéreo como su presencia, se movía con una gracia que contrastaba con la brutalidad de los actos que los acompañaban. Emma nunca se apartaba de su maestro, siempre a su lado, tan vacía como el propósito que cumplía.

"¿Todo está en orden, Emma?" preguntó Mengele sin mirarla, sus ojos fríos observando las ruinas a su alrededor. Su voz era grave, pero clara, como la de un hombre que sabía exactamente lo que hacía.

"Sí, maestro. La base está destruida, como había ordenado", respondió Emma con su tono monótono, sin atisbo de emoción en sus palabras.

No se alteraba ante la muerte ni el caos, su único objetivo era seguir las órdenes de Mengele sin cuestionarlas solto la cabeza de otro soldado que llevaba encima, la sangre que salpicaba en su vestido desapareció con la brisa.

Mengele se detuvo frente a una mesa llena de documentos, algunos arrugados y otros dispersos por el suelo. Estaba buscando algo específico, algo que lo conectara con el pasado, algo que le diera las piezas faltantes para su objetivo final. En su mente, los nombres de *Reinhard Heydrich* y la *SS* se repetían como mantras. El antiguo líder nazi y su ejército habían poseído secretos que Mengele deseaba con una necesidad casi obsesiva.

"¿Dónde están los informes sobre Heydrich?" preguntó de nuevo, su tono algo más severo. Sabía que debía haber algo más, algún indicio, algo que pudiera conectar el pasado con sus propios experimentos. Sin embargo, tras horas de búsqueda, no encontró más que fragmentos irrelevantes de viejos registros. La información estaba fragmentada, perdida en las cenizas del tiempo y la historia.

Frustrado, lanzó los papeles al aire, dejando que se dispersaran por la sala. El viento, frío y cortante, entró por las ventanas rotas y despejó un poco el ambiente opresivo. En ese momento, algo extraño ocurrió. Una perturbación en el aire, como un estremecimiento que recorría el espacio mismo. Una señal.

Mengele frunció el ceño y, por primera vez en mucho tiempo, algo interrumpió su concentración. Se concentró en la sensación que recorría su ser, una vibración familiar y aterradora.

"Uno de ellos..." murmuró. "Una de mis creaciones... ha caído."

Emma se acercó con su paso inmutable y se detuvo a su lado, esperando a que su maestro hablara.

"Valkiria ha sido destruida", dijo Mengele con voz sombría. Valkiria era una de sus creaciones más perfectas, un ser moldeado a partir de los experimentos más oscuros, combinando lo mejor de la biología humana y el poder del *Dios*. La había diseñado para ser invencible, su obra maestra, su soldado perfecto. La idea de que algo pudiera haberla derrotado era inconcebible, pero ahora, esa creación, esa extensión de su propio poder, ya no existía.

"¿Cómo?" preguntó Emma, aunque sabía que no era una verdadera pregunta, solo una formalidad.

"Alguien... alguien en Nueva York." Mengele miró fijamente el horizonte, como si pudiera ver más allá de los límites de su visión. "Algo ha derribado a Valkiria. Y ese algo debe ser lo suficientemente poderoso como para alterar los hilos de la realidad."

El rostro de Mengele se endureció, su ira brotando lentamente. A pesar de su dominio sobre la ciencia, su poder sobre el mismo, y su creación de seres incomprensibles, la idea de ser desafiado por un enemigo desconocido le causaba una sensación incómoda, algo que no sentía con frecuencia: incertidumbre.

El mocoso estaba evolucionando y eso no era bueno, una falla no debería alcanzar semejante nivel.

"Prepárate, Emma. Vamos a Manhattan", ordenó de forma tajante. La fría mirada de su asistente no vaciló ni un segundo. Ella no necesitaba preguntar más. Sabía lo que eso significaba.

El viaje hasta Nueva York fue rápido. Mengele no desperdició tiempo; una vez que se dio cuenta de que Valkiria había sido derrotada, no tuvo duda de que debía ir allí personalmente para descubrir qué, o quién, había sido capaz de enfrentarse a sus creaciones. La ciudad que nunca dormía estaba a punto de recibir una presencia que cambiaría todo lo que conocían. Se dio la idea que el archivo 000666 fue el responsable pero...….de ser asi borraria el error.

Al llegar, Mengele y Emma se adentraron en las calles desoladas de Manhattan, la ciudad iluminada por las luces de la vida y la decadencia. Vash había dejado su huella, y la perturbación que había causado la destrucción de Valkiria era un eco en el aire. Mengele podía sentirlo, ese rastro de energía que se desvanecía rápidamente, como si fuera un paso que desaparecía antes de que pudiera alcanzarlo.

Mengele miró al horizonte con una intensidad que desbordaba cualquier emoción humana. Sabía que esta vez no sería una simple confrontación. Este nuevo enemigo, que había derrotado a Valkiria, poseía algo más que fuerza bruta. Había algo más profundo, algo que desafiaría incluso los límites de su poder.

"Encontrémoslo, Emma", dijo Josef Mengele, su voz impregnada de un peligro latente. "Quienquiera que haya destruido mi obra perfecta... debe entender que no hay poder que escape a mi control."

Y así, mientras la ciudad se sumía en su propio caos, la persecución de Mengele por el responsable de la caída de Valkiria había comenzado.

El viento en el claro del bosque se volvía cada vez más denso, como si el aire mismo estuviera cargado de presencias invisibles. Vash estaba sentado en el suelo, aún inmerso en la meditación, buscando las respuestas que el *Ewigkeit* le había ofrecido. La imagen de Mengele se había desvanecido poco a poco de su mente, pero algo seguía acechando en sus pensamientos, como una sombra inminente. Su búsqueda no podía ser completada sin enfrentar aquello que se le oponía, y ese algo… estaba más cerca de lo que pensaba.

De repente, una sacudida en el aire lo hizo abrir los ojos. Un estremecimiento profundo recorrió el suelo, como si una presión invisible aplastara el mundo a su alrededor. Algo había cambiado. La energía que se movía por el aire, por el espacio mismo, se alteró. Vash lo sintió antes de que pudiera pensar en ello: Era él.

"Josef…" murmuró Vash, con los labios sellados por una furia contenida.

El poder de Mengele, esa oscura presencia que había desatado una ola de destrucción a su paso, se sentía en la distancia, resonando como un eco siniestro en el corazón del bosque. Vash pudo sentirlo con claridad: la vibración de la energía, la misma que había provocado la caída de Valkiria, ahora se desbordaba hacia él. El enemigo que había estado buscando estaba justo frente a él.

Vash se puso en pie de un salto, su corazón latía con furia. Había llegado el momento. El enfrentamiento que había esperado, el enfrentamiento que él mismo había convocado. Sin pensarlo más, sus manos se alzaron hacia el cielo, y de inmediato, las energías que controlaba se desataron a su alrededor.

Rojo, el poder del espacio. El mismo poder que le permitía deformar la materia, crear distorsiones en la realidad misma. Azul, el poder del tiempo. La habilidad para alterar los momentos, acelerar o ralentizar la sucesión de los eventos, para ganar una ventaja sobre su enemigo.

El espacio ante él se retorció con una fuerza invisible, y el aire comenzó a distorsionarse. Un destello carmesí recorrió el suelo como una ola de devastación, mientras el espacio mismo se fracturaba. Vash no pensó en las consecuencias. Su mente estaba centrada en una sola cosa: llegar a Josef.

Con un destello azul, el tiempo a su alrededor comenzó a acelerarse. Su velocidad se multiplicó por mil, y la tierra bajo sus pies apenas podía seguirle el ritmo. Vash rompió las leyes de la física, empujándose hacia adelante con una fuerza que casi partió la tierra en dos. Cada paso que daba desintegraba el suelo, dejando surcos profundos en la tierra mientras avanzaba a una velocidad tan inhumana que ni siquiera las leyes del tiempo parecían alcanzarlo.

El espacio se abrió a su paso. El mundo se curvaba y se doblaba, como si lo empujara a través de una grieta en la realidad misma. Vash no veía más que el infinito que se extendía frente a él. Sus ojos brillaban con una intensidad feroz, la furia lo consumía, y el miedo a lo desconocido solo lo impulsaba aún más rápido.

Josef Mengele, él lo había llamado. Él lo iba a encontrar.

A varios kilómetros de distancia, en una zona rural, Josef Mengele y Emma caminaban por un campo vacío, rodeados por la quietud de la naturaleza. La tranquilidad que los rodeaba parecía ajena a las huellas de destrucción que había dejado a su paso. Pero de repente, algo cambió. Un golpe en el aire lo sacudió, como si la misma gravedad hubiera decidido alterarse.

Josef, tan acostumbrado a controlar su entorno, se detuvo en seco, su mirada fija en el horizonte, donde el aire parecía rasgarse. Algo venía hacia él, algo que se sentía tan… irreal.

"Emma, prepárate", dijo, su tono grave, pero sin perder el control. Sus manos se alzaron, y la energía del *Taikyoku* comenzó a fluir a través de su cuerpo. Pero no tuvo tiempo de hacer nada más.

