Y entonces, se desvaneció por completo. Todo lo que quedaba era el vacío.
Vash quedó allí, con los ojos cerrados, el dolor golpeando su pecho como un trueno.
Había salvado a Emma, sí, pero el precio había sido su adiós. La luz que había brillado tan intensamente en su vida ahora se había ido, dejándolo con un vacío que no podía llenar.
En medio de la desolación, un rugido de risa resonó a lo lejos. Josef Mengele, apoyado sobre unas runas desgastadas, estaba de pie, agotado, su cuerpo cubierto de polvo y con su traje parcialmente destruido.
Su espada fragmentada caía a su lado, pero sus ojos brillaban con una determinación inquebrantable. Rió, casi como si el universo entero estuviera desmoronándose a su alrededor.
"No… no puede ser…" murmuró entre risas, con la voz quebrada por el cansancio. "Lo he fallado, pero volveré. ¡Volveré una y otra vez! ¡Porque la perfección de la humanidad es inevitable! ¡Y la ascensión de la raza aria… es solo cuestión de tiempo!"
Vash lo miró de lejos, su cuerpo encorvado por el agotamiento, pero su mirada fija en el hombre que había causado todo este sufrimiento.
Mengele no parecía dispuesto a rendirse, a pesar de la derrota que había sufrido. El hombre que creía en la perfección veía la caída de su imperio como un pequeño tropiezo, una simple derrota que pronto podría superar.
Pero antes de que Vash pudiera dar el siguiente paso, algo extraño ocurrió. Una silueta apareció frente a Mengele.
Era una figura elegante y poderosa, con cabello rojo como el fuego y una presencia que irradiaba poder.
Su uniforme, una prenda que Vash reconoció de inmediato, era muy familiar: El uniforme militar de Eleonore von Wittenburg, la mujer enigmática del pasado, una sombra que había estado presente en muchas de las luchas de Mengele y Reinhard.
Eleonore se acercó a Mengele, su mirada fija en él, con una calma casi aterradora. Mengele, sorprendido, levantó la vista hacia ella, como si no pudiera creer lo que veía.
"Eleonore…" murmuró, su voz llena de incredulidad. "¿Cómo… cómo sigues viva después de todos estos años? No puede ser…"
Eleonore no respondió de inmediato. Su expresión era seria, casi indiferente, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y resolución. Ella ya sabía lo que tenía que hacer.
"Ya no eres útil para Reinhard, Josef." Su voz era suave, pero cada palabra estaba cargada de autoridad. "Eres una carga, una pieza rota."
Mengele, incapaz de aceptar lo que le decía, dio un paso hacia adelante, furioso. "¡No! ¡No entiendes! ¡¡No sabes lo que he hecho!! He… He creado la perfección. ¡He llevado la humanidad a su punto máximo! ¡Soy el único capaz de hacerlo!"
Pero Eleonore, con un gesto tranquilo pero firme, levantó la mano. Un resplandor de fuego surgió de su palma, un fuego que era más allá de lo humano, un poder tan antiguo como el mismo universo.
"Es demasiado tarde, Josef." Eleonore dijo en un susurro, y con un solo gesto de su mano, una llama ardiente surgió, envolviendo a Mengele en su calor abrasador. En un instante, la figura de Mengele fue consumida por el fuego, su cuerpo desintegrándose, y sus gritos se desvanecieron en el aire.
La figura de Eleonore permaneció allí, mirando el lugar donde una vez estuvo Mengele. El aire quedó en silencio. La batalla había terminado.
Pero, como siempre, las sombras del pasado no podían ser borradas con facilidad.
Vash se acercó lentamente, su cuerpo aún exhausto, pero su mente alerta. Eleonore, al ver su presencia, le dirigió una mirada fría, pero no hizo ningún movimiento. Sabía que el hombre ante ella tenía una historia que no podía ser ignorada.
"Vash," dijo Eleonore, su tono serio pero respetuoso. "Has ganado, pero el precio de esta guerra aún no se ha pagado."
Vash la observó, con una mezcla de incredulidad y confusión.
"¿Y ahora qué? ¿Qué sucede después de todo esto?"
Eleonore lo miró por un momento largo y pensativo. "Ahora, tú decides. Lo que venga después, lo que ocurrirá con el mundo… es tu responsabilidad.**"
Con esas últimas palabras, Eleonore se desvaneció en el aire, como si nunca hubiera estado allí. La figura de la mujer se disolvió en la brisa, dejando tras de sí un rastro de incertidumbre.
Vash, ahora solo, observó el horizonte devastado, sintiendo el peso de todo lo que había sucedido y lo que aún tenía que venir.
El futuro estaba abierto ante él, pero el camino hacia la paz sería más largo y complejo que nunca.