Un destello carmesí rasgó la tierra a su alrededor, como si el espacio mismo fuera desgarrado por una fuerza primordial. De repente, algo lo golpeó. La sensación fue como un impacto de una tormenta cósmica: una presión inhumana que lo empujó hacia atrás, arrastrándolo con una fuerza imposible. La realidad a su alrededor comenzó a desmoronarse, y sus pies se despegaron del suelo.

Sintió cómo su cuerpo era succionado, arrastrado a través del aire a una velocidad vertiginosa. No podía reaccionar, no podía evitarlo. Solo veía un remolino carmesí y azul a su alrededor, como si estuviera siendo arrastrado por un vendaval de energía pura.

El suelo se desvaneció bajo él, y por kilómetros, mientras el mundo a su alrededor se desintegraba, Josef fue arrastrado por la fuerza imparable de Vash. Ese hombre, ese ser desconocido que había sido capaz de invocar un poder que no comprendía, lo había alcanzado.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el torbellino de energía se detuvo abruptamente.

Pum.

Josef fue arrojado al suelo con tal fuerza que la tierra se hundió bajo su peso. El impacto resonó en el aire como un trueno. Un cráter de varios metros de diámetro se formó alrededor de su cuerpo, y el aire se impregnó de un resplandor carmesí y azul.

Con esfuerzo, Mengele se levantó, sacudiendo el polvo de su ropa, su rostro impasible, pero en sus ojos ardía una furia contenida. No podía creer lo que acababa de suceder. Había sido derrotado por un golpe de velocidad y fuerza más allá de cualquier expectativa.

"¿Quién…?" Josef gruñó, mientras se levantaba, mirando al cielo en busca de la presencia de su atacante.

"Soy yo, Josef", dijo una voz fría desde la distancia.

Vash emergió de la niebla que había dejado su paso, sus ojos brillando con una intensidad feroz. En su rostro, una mueca de furia y determinación. Estaba frente a frente con su enemigo, aquel que había desatado el caos y cuya existencia lo había arrastrado hacia este momento.

Mengele miró a su alrededor, buscando alguna respuesta en el espacio vacío, pero solo encontró a su atacante.

"Vashy… ¿eres tú?" preguntó Mengele, su tono lleno de incredulidad y emocion. No era solo sorpresa, sino también algo más el reconocimiento de que estaba frente a algo que no había anticipado. Algo que podía desafiarlo.

"Soy yo", replicó Vash, su mirada fija en los ojos de Mengele, lleno de la ira de años de incertidumbre, de recuerdos rotos y de una búsqueda que ahora, por fin, tenía un propósito claro.

El enfrentamiento estaba en su punto más alto. La lucha entre el maestro de la perfeccion y el hombre que controlaba la distorsión del tiempo y el espacio se había desatado. Ninguno de los dos cedería.

El viento soplaba en ráfagas suaves, acariciando la hierba en la que Josef Mengele había caído tras el brutal impacto. El suelo alrededor de él estaba marcado por el rastro de su caída, un cráter que parecía reflejar la fuerza con la que había sido arrastrado.

Sin embargo, él no mostraba signos de preocupación, ni de sorpresa.

Se levantó lentamente, sacudiéndose el polvo de su chaqueta con una calma inquietante, como si el enfrentamiento que acababa de experimentar fuera tan solo una molestia menor. Sus ojos, fríos y calculadores, se fijaron en Vash, quien aún permanecía en pie, con los puños cerrados, su aura de ira palpable.

Vash no notaba la presencia de Emma, su atención completamente centrada en Mengele.

Ella se encontraba lejos, en la periferia, observando desde la distancia con su expresión impasible, completamente ajena a la tensión que se desbordaba entre los dos hombres. Su presencia era como una sombra, pero su silencio se volvía tan pesado como si también estuviera observando el destino de cada uno de ellos.

Mengele sonrió, un gesto frío y arrogante que hizo que el odio de Vash creciera aún más. Con un simple chasquido de sus dedos, la vestimenta de Josef se transformó, adoptando el uniforme condecorado que había usado durante sus días más gloriosos, antes de que el mundo lo olvidara, antes de que su nombre fuera asociado con la muerte y el horror.

"Vash..." dijo, dejando escapar una risa baja, casi burlona. "Es fascinante, realmente. Todo esto, todo este poder que has desatado… Y para nada. Creí que podrías ser algo más, pero... sólo eres otro experimento fallido."

El tono de Josef se desbordaba de condescendencia. Para él, la vida de Vash no era más que una ficha en su interminable tablero de experimentos.

Los hombres y mujeres que había moldeado, que había creado y destruido, no eran más que piezas en una obra incomprensible para cualquiera que no compartiera su visión distorsionada. Pero ahora, aquel que parecía un simple "error" en su vasta red de experimentos, se le erguía como una amenaza.

Vash apretó los dientes. No pensaba en las palabras de Josef como meras provocaciones, sino como una confirmación de lo que ya sabía. Lo que Mengele había hecho, lo que había causado… Todo lo que estaba en su interior, esa ira, la rabia contenida durante años, explotó como una erupción volcánica.

"¡¿Por qué?! ¿Por qué enviaste a esa… cosa, monstruo, a destruir mi familia? ¡¿Qué clase de monstruo eres?! ¡¿Qué tipo de ser se divierte haciendo esto a otros humanos?!"

Las palabras salieron de su boca como una furia descontrolada, pero también como un grito de desesperación. La imagen de su familia, su madre, su padre, sus hermanas, todos ellos destrozados por la violencia de una fuerza que no comprendía, lo consumía.

El sacrificio inútil de su gente, todo había sido parte de un experimento, algo que nunca podría comprender.

Mengele, con una sonrisa que no hacía más que aumentar el desprecio que Vash sentía por él, respondió con un tono casual, como si le estuviera hablando de un incidente trivial, algo tan simple como una tarea olvidada.

"¿Tu familia? Ah, sí… Valkiria fue enviada a buscarte. Mi objetivo siempre fue encontrarte, Vash. Eres una de mis obras más complejas. Pero bueno… el daño colateral... ya sabes cómo funciona esto. No siempre se puede controlar todo cuando se trata de... experimentación."

Una carcajada se escapó de su garganta, fría y despectiva. "Tu familia, simplemente, fue parte de un accidente, una consecuencia no prevista. Pero tú… tú siempre fuiste el objetivo.

Eres especial, Vash. No como ellos. Yo... te crié, desde que eras un bebé, en los laboratorios. Eres una pieza más en este gran experimento. Todo lo que has sido, todo lo que eres, ha sido… moldeado."

Vash apretó las manos hasta que sus nudillos se tornaron blancos.

El sonido de su respiración se volvía más pesado, casi como si el aire mismo lo estuviera consumiendo. La revelación de Mengele no hacía sino confirmar lo que Vash ya sospechaba: su vida, su dolor, todo lo que había vivido, no era más que un cruel experimento de un monstruo que nunca pensó que sería detenido. Pero había algo más, algo que lo impulsaba, algo que lo hacía más fuerte.

"¿Sabes por qué te lo digo, Vash? Porque si logras vencerme... te diré la verdad. No sólo sobre tu origen, sino sobre todo lo que está por venir. De hecho... esa es la única forma de que llegues a comprenderlo." Josef hizo una pausa, disfrutando de la tensión en el aire, como si estuviera observando una novela que solo él comprendía.

"Si logras vencerme, serás mucho más que un experimento fallido. Serás el siguiente paso en este gran ciclo. Pero para llegar a ese punto, tendrías que romper todas tus limitaciones... y ni siquiera tú sabes hasta dónde puedes llegar, ¿verdad?"

El tono de Mengele era una mezcla de arrogancia y una curiosa fascinación por el futuro. Estaba seguro de que Vash no tenía ninguna posibilidad, que todo este enfrentamiento solo era parte de un juego macabro.

Mientras tanto, Emma permanecía en la distancia, completamente inmóvil, observando como la tensión entre los dos hombres alcanzaba su punto máximo.

Vash, sin embargo, no podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Todo esto? ¿Su vida? ¿Su dolor? ¿La muerte de su familia? Todo había sido parte de un juego para Mengele?

Sus ojos brillaron con una furia contenida, y la rabia en su pecho comenzó a hervir.

Pero algo más, algo más profundo dentro de él, comenzó a responder también: la necesidad de saber la verdad. Si derrotaba a Mengele, si lograba salir de este infierno, finalmente podría obtener las respuestas que tanto había deseado, pero a un costo mucho más alto del que había anticipado.

"Entonces dime, Josef…" Vash dijo con voz baja y peligrosa, cada palabra como una cuchilla afilada. "Dime todo lo que sabes. Pero, si logras sobrevivir… yo también te mostraré hasta dónde puedo llegar. Y no me importa cuán lejos tengas que llegar para darme la respuesta que busco."

Mengele, con una sonrisa torcida, levantó una mano, como si estuviera invitando a Vash a dar el siguiente paso. "Entonces, vamos, Vash. Demuéstrame lo que tienes. Demuéstrame qué tan lejos puedes llegar. Pero recuerda… al final, todo esto sigue siendo parte del experimento."

La batalla entre ambos se desató nuevamente, pero esta vez no sería solo una lucha de poder, sino una lucha de destinos. Un choque de voluntades, donde Vash no solo buscaba venganza, sino también la verdad detrás de su propio ser.

El viento se levantaba violentamente a medida que el enfrentamiento alcanzaba niveles de destrucción sin precedentes. La tierra bajo los pies de Vash temblaba, cada paso suyo enviaba ondas de energía que desintegraban el suelo y las rocas.

Él se movía con una rapidez sobrenatural, su cuerpo deslizándose por el campo como una sombra en constante cambio. Su poder rojo se desbordaba, distorsionando la realidad misma alrededor de él. Cada movimiento, cada golpe, era un desgarro en el espacio.

Vash Con una furia imparable, se lanzó hacia adelante, como un rayo de energía, su cuerpo acelerando a través del aire mientras sus puños chocaban con el vacío. "¡No escaparás!" gritó, la voz llena de un odio ancestral.

Su energía carmesí comenzaba a girar en órbitas alrededor de sus manos, formando esferas de energía que estallaban a su paso, creando pequeñas explosiones de fuerza que devastaban la tierra.

Con cada esfera lanzada, el espacio frente a él se distorsionaba, creando grietas en la atmósfera.

Las esferas de energía carmesí volaron hacia Josef como balas, y con un movimiento de sus manos, Vash las lanzó con precisión quirúrgica. Los impactos eran masivos, creando ondas de choque que arrancaban árboles y rocas del suelo. Sin embargo, Josef Mengele, con su calma inquebrantable, no se dejaba amedrentar.

Con un simple gesto de su mano, el espacio alrededor de él se comprimía, disipando las explosiones antes de que pudieran alcanzarlo.

Josef Con una sonrisa fría, se preparó para lo inevitable. "¿Crees que podrías derrotarme con esta fuerza primitiva?" murmuró, mientras invocaba su tesoro sagrado, una espada vikinga de aspecto antiguo, cuyo metal parecía brillar con un poder ancestral. La espada, forjada con runas malditas, resonó con la energía que él canalizaba, su forma vibrando con la intensidad de un mal primordial.

Con un ágil movimiento, Josef balanceó la espada, utilizando su taikyoku para crear vibraciones de espacio que cortaban el aire, desviando las esferas de energía de Vash, haciendo que estallaran a su alrededor sin lograr tocarlo. "La violencia no es más que un juego para mí," dijo Josef, mientras su espada cortaba a través del espacio y las distorsiones.

Vash no se detuvo. Su furia aumentaba con cada segundo, sus ojos destellaban con una ira contenida que no se podía detener. Con otro rápido movimiento, su poder azul comenzó a activarse, alterando el tiempo a su alrededor, permitiéndole ganar aún más velocidad.

El espacio y el tiempo colapsaban en un constante ciclo de distorsión, como si el mismo flujo del universo estuviera a su servicio. De nuevo, atacó, moviéndose hacia Josef a velocidades que superaban la comprensión humana, con sus manos convertidas en garra, dispuestas a destrozar a su enemigo.

El campo de batalla comenzó a desmoronarse bajo el peso de los golpes. Los árboles caían, las montañas se fragmentaban y el cielo parecía oscurecerse. La energía liberada por ambos combatientes era tan colosal que la atmósfera misma se encendía, creando distorsiones en el espacio-tiempo.

Cada golpe de Vash, cada espiral de energía carmesí, dejaba marcas en el aire. Pero Josef, con su taikyoku, se mantenía firme, deshaciendo cada ataque como si estuviera jugando con las leyes de la física.

En un último esfuerzo, Vash logró acorralar a Josef. Lo rodeó con una serie de esferas de energía tan poderosas que comenzaron a desintegrar el espacio a su alrededor. El sonido de la destrucción resonaba como un rugido del propio mundo, pero en ese momento, Josef no mostró miedo. Solo una fría sonrisa permaneció en su rostro. "¿Realmente crees que me has alcanzado?"

Antes de que Vash pudiera lanzar el golpe definitivo, Josef levantó la espada vikinga una vez más y, con una expresión de absoluta concentración, invocó una gran tormenta maldita. Desde lo alto del cielo, algo comenzó a descender, una multitud de formas oscuras que se alineaban con la voluntad de su creador.

"¡Valkirias!", exclamó Josef. Y en ese instante, miles de Valkirias surgieron de las sombras del cielo.

Eran monstruosidades, figuras imponentes con cuerpos atléticos y musculosos, recubiertos de runas oscuras que brillaban con un resplandor tenue. Sus alas negras se desplegaban de manera siniestra, mientras sus rostros, desprovistos de expresión, observaban con ojos vacíos.

Cada una de ellas llevaba una espada o lanza que parecía estar hecha de pura maldad, y sus movimientos eran tan sincronizados que formaban un ejército perfecto en el cielo.

Vash, por un instante, se detuvo, su mirada fija en las criaturas que surgían como un ejército de pesadilla. "¿Qué... qué son esas cosas?" murmuró, sus ojos escaneando el vasto ejército de Valkirias que flotaban sobre ellos.

Josef, con su voz llena de una serenidad arrogante, explicó "Son mis creaciones, mis guerreras. Las Valkirias son perfectas, sin emociones, sin miedo. Ellas son el fin de todo lo que se enfrenta a mí. Y ahora, Vash, recibe la perfección de Dios."

Con un gesto de su mano, las Valkirias comenzaron a descender hacia Vash. Su velocidad era sobrehumana, sus alas cortaban el aire con la furia de un viento que partía la tierra. Cada una de ellas se dirigía hacia él, pero Vash no estaba dispuesto a rendirse.

Vash no dudó ni un segundo. ¡Concentró todo su poder en una última ofensiva! Utilizó tanto su poder rojo como azul para expandir el espacio y ralentizar el tiempo, creando una brecha en la que podía atacar a las Valkirias sin ser alcanzado.

Las esferas carmesíes comenzaron a explotar en el aire, pero las Valkirias se movían con tal rapidez que, por un momento, parecía que Vash no lograría alcanzarlas. Sin embargo, Vash comenzó a usar sus distorsiones de espacio para crear duplicados de sí mismo, que atacaban desde diferentes ángulos, abriendo brechas en las formaciones de las Valkirias.

Pero las Valkirias no eran débiles. Una de ellas, la líder del escuadrón, voló directamente hacia Vash, su espada brillando con runas oscuras. En el último momento, Vash creó una distorsión que desvió el ataque de la Valkiria, pero las siguientes olas de enemigos lo rodearon rápidamente. El choque de poderes era tan feroz que el espacio mismo temblaba. Vash se mantenía en pie, su energía carmesí estallando alrededor de él, mientras luchaba para mantener el control de la batalla.

Pero la estrategia de Josef había comenzado a funcionar. Vash estaba siendo acorralado, y con cada segundo que pasaba, las Valkirias se acercaban más, preparándose para cerrar el cerco.

La batalla se volvía cada vez más apoteósica. La confrontación entre Vash y Josef alcanzaba proporciones cósmicas, con el espacio y el tiempo siendo moldeados por sus poderes. Ambos combatientes, a pesar de sus increíbles habilidades, estaban al límite de sus fuerzas, sabiendo que solo uno saldría victorioso.

La batalla se tornó aún más caótica. Vash, decidido a acabar con las Valkirias y con el monstruoso ejército de Josef, se lanzó de frente. Su furia era imparable, su poder rojo cubriéndolo como una tormenta carmesí.

Cada movimiento suyo provocaba una distorsión en el espacio, lo que le permitía enfrentarse a los cientos, incluso miles, de Valkirias que lo rodeaban. En cuestión de segundos, decenas de guerreras malditas caían desintegradas, sus cuerpos deshechos por la pura fuerza de Vash.

"¡No me detendrás!" rugió Vash, cada golpe haciendo estallar el aire como si fuera una explosión, mientras sus esferas de energía carmesí destrozaban a las Valkirias con una precisión mortal. Los ecos de la destrucción resonaban por toda la ciudad. Manhattan estaba siendo arrasada por la furia de los dos contendientes.

Pero en ese momento, Josef Mengele, observando desde su posición elevada en el horizonte, sonrió con una calma aterradora. Sabía que la batalla aún no había alcanzado su clímax. Sin perder tiempo, comenzó a activar una de sus técnicas más devastadoras: el Toque de Dios.

"¡La Perfección!" dijo Josef, su voz resonando con un eco profundo y distorsionado.

De repente, el aire sobre Manhattan se distorsionó. La realidad misma comenzó a alterarse, como si el universo estuviera desmoronándose.

Un domo expansivo, de un resplandor plateado, comenzó a expandirse desde el lugar donde Josef estaba. La Perfección del Toque de Dios no solo era una habilidad, sino una alteración masiva del entorno y de las leyes naturales. A medida que el domo crecía, toda la ciudad comenzó a transformarse a su alrededor.

Vash sintió la presión de inmediato. El aire se volvió espeso, pesado, casi imposible de respirar. Su percepción del espacio y el tiempo comenzaban a distorsionarse a medida que avanzaba dentro del domo.

Era como si la realidad misma estuviera siendo reconfigurada, y Vash estaba atrapado en su núcleo.

Las personas de Manhattan, los más de un millón de habitantes, comenzaron a sufrir el efecto de la expansión del dominio de Josef. Cada ser humano, cada alma, fue tocada por el poder del Toque de Dios.

Las personas, hombres, mujeres, niños, ancianos, comenzaron a transformarse en Valkirias, sin conciencia, sin voluntad propia. Las criaturas que antes eran simples humanos ahora tenían alas negras y como el marmol, con las runas malditas cubriendo sus pieles. En cuestión de minutos, la ciudad fue convertida en un ejército de Valkirias sin emociones.

"Cada uno de ustedes será parte de la perfección", murmuró Josef mientras observaba el escenario con una mezcla de frialdad y satisfacción. "La humanidad es imperfecta. Solo a través de la transformación pueden alcanzar el verdadero propósito".

Las calles de Manhattan se llenaron de las nuevas Valkirias, millones de muertos vivientes bajo el control de Josef. Los edificios de la ciudad comenzaban a cambiar su forma y diseño.

Algunos se estiraban hacia el cielo en formas caóticas e ilógicas, mientras que otros se retorcían y adquirían dimensiones imposibles, como si el propio espacio se hubiera doblado y deshecho.

La arquitectura de Manhattan, un símbolo de la humanidad y su civilización, se convirtió en una amalgama de distorsiones cósmicas, sin sentido ni lógica.

Vash se detuvo un momento al ver lo que estaba ocurriendo. Sus ojos brillaron con un horror profundo mientras sentía la presencia de las almas de todos los habitantes de la ciudad ser arrancadas y transformadas en algo horrible.

La ciudad entera, una metrópolis vibrante de vida, estaba siendo convertida en una masa de cuerpos deformados, todos bajo el control de la voluntad de Josef Mengele.

"¡No...!" Vash gruñó, sintiendo que el peso de la batalla se multiplicaba. "¡¿Qué le has hecho a estas personas?! ¡¿Qué le has hecho a Manhattan?!

A su alrededor, los vientos se levantaron como si la ciudad estuviera siendo azotada por una tormenta, pero era solo la expansión del dominio de Josef.

Cada vez que Vash intentaba avanzar, más Valkirias surgían del suelo y del aire, rodeándolo, atacando sin cesar.

Vash se encontraba en el centro de un infierno moderno. Las Valkirias lo rodeaban por todos lados, pero no eran las únicas amenazas. Los edificios y las calles que antes reconocía, ahora se veían irreconocibles.

Algunos de los rascacielos se habían doblado en ángulos imposibles, otros parecían flotar en el aire, y otros simplemente se habían convertido en formas monstruosas que desafiaban la lógica.

La ciudad ya no era un lugar de vida, sino un campo de batalla distorsionado, donde las leyes de la naturaleza y el espacio se quebraban con cada segundo que pasaba.

Vash, rodeado, sentía que el tiempo comenzaba a acelerarse dentro del dominio. El poder de Josef parecía invencible. Cada intento de Vash de destruir las Valkirias solo lo hacía más consciente de la magnitud de la amenaza.

El mismo espacio en el que luchaba parecía desmoronarse, como si la ciudad y el mundo fueran incapaces de soportar la Perfección de Josef.

Pero Vash no retrocedió. El fuego en su corazón ardía más fuerte que nunca. Mientras los gritos de los nuevos monstruos resonaban a su alrededor, mientras las distorsiones lo aplastaban, Vash mantuvo la mirada fija en su objetivo Josef.

"¡No me detendrás!" Vash gritó, lanzándose una vez más hacia la vasta marea de Valkirias. Cada golpe que daba a sus enemigos no solo destruía sus cuerpos, sino que también provocaba una ruptura en el espacio mismo, como si las leyes de la física estuvieran respondiendo al poder inhumano de Vash. Pero por cada Valkiria que caía, más surgían, como una marea interminable.

Sin embargo, Vash sabía que no podía rendirse. "El final de todo esto será mío. No importa cuántos se conviertan. ¡Te destruiré, Josef!"

Las Valkirias eran ahora una marea incesante, avanzando sin descanso. Cada una de ellas parecía estar dominada por una voluntad ajena, actuando bajo el control de Josef.

A medida que el número de Valkirias aumentaba, Vash sentía cómo se acercaba a su límite. La ciudad estaba completamente transformada; la Manhattan que conocía ya no existía. En su lugar, todo se había convertido en un caos apocalíptico.

Vash sabía que el tiempo se agotaba. Las distorsiones en el espacio a su alrededor comenzaron a volverse más intensas, y la perfección de Josef comenzaba a sellarlo.

Todo lo que tocaba la expansión del dominio de Josef se convertía en parte de su ejército: las almas de los habitantes de la ciudad, los edificios, el mismo aire. Todo estaba siendo arrasado por la perfección de Dios.

Pero Vash no iba a rendirse. La lucha aún no había terminado.

Vash estaba rodeado por una marea interminable de Valkirias, las calles de Manhattan se habían convertido en un laberinto distorsionado, pero algo en su interior sabía que aún había una oportunidad.

La presencia de Josef se sentía omnipresente, como si el mismo espacio y tiempo fueran propiedad de aquel monstruo. Pero en medio de la tormenta de destrucción y caos, una presencia extraña hizo que todo el ambiente se congelara por un momento.

Una figura se acercaba con una velocidad que desafiaba la comprensión. Era Emma.

Emma, la asistente de Josef, la mujer de cabello rojo carmesí, vestida con un largo vestido azul que fluía detrás de ella, caminaba lentamente hacia Vash. Sin embargo, al llegar a un punto en el que ya no podía seguir ocultando su verdadero ser, Emma comenzó a despojarse de su vestido.

Vash la observó con una mezcla de sorpresa y confusión, sin saber exactamente qué estaba pasando.

El vestido, que siempre había sido parte de su imagen inmaculada y fría, cayó al suelo con suavidad, como si fuera simplemente una capa que ya no tenía propósito. Lo que emergió de debajo no era la figura humana que Vash conocía, sino una Valquiria, pero diferente a todas las demás.

Sus alas eran más grandes, más majestuosas, y las runas que cubrían su cuerpo brillaban con una intensidad mucho mayor. Sus ojos ya no tenían la expresión vacía de siempre, sino que mostraban una emoción profunda, una que parecía dirigirse directamente hacia Vash.

Vash sintió una sacudida en su mente, como si algo dentro de él se estuviera rompiendo. La presencia de Emma lo golpeó de lleno, algo en su interior comenzó a distorsionarse, como si el pasado estuviera apareciendo frente a él.

Antes de que pudiera reaccionar, Emma voló hacia él con una velocidad sobrehumana. Con un giro fluido de sus alas, Emma lo impactó con tal fuerza que Vash fue arrojado contra un edificio cercano, atravesando una pared y cayendo entre los escombros, su cuerpo hecho pedazos por el golpe.

Pero a pesar del dolor, Vash se levantó rápidamente, sus sentidos entumecidos por el impacto, pero algo en su interior lo despertó.

Mientras Vash intentaba recomponerse, la realidad misma comenzó a desmoronarse ante sus ojos.

El sonido del caos, la ciudad en ruinas, las Valkirias, todo parecía desaparecer. Lo que apareció ante él no era la ciudad, sino un laboratorio frío, lleno de pasillos grises, salas estériles y puertas cerradas.

De repente, la imagen de Emma apareció en su mente como un recuerdo vívido.

Su cabello rojo carmesí brillaba bajo la tenue luz de las bombillas del laboratorio, mientras ella le llevaba dulces y dibujos de flores, siempre sonriendo, siempre amable.

Los dibujos que ella le traía tenían una inocencia que contrastaba enormemente con el horrible entorno que los rodeaba. Emma le hablaba de cosas simples, de cosas humanas, mientras Vash, encerrado en una celda fría y sin esperanza, solo podía observarla, sus ojos llenos de una tristeza inexplicable.

"Te voy a dibujar muchas flores, Vash... flores para ti, para que no olvides que hay cosas hermosas en este mundo," decía Emma, su voz cálida, su sonrisa sincera, como si estuviera intentando darle algo de humanidad en medio del horror.

Vash se sentó contra la pared del edificio, temblando ligeramente, mientras esas imágenes se intercalaban en su mente. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podría estar viendo a Emma allí, de pie frente a él, después de todo lo que sucedió?

En su memoria, las imágenes cambiaron. Un grito lejano. El sonido de disparos, explosiones, el fuego arrasando todo. La masacre en el laboratorio.

El recuerdo de cuando Josef y sus soldados entraron, el caos que siguió. Emma estaba allí, junto a él, en esos últimos momentos. "¡Vash, corre! ¡Corre ahora!" le había gritado, antes de que las puertas se cerraran entre ellos. Ella había quedado atrás.

"¡Emma!" gritó Vash, su mente tambaleándose con la abrumadora presencia de su imagen. "No puede ser… No es posible..." Las piezas del rompecabezas no encajaban.

Los recuerdos se hicieron más vívidos, más detallados. Años en ese laboratorio, meses de experimentos, pero sobre todo, los momentos con Emma.

Sus risas, su paciencia, su amabilidad. Pero todo eso fue destruido, como si nunca hubiera existido, cuando la masacre comenzó. Josef había masacrado todo el complejo de laboratorios, todos los científicos, todos los sujetos de prueba, y Emma, junto con ellos, había desaparecido.

"No... no puede ser..." Vash murmuró, su voz quebrada. "¡Josef mató a todos! ¡Mató a Emma! Ella estaba allí, ella estaba... muerta...!"

Pero ahí estaba ella, frente a él. Emma, convertida en una Valkiria, y él no podía entender cómo. ¿Era una ilusión? ¿Una manipulación de su mente? El dolor, el caos, y las emociones de todo lo que había vivido lo empujaban hacia la desesperación.

Emma se acercó a él, su rostro ahora sin emociones, pero sus ojos brillaban con una intensidad que solo Vash podía reconocer. Aquellos ojos llenos de tristeza y de algo más.

¿Compasión?

¿Dolor?

Ella levantó una mano hacia él, su dedo extendido, tocando ligeramente su rostro, un gesto que evocaba toda una vida de recuerdos. Vash, paralizado, no podía moverse, atrapado entre la realidad y lo que parecía una pesadilla interminable.

"Vash..." susurró Emma, su voz suave, casi como un suspiro. "Soy tu perdición, y también tu salvación. Esta es mi última forma."

Vash se levantó, su corazón retumbaba en su pecho, sus pensamientos desbordados por la confusión y el dolor. Los recuerdos del laboratorio, la cruel realidad de la masacre, la pérdida de Emma, todo eso chocaba con la realidad actual.

¿Era ella la misma Emma?

Se acercó a ella con dudas, sus pasos vacilantes. ¿Podía confiar en lo que veía? ¿Era posible que esta Emma fuera realmente la misma mujer que había conocido? O, ¿era solo otro truco mental de Josef?

"No... no puedo..." susurró Vash, sus ojos rojos de ira y confusión. "¡Te vi morir! ¡Te vi caer!"

Pero Emma lo miraba con una seriedad sombría, como si estuviera pidiendo que la comprendiera. "Todo tiene un precio, Vash. Todo lo que ves ahora es una ilusión. No soy la Emma que conociste. Soy lo que Josef ha hecho de mí."

Vash permaneció inmóvil, incapaz de apartar la mirada de Emma, quien, con una serenidad desconcertante, lo observaba con aquellos ojos de dolor y resignación.

La confusión y la desesperación lo consumían, pero lo peor estaba por llegar. Un susurro en el aire, una presencia ominosa, lo hizo girar lentamente hacia su espalda.

Josef Mengele apareció detrás de Emma, sus pasos suaves pero firmes, como si la realidad misma lo reconociera. Con su sonrisa característica, fría y calculadora, se acercó a Emma y la abrazó levemente, un gesto que estaba lejos de mostrar afecto genuino.

Era la manipulación de siempre, la frialdad de un hombre que veía a las personas como simples herramientas para sus experimentos.

"Emma fue un experimento descartado, Vash," dijo Josef, su voz suave y retumbante como un susurro que resonó en la mente de Vash. "Cuando las tropas aliadas llegaron al complejo, tuve que huir con lo poco que podía salvar... Emma, aunque un fracaso, me sirvió para continuar con mis experimentos.

¿Sabes? Lo más curioso de ella es que, aún en su imperfección, tenía algo único. Una capacidad para adaptarse a cualquier entorno... Una fuerza inquebrantable, aunque fuera una copia imperfecta de lo que yo realmente buscaba."

Vash sintió cómo el peso de sus palabras lo golpeaba con una fuerza inesperada, como si una parte de su alma fuera arrancada de su ser.

Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. Emma había sido desechada, una pieza reemplazable en los ojos de Josef. Pero, ¿por qué entonces la estaba viendo ahora?

¿Por qué estaba tan viva?

"No puedes entenderlo, ¿verdad, Vash?" continuó Josef, disfrutando de cada palabra, su sonrisa se alargaba con malicia. "Porque a ti, a diferencia de todos los demás, te vi como una herramienta valiosa. Pero Emma… ella siempre fue un desperdicio.

¿Y ahora, ves cómo la llevas en tu corazón? ¿Acaso la compasión no te destruye, Vash?"

Con cada palabra, Josef tejía una red de mentiras en la mente de Vash, desterrando cualquier atisbo de esperanza y reemplazándola con dudas sobre su propia humanidad, sobre Emma. Pero en ese instante, algo dentro de Vash despertó.

La ciudad, ya desgarrada por el Toque de Dios de Josef, parecía seguir el ritmo de su voluntad. Todo en Manhattan estaba bajo el dominio de Mengele, y Vash lo sentía con cada fibra de su ser. La distorsión del espacio, la sensación de confinamiento, el hecho de que cada pensamiento y acción de Vash era ahora observada por Josef, lo estaba desgarrando internamente.

Vash sintió cómo una extraña presión lo oprimía, como si sus propios pensamientos fueran su enemigo, como si el mismo aire se le hiciera difícil de respirar.

Un sangrado dorado comenzó a emanar de sus ojos, el color de la sangre pura que tenía que ver con su herencia, con algo más grande que él, como si el dominió de Josef estuviera corrompiendo su esencia. La barrera mental que Vash siempre había mantenido, ese control sobre su propio cuerpo y poder, comenzó a desvanecerse.

En ese momento de desesperación, la lanza de Vash apareció ante él. La lanza Deimos, su tesoro sagrado, se materializó frente a su rostro, envuelta en un resplandor dorado y siniestro. La lanza Deimos era un artefacto de poder, una herramienta de guerra, capaz de devorar todo lo que su portador deseaba. Cualquiera que la empuñara podía dictar su voluntad a través de ella, y el poder de Deimos era casi instantáneo.

Su habilidad única era la de destruir lo que su portador ordenara, todo lo que su mente comandara con un solo pensamiento.

Una fuerza de devastación sin igual.

Vash observó la lanza, el oro brillando en sus manos mientras sentía el poder resonando en su cuerpo. Deimos había sido forjada en las profundidades de la oscuridad, en el corazón de la guerra.

Era la manifestación de todo lo que él había sufrido, de todo lo que había perdido, de todo lo que había luchado por proteger. La lanza era una extensión de su ira, de su dolor, pero también de su deseo de destrucción.

Sin embargo, Vash no estaba listo para ceder completamente a ese poder. No quería ser como Josef, no quería convertirse en una herramienta para la destrucción sin más, aunque su instinto lo empujaba hacia ese mismo camino.

La desesperación de la ciudad, el sufrimiento de Emma, todo lo que había vivido en ese laboratorio, lo rodeaba. La presión mental de la perfección de Josef lo estaba ahogando, y la lanza en sus manos parecía como la única solución para escapar de esa opresión.

Con Deimos en sus manos, Vash se encontraba atrapado entre dos fuerzas opuestas. En un lado, la poderosa presión del dominio de Josef, un poder que distorsionaba la realidad misma.

En el otro, el deseo profundo de no perderse en la misma oscuridad que su enemigo.

Los ojos de Emma estaban fijos en él, pero en ellos ya no veía la compasión que alguna vez había visto. No podía confiar completamente en ella. No podía confiar completamente en nada que tuviera que ver con Josef. El pasado, las mentiras, la ilusión de un amor perdido, todo parecía desmoronarse a su alrededor.

"¡Vash!" Emma gritó, como si intentara detenerlo, pero su voz era un eco lejano, como si todo lo que decía estuviera siendo succionado por el mismo abismo de su existencia.

Vash, con los ojos bañados en sangre dorada, levantó Deimos hacia el cielo, la lanza resplandeciendo con el poder de los dioses caídos.

La decisión que estaba por tomar pesaba más que nunca.

¿Debería atacar a Emma? ¿Debería hacerle frente a su antiguo dolor y a todo lo que él creía que había perdido?

Pero en el fondo de su alma, Vash supo que no podía.

No podía atacar a Emma, ni siquiera bajo la influencia de la lanza. Su maldición, la maldición que Josef le había impuesto, ya había causado demasiado dolor. No podía caer tan bajo como él.

"¡NO!" Vash gritó, arrojando Deimos hacia el suelo, la lanza clavándose con furia en el concreto, provocando una explosión de energía que estremeció toda la ciudad.

En lugar de atacar a Emma, Vash se volvió contra el ejército de Valkirias, concentrando toda su ira y desesperación en su ataque final. La lanza Deimos ya no era su arma, ya no era su guía. Ahora, Vash sería quien controlaría su destino.

Con un grito desgarrador, Vash corrió hacia la horda de Valkirias que se acercaban, dispuesto a luchar, a liberarse del dominio de Josef y a enfrentarse cara a cara con su propio destino.

El aire en Manhattan estaba cargado de tensión, como si la misma ciudad sintiera el peso de lo que estaba por suceder. Vash, en medio de su desespero y furia, había lanzado su último grito, un grito que resonó en cada rincón del suelo destrozado de la ciudad.

Deimos, la lanza que había empuñado hasta ese momento como su última esperanza, comenzó a transformarse ante sus ojos, como si el poder contenido dentro de ella tuviera vida propia.

La lanza Deimos dejó de ser una simple arma. El filo se fragmentó, liberando una explosión de energía que se dispersó en colmillos de oscuridad. Con cada colmillo que tocaba una Valkiria, la criatura era devorada, tragada por la oscuridad que emanaba de la lanza.

El aire se llenó con un sonido viscoso y espeso, como si las almas de las Valkirias se disolvieran, absorbiendo su esencia y transformándolas en nada más que líquido gris que caía en lluvia desde el cielo, cubriendo las calles, los edificios y todo lo que alguna vez había sido un símbolo de la ciudad.

Vash, con los ojos bañados en sangre dorada, miró al frente, respirando con dificultad.

Deimos había cumplido su propósito, pero la sensación de que todo estaba por desmoronarse lo invadió. En ese momento, una presencia inconfundible se sintió detrás de él.

Josef Mengele, observando el resultado de su dominio, entendió algo crucial. Vash no era un objetivo fácil. No podía ser derrotado por sus simples Valkirias, ni por sus métodos de manipulación.

El poder de Deimos había demostrado ser una amenaza incluso para el ejército que había creado, y ahora sabía que tenía que escalar las apuestas. Con una sonrisa gélida, Josef sacó su siguiente arma sagrada: el cuerno vikingo del apocalipsis nórdico, un artefacto legendario que contenía el poder para invocar el fin del mundo.

"Este será tu final, Vash," murmuró Josef, sabiendo que al soplar ese cuerno no habría marcha atrás.

El cuerno emitió una nota profunda y estremecedora, como si el mismo tiempo se hubiera detenido en ese instante. Una tormenta de fuego surgió, deshaciendo la realidad alrededor de ellos. El cielo, que antes estaba oscurecido por las nubes de destrucción, se iluminó con una intensidad cegadora.

Y de esa tormenta, de ese torbellino infernal de fuego, emergió Surtur, el demonio de fuego nórdico, destinado a destruir Asgard y traer el fin de los dioses. Surtur, con su gran espada hecha de lava y sombras y su corona de fuego, se alzó con una presencia tan abrumadora que la tierra tembló bajo sus pies. Su rostro era un mar de llamas y destrucción, su cuerpo una gigantesca figura de fuego viviente, cubierto con la ceniza del apocalipsis.

Surtur miró a Vash con unos ojos llameantes y extendió su gran espada hacia él. A su lado, Josef Mengele observaba con una calma helada, confiado en que el apocalipsis estaba al alcance de su mano. Vash apretó los dientes, el poder de Deimos todavía palpitando en su pecho, la energía carmesí de su espacio envolviéndolo.

Sabía que la batalla ahora sería decisiva, pero también sabía que no podía fallar.

El aire comenzó a volverse denso, como si todo el universo estuviera bajo la presión de esta guerra final.

Vash sintió cómo las leyes de la física se torcían a su alrededor. Con su poder de espacio (rojo), el suelo debajo de él comenzó a distorsionarse, como si la tierra misma cediera a su voluntad.

Cada movimiento que hacía era un rompimiento del tiempo y el espacio, cada respiración suya parecía reconfigurar el mundo, y sin embargo, la presencia de Surtur y Josef seguían desbordando sus capacidades.

Vash cargó hacia Josef con la rapidez de un relámpago, y justo antes de alcanzarlo, un destello de fuego bloqueó su camino.

Surtur, con su gigantesca espada, cortó el aire con un grito de furia que retumbó en todo Manhattan. Vash esquivó, pero el viento caliente lo envolvió, arrasando con los edificios a su alrededor.

El demonio de fuego no era solo un enemigo físico, sino también un agente de caos cósmico, uno que alteraba la estructura misma de la batalla.

Vash se lanzó al aire, utilizando su poder para manipular el espacio, acortando distancias de manera que su velocidad alcanzó niveles que ni Surtur ni Josef podían seguir.

De un solo movimiento, apareció detrás de Josef, su puño envuelto en energía carmesí dispuesto a golpearlo con toda su furia.

Pero Josef sonrió, sus ojos fríos destellando con malicia. "Pensaste que podrías derrotarme tan fácilmente?" Su poder aumentó y, con un gesto rápido, la espada de Surtur se giró, intentando atravesar a Vash con un golpe devastador.

El poder de Surtur estaba en la misma esencia del apocalipsis: el fuego eterno que nunca se apaga, la destrucción absoluta.

El choque de Vash contra la espada de Surtur fue como una explosión cósmica. Deimos se materializó de nuevo, lanzándose hacia la espada de Surtur, y en el contacto, el espacio mismo se desgarró, como si el propio universo estuviera siendo consumido por la destrucción absoluta.

Vash usó su poder de tiempo (azul) para retroceder brevemente, dándole un respiro. El espectáculo de destrucción que se desató ante él era algo digno de mitos antiguos, pero Vash ya no podía retroceder. En ese instante, Josef Mengele extendió su mano hacia el aire y con un solo movimiento, el dominio de su perfección se amplificó a un nivel cósmico.

La tormenta de fuego creció, incinerando todo a su paso. Las leyes de la realidad se retorcían bajo su control. Vash sentía que el aire mismo estaba hecho de destrucción, que el toque de Josef podía consumirlo por completo.

Pero Vash ya no estaba solo.

Con Deimos en la mano y un grito de determinación, Vash comenzó a concentrar todo su poder en un solo golpe. El espacio a su alrededor comenzó a deformarse, el tiempo se aceleró a su alrededor, y la energía carmesí de su poder cubrió su cuerpo como una tormenta destructiva.

"¡Este es el final, Josef!" gritó Vash, con su voluntad de hierro y su deseo de liberación, cargando hacia la figura de Josef y Surtur.

La ciudad de Manhattan seguía temblando bajo el peso de la batalla. Lo que alguna vez fue un monumento al progreso y la civilización, ahora se convertía en el campo de guerra de fuerzas cósmicas, desatadas por la ambición y la desesperación. Las llamas de Surtur no se apagaban; sus ojos de fuego brillaban como faros infernales.

Al otro lado, Josef Mengele permanecía quieto, observando, esperando. El cuerno vikingo descansaba en sus manos, el símbolo del fin del mundo. Y en el medio de todo esto, Vash, el hombre que había luchado por una causa más grande que él, ahora enfrentaba la más difícil de las decisiones ¿cómo detener el apocalipsis? sus ojos aun sangraban y sentía sus extremidades cambiar y doler.

Vash, con la lanza Deimos en mano, intentaba ganar terreno, pero el demonio de fuego que era Surtur no era un enemigo común.

Su espada de lava y runas cortaba el aire con una velocidad increíble, forzando a Vash a usar toda su agilidad y su poder de espacio para esquivar los ataques devastadores. Cada golpe de Surtur creaba una onda expansiva de fuego que hacía que el suelo se desintegrara bajo sus pies.

Vash se movió con rapidez, deformando el espacio alrededor de él para evitar ser alcanzado por la espada de fuego.

Pero aunque sus movimientos eran rápidos y precisos, el calor abrasante de las llamas de Surtur parecía devorar cada rincón de su energía.

La lucha no era solo física, sino también mental. Vash sentía que el desgaste comenzaba a pesar en su cuerpo, su resistencia estaba siendo puesta a prueba de formas que nunca había anticipado. Y, peor aún, el demonio de fuego no mostraba señales de fatiga.

"Esto no terminará bien para ti, Vash," dijo Mengele desde la distancia, su tono frío ya no estaba jugando ahora solo observando cada uno de los movimientos de su oponente.

Con una rapidez sorprendente, Mengele sacó su espada, y se lanzó al ataque, buscando abrir una brecha en la defensa de Vash. El choque de armas resonó en el aire como el sonido de un trueno, haciendo vibrar los edificios cercanos.

El filo de la espada de Mengele era perfecto, cada corte preciso y letal, aprovechando cada pequeño fallo en la defensa de Vash.

Vash apenas pudo reaccionar a tiempo. La maestría de Mengele en el combate era sobrehumana, y el hecho de que no usara ningún truco ni magia la hacía aún más aterradora.

Solo sus habilidades de lucha eran suficientes para mantener a Vash a la defensiva, forzándolo a hacer saltos imposibles en el aire y deformar el espacio para no ser alcanzado.

De repente, un leve ruido detrás de él hizo que Vash girara rápidamente. Un destello de luz se reflejó en el filo de una espada. Emma.

El corazón de Vash dio un vuelco al verla. Emma, la única razón por la que había seguido luchando, estaba de pie frente a él, lista para atacar. La expresión en su rostro era fría, determinada. Pero algo en sus ojos decía que algo no estaba bien.

Vash sintió el peso de la confusión. Emma había estado lejos de la batalla, a salvo, y ahora estaba aquí, contra él. Pero no tenía tiempo para cuestionarlo. Si no actuaba rápido, ella sería otra víctima de la guerra. No podía permitírselo.

Con un movimiento de desesperación, Vash extendió sus manos hacia el frente. El poder del espacio rojo se desbordó.

Creó varias esferas carmesí alrededor de él, distorsionando la realidad a su alrededor con tal intensidad que el aire mismo se retorcía. Sin pensarlo, lanzó una de las esferas directamente hacia Emma.

La esfera de poder se disparó hacia ella, envolviendo el espacio con un resplandor cegador. Emma apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la esfera la alcanzara.

Sin embargo, en lugar de hacerle daño, la esfera de Vash la desmaterializó temporalmente, enviándola a un espacio lejano y seguro, pero a costa de destruir varios edificios cercanos en el proceso. La ciudad, que ya estaba al borde de la aniquilación, ahora se encontraba aún más devastada, con escombros cayendo de todos lados.

"¡Emma!" Vash gritó, preocupado, pero ya no podía verla. Sabía que ella estaba a salvo, pero el peso de su decisión lo carcomía por dentro.

La voz de Mengele, como un eco mortal, resonó en sus oídos: "Sabía que te detendrías. Eso es lo que te hace débil, Vashy."

Antes de que Vash pudiera reaccionar, el cuerno vikingo resonó en el aire una vez más, esta vez con una vibración más profunda, más poderosa.

El viento comenzó a girar con fuerza, y la oscuridad se hizo aún más densa. Una vez más, la tormenta de fuego se desató, más fuerte y más destructiva que antes.

Fenrir, el gran lobo del Ragnarök, fue invocado.

A través del torbellino infernal de llamas y viento, una gigantesca figura emergió. Fenrir, el lobo mitológico que, según las leyendas, destruiría el mundo en el Ragnarök.

Su cuerpo masivo era una mezcla de sombras y fuego, con ojos rojos brillando con una intensidad inhumana. Su mandíbula, cubierta de colmillos afilados como dagas, era un estandarte de destrucción.

Cada paso que daba hacía que la tierra temblara, y su rugido resonaba como un trueno que sacudía los cimientos de la ciudad.

Fenrir, acompañado por el poder de Surtur, la esencia del fuego primordial y el caos, fue un espectáculo de terror. El lobo lanzó un gruñido ensordecedor y se abalanzó hacia Vash, cubriendo el aire con una furia apocalíptica. Vash no tuvo tiempo para pensar. Fenrir no era solo una criatura de fuerza bruta, sino también una entidad de destrucción total.

Vash apretó los dientes. Este enemigo sería aún más difícil que Surtur.

Deimos, que había estado inerte por un momento, comenzó a vibrar en sus manos. Vash sabía que necesitaba más poder para sobrevivir a esta nueva amenaza. No podía fallar.

Mientras Fenrir se acercaba, Vash usó todo su poder de espacio rojo, y con un rápido movimiento, intentó rodear al lobo con esferas de distorsión. Pero Fenrir no era tan fácil de contener.

El lobo no solo era rápido, sino que parecía tener la capacidad de detectar y esquivar cada intento de Vash. Cada vez que Vash lanzaba un ataque, Fenrir giraba con una agilidad sorprendente para su tamaño, evadiendo la distorsión espacial y lanzándose hacia él con una fuerza descomunal.

Surtur, viéndolo todo desde la distancia, levantó su espada de fuego y arremetió nuevamente contra Vash. Ahora, él era el objetivo más inmediato. Vash, agotado por el esfuerzo y la constante batalla, se vio acorralado entre los dos monstruos apocalípticos.

"¡Ve por el Deimos!" gritó Vash, decidido, mientras Su lanza brillaba.

Vash, con la lanza Deimos en sus manos, había logrado un avance momentáneo al derribar a Surtur, el demonio de fuego, pero la aparición de Fenrir, el lobo apocalíptico, cambió el curso de la batalla.

Fenrir, avanzó rápidamente hacia Vash. Su poder era abrumador, y aunque Vash intentó anticiparse a su ataque, Fenrir logró morder su brazo desde el hombro.

Encajando sus colmillos en su carne.fenrir era una invocación colosal cuyos colmillos fueron hechos para desgarrar a dioses y sus colmillos neutralizaban cualquier método de curación dejando una maldición en su víctima.

-AHHHGgggg *sangrar* bastardo-sintio su brazo casi ser arrancado pero lidiaria con este perro sarnoso.

Rojo.

Vash activó rojo en su esplendor dentro de la boca de la criatura.creó una onda de energía que empujó a Fenrir hacia atrás,destrozando sus organos y desgarrando todo su interior.

Vash, agotado, vio cómo su brazo derecho, que había sido atrapado en el ataque anterior, comenzaba a ceder. La sensación de que su cuerpo no podía seguir el ritmo de la batalla lo invadió, pero se negó a rendirse.

Con esfuerzo, Vash usó su poder de tiempo azul. El flujo temporal alrededor de su brazo comenzó a acelerarse, reparando poco a poco el daño que había sufrido.

Aunque la sensación de incomodidad y agotamiento lo abrumaban, sabía que no podía dejar que Fenrir o cualquier otro enemigo se impusieran. Sin embargo, mientras se concentraba en sanar, el entorno a su alrededor se volvió más peligroso.

Antes de que pudiera terminar de reparar su brazo, Josef apareció. se acercó rápidamente, con su espada lista para interceptar a Vash.

La habilidad y destreza de Mengele eran indiscutibles, y su rapidez hizo que Vash tuviera que dar un paso atrás para evitar el golpe, perdiendo por un momento su posición. Los escombros de los edificios cercanos caían a su alrededor mientras el choque de energías y fuerzas parecía envolverlo todo.

Pero Vash no iba a ceder. Aunque sentía el peso de sus heridas, su determinación seguía intacta. No podía dejar que todo terminara allí, no cuando el mundo y las personas que amaba estaban en juego. Con un esfuerzo renovado, tomó la lanza Deimos y se preparó para el siguiente enfrentamiento, con una resolución que brillaba en sus ojos.

"Te tengo mal nacido" murmuró Vash, más decidido que nunca.

Azul.

Lanzo multiples esferas que Mengele esquivo casi con desespero sabiendo lo peligroso que es la paradoja.

Mengele, con su habitual calma calculadora, desvió otro de los ataques de Vash con su espada y, con un movimiento ágil, se alejó rápidamente, esquivando el siguiente golpe.

Vash lo observó con atención; sabía que el científico no se detendría. Mengele, imperturbable, levantó la mano hacia su costado, donde su cuerno vikingo del apocalipsis descansaba, dispuesto a invocar otro ser apocalíptico.

Vash lo vio en sus ojos, el brillo en la mirada de Mengele. Lo sabía. El cuerno, si volvía a sonar, traería consigo una nueva amenaza.

Una amenaza que Vash no podía permitir que existiera. De inmediato, concentró su energía en Deimos, llamando a la lanza para que fuera su respuesta final.

"¡Deimos!" gritó con determinación, su voz resonando por encima del estrépito de la batalla. La lanza, como si tuviera vida propia, se alzó en el aire antes de dirigirse directamente hacia el cuerno de Mengele. Con una velocidad fulgurante, Deimos se lanzó contra el cuerno y lo devoró por completo, destruyéndolo en un estallido de energía carmesí que iluminó el cielo durante unos segundos.

El cuerno de Mengele, ahora reducido a nada más que fragmentos dispersos, cayó al suelo, mientras el científico se quedó quieto por un momento, observando con calma la destrucción de su herramienta.

La furia de Vash había alcanzado su punto culminante, pero Mengele no parecía sorprendido. De hecho, su rostro se iluminó con una sonrisa tranquila y siniestra, como si hubiera estado esperando este momento.

"Así que… has evitado mi próxima invocación. Sabía que serías capaz de eso, Vash. Pero aún hay algo que debes saber…" Su voz era fría, sin emoción, pero las palabras que siguieron pesaron como una losa sobre el aire.

Vash, aún de pie, no se movió. Algo en el tono de Mengele lo hizo detenerse. Sabía que el científico no iba a dejarlo ir tan fácilmente, que estaba por revelarle algo importante.

Sin embargo, no estaba preparado para lo que escucharía.

"Fue un hombre quien me entregó a ti. El mismo hombre que me permitió realizar mis experimentos…" Mengele continuó, su tono ahora envolviendo todo el ambiente, como si estuviera construyendo la atmósfera de una historia siniestra.

Vash lo observó en silencio, su respiración contenida. El nombre de Reinhard Heydrich, pronunciado por Mengele, le llegó como un eco lejano.

¿Quién era este hombre?

¿Qué conexión tenía con él, con su destino?

¿Y por qué Mengele se tomaba el tiempo de hablarle sobre él ahora?

"Reinhard Heydrich, Vash. El hombre que me llevó hasta ti, el hombre que me ofreció tus posibilidades… y tus sueños." La sonrisa en el rostro de Mengele era amplia, casi como si disfrutara el sufrimiento de revelar la verdad.

"Un hombre que, como tú, estuvo marcado por un destino mucho más grande de lo que podías imaginar. El que me abrió las puertas al caos que tú y yo estamos a punto de desatar…"

Las palabras de Mengele flotaron en el aire como un veneno sutil. Vash se quedó quieto, procesando lo que acababa de escuchar.

Reinhard Heydrich. Ese nombre, ese rostro oscuro del pasado, parecía estar vinculado a algo mucho más grande que lo que Vash había conocido hasta ahora.

¿Cómo se conectaba él con ese hombre?

¿Qué relación tenía con su propia existencia y con todo lo que había sucedido en la ciudad?

La revelación lo dejó en un estado de silencio, sin palabras, pero lleno de dudas y preguntas. Mengele siguió hablando, como si estuviera disfrutando cada palabra que decía, mientras las sombras del pasado se alzaban frente a Vash, cubriéndolo con un manto de incertidumbre.

"Es irónico, ¿no? Que el mismo destino que trató de destruirnos nos haya traído hasta aquí… ¿Crees que puedes detenerlo todo, Vash? Ese hombre, y todo lo que representaba, ha dejado una huella más profunda en tu vida de la que te atreves a imaginar…"

Vash, en silencio, comenzó a comprender la magnitud de lo que se estaba jugando.

La batalla no era solo una lucha contra Mengele, Surtur, Fenrir o cualquier otra criatura que invocara. La batalla era mucho más grande, y la verdad, ahora revelada, comenzaba a encajar de una manera desconcertante.

Con un suspiro, Vash apretó la lanza Deimos, su mirada fija en Mengele, quien se mantenía inquebrantable frente a él. El futuro de todo lo que conocía dependía de cómo eligiera responder a esa última revelación.

El silencio envolvía la escena, y en ese espacio de calma tensa, Vash sabía que tenía que decidir.

¿Qué haría ahora con esta nueva verdad sobre el hombre que había marcado su destino?

El viento soplaba fuerte sobre las ruinas de Manhattan, como si la ciudad misma estuviera presenciando el final de una era.

Vash estaba de pie, su mirada fija en Emma, que ahora se encontraba al lado de Josef Mengele.

La situación, que ya parecía insostenible, dio un giro aún más oscuro cuando Mengele alzó la mano hacia ella con una orden clara, casi imperceptible.

"Libéralo. Todo el módulo de Valkiria."

Las palabras de Mengele eran frías, sin rastro de emoción. La tensión en el aire se volvía insoportable, como si el tiempo mismo estuviera esperando lo inevitable.

Vash no entendía completamente qué estaba sucediendo, pero una parte de él temía que fuera demasiado tarde. Su corazón latía rápido al ver cómo Emma, la mujer que había sido su luz, su ancla en este torbellino de caos, comenzaba a brillar de una manera que nunca había imaginado.

Una luz cegadora emanaba de su cuerpo, tan intensa que parecía querer tragarse todo a su alrededor. Vash cerró los ojos un instante, y cuando los abrió nuevamente, vio el rostro de Emma. Estaba llorando.

Las lágrimas corrían por su rostro, pero había algo más en su expresión: una tristeza tan profunda que parecía envolverla por completo.

¿Qué le estaba pasando?

Emma ya no estaba completamente allí. Estaba siendo transformada.

"¡No! ¡Emma!" Vash gritó, extendiendo la mano hacia ella, pero la luz de Emma lo cegó momentáneamente, y cuando logró recuperar la vista, el proceso ya estaba más avanzado.

La figura de Emma se desintegró parcialmente, transformándose en una energía pura, un resplandor que no era humano, ni divino, sino algo entre ambas cosas, un ente de poder y sufrimiento.

Mengele observaba la escena con una sonrisa fría y distante, como si todo estuviera siguiendo su plan perfecto.

"¡Esto es la perfección, Vash! ¡El toque de Dios que transformará todo el continente en lo que siempre debió ser! ¡Valkirias! ¡Toda América será reconfigurada, reprogramada, hasta que cada ser humano sea parte de la perfección que he soñado!"

Vash, completamente desbordado, miró a Emma una vez más. La energía que la rodeaba era tan intensa, tan ajena a lo que ella había sido, que su alma misma parecía estar siendo arrebatada.

No entendía cómo Mengele había logrado hacer esto, ni qué clase de poder estaba desatando, pero lo que veía frente a él era algo mucho peor que cualquier enemigo físico. Era una violación de la esencia misma de Emma, de lo que ella había sido.

Vash sentía que el suelo bajo sus pies se desmoronaba.

La desesperación lo envolvió. Cada fibra de su ser clamaba por hacer algo, pero las opciones eran limitadas. ¿Qué podía hacer contra una energía tan pura, tan sobrecogedora?

Fue entonces cuando la desesperación se transformó en furia.

"¡NO VOY A PERMITIRLO!" Vash gritó, su voz resonando con una energía que parecía desafiar incluso las leyes de la física.

Con un grito de liberación, Vash desató todo su taikyoku, la energía que había estado acumulando a lo largo de su lucha, ese poder que le había sido dado, pero que aún no había utilizado en su totalidad.

El aire a su alrededor vibró cuando una onda de energía azul etérea comenzó a envolver su espada, Deimos, mientras sus ojos brillaban con una luz carmesí.

El poder de la lanza se desató de manera brutal, como un rayo desde el corazón del espacio mismo.

Vash levantó la espada hacia el cielo, canalizando el caudal de su energía, liberando su fuerza sin restricción. En un instante, Deimos surcó el aire hacia el suelo con una velocidad incomparable, y cuando tocó el suelo, un estallido de energía surgió, una explosión tan devastadora que borró todo lo que tocó.

La ciudad de Nueva York desapareció en un instante, tragada por la poderosa explosión que emanaba de la tierra misma.

Pero no fue solo la ciudad lo que se desintegró, sino también la energía de Emma, esa transformación que Mengele había impuesto sobre ella. La ciudad fue arrasada, pero la ola de energía también se extendió fuera de la ciudad, atravesando los límites de Manhattan y alcanzando todo el continente.

El aire brilló de manera sobrenatural mientras la energía carmesí de Deimos se extendía, llevando consigo una onda que reformó el entorno, como si la realidad misma fuera reconfigurada. La amenaza de Mengele y su poder se desintegraba mientras Vash, al borde de su resistencia, miraba el horizonte devastado.

La ciudad había desaparecido, pero algo de la energía liberada seguía vibrando en el aire.

Aunque la amenaza inmediata había sido detenida, la fuerza del impacto había alcanzado una escala descomunal, dejando a Vash exhausto, pero con un sentido de alivio que se mezclaba con el miedo de lo que acababa de suceder.

¿Había hecho lo correcto?

Emma… había sido liberada. Pero a un costo que Vash aún no podía comprender por completo.

Con Deimos de vuelta en sus manos, y el país por reconstruir, Vash se desplomó sobre sus rodillas, el agotamiento recorriendo su cuerpo, pero una sensación extraña de vacío y sacrificio lo invadía.

Había ganado, sí, pero a un precio incalculable.

El futuro era incierto. Había salvado a una parte del mundo, pero, ¿cuál sería el costo para el resto de la humanidad?

El aire estaba denso, impregnado de un silencio absoluto que sólo era interrumpido por el sonido de los escombros que caían y el crujir lejano de las ruinas que alguna vez fueron Manhattan.

La devastación era indescriptible, un paisaje de caos y destrucción que mostraba el costo de la batalla. Pero dentro de ese océano de ruina, había algo que seguía brillando, algo que seguía vivo: Emma.

Vash estaba allí, de rodillas sobre el terreno arrasado, el sudor cubriendo su frente, su respiración entrecortada. En su mente, aún resonaba la lucha, el caos, las decisiones tomadas.

Pero Emma estaba frente a él, su forma etérea y luminosa, como una presencia que ya no pertenecía completamente a este mundo, pero aún lo tocaba con su luz.

Sin pensarlo, Vash se levantó rápidamente y corrió hacia ella, abrazándola con todas sus fuerzas.

Emma lo reconoció al fin, su rostro envuelto en una tristeza profunda, pero también un destello de alivio en sus ojos. Vash sentía que finalmente había alcanzado lo imposible, que había salvado lo que más amaba. Ella había regresado a él, aunque a un precio inmenso.

"Vash…" susurró Emma, su voz temblorosa, como si estuviera flotando entre dos mundos. "Lo siento… todo esto… lo hice para salvarte…"

Vash no pudo responder con palabras. Lo único que pudo hacer fue abrazarla más fuerte, como si temiera que se desvaneciera en el aire.

En ese abrazo, sintió que todo el peso de la batalla, todo el sacrificio, encontraba un sentido. Pero, a pesar de sus esfuerzos, Emma comenzó a disolverse, su cuerpo de luz desintegrándose en partículas brillantes, desapareciendo lentamente ante sus ojos.

"No, Emma, por favor, no te vayas…" Vash gritó, sus palabras cargadas de desesperación.

"Vash…" La voz de Emma se desvaneció, pero el eco de sus palabras aún resonó en su corazón.

"Te amo."