El futuro parecía colapsar con cada segundo que pasaba. El rugido del viento que arrastraba los escombros era lo único que quedaba de la ciudad que alguna vez fue Nueva York. La devastación, la explosión cataclísmica que había marcado el fin de todo lo que Vash conocía, dejó una cicatriz imborrable en la humanidad. Pero, por encima de todo, lo que más lo consumía era la ausencia de Emma.
La escena en Manhattan había dejado una huella indeleble en su alma, y Vash no podía evitar culparse por lo que había sucedido. Habia impedido que el toque de dios devastara todo, sí, pero al mismo tiempo lo había destruido todo. Había tratado de evitar lo inevitable, había intentado salvar a Emma a toda costa, pero no había logrado impedir que su sacrificio se convirtiera en la chispa que provocó la explosión de energía que acabó con medio país. La sensación de culpa lo devoraba.
Los informes de las noticias internacionales no hacían más que exacerbar su dolor. Los titulares hablaban de "un ataque devastador contra los Estados Unidos", pero nadie sabía la verdad. En los medios de comunicación, se especulaba que había sido una bomba, aunque la magnitud de la destrucción no coincidía con ningún artefacto conocido. Las teorías sobre el origen del ataque eran infinitas, y entre las especulaciones, la Unión Soviética era mencionada con fuerza como el supuesto responsable. Nadie sabía que el verdadero culpable era una figura oculta en las sombras: Josef Mengele, el científico que había orquestado todo el caos.
El mundo estaba equivocado, y Vash lo sabía. Pero la culpabilidad de sus acciones lo mantenía en silencio, alejado de las personas que aún luchaban por entender lo sucedido. La noticia de la tragedia había viajado rápidamente, pero Vash no tenía tiempo para dar explicaciones ni para ser parte de esa nueva historia. Tenía que encontrar la manera de escapar, de huir de todo. Un impulso lo empujaba a ir hacia el Medio Oriente, un lugar tan distante, tan lejano, como si allí pudiera encontrar alguna respuesta o alguna forma de redención. O tal vez solo para escapar del sufrimiento que lo acosaba.
Vash no tenía documentos, no tenía identidad, no tenía nada que lo vinculase con el mundo exterior. Pero aún así, se las arregló para conseguir un pasaje en un avión, aunque fuera de contrabando, sin más que unos pocos billetes de dólares manchados por la sangre de la batalla. Al subir al avión, el avión cargado de personas que no lo reconocían ni sabían quién era, Vash se perdió en el anonimato, como si quisiera desaparecer por completo del mundo que lo había marcado con su dolor y sus decisiones.
El vuelo, a través de las oscuras nubes que cubrían los cielos, era el único refugio que tenía en ese momento. Miraba por la ventana, observando el paisaje que pasaba rápidamente mientras pensaba en lo que había dejado atrás.Su familia, Emma, la ciudad, la guerra... Todo se desvanecía a su alrededor. Pero la culpa seguía siendo palpable. Aunque había luchado con todo lo que tenía, el precio que había pagado por salvar a las personas había sido demasiado alto. Y ahora, mientras el avión volaba hacia el Medio Oriente, solo podía preguntarse qué sucedería a continuación.
El mundo estaba sumido en el caos, y Vash sabía que su presencia, o su ausencia, no cambiaría nada. La noticia de la explosión, que nadie comprendía del todo, se seguía difundiendo a través de los medios internacionales. Las teorías sobre la bomba, que ya se hablaban en todos los rincones del mundo, seguían creciendo. Algunos decían que era un ataque nuclear, otros un experimento fallido, mientras que algunos incluso hablaban de algo mucho más oscuro, más allá de lo humano. Las naciones estaban desconcertadas y comenzaban a tomar medidas de seguridad drásticas, pero lo que nadie sabía era que la fuente de todo ese poder no era otra cosa que la energía liberada por Mengele al liberar su espada.
La tensión política crecía a nivel global, pero eso ya no era un asunto que Vash pudiera manejar. Su vida estaba en suspenso, su futuro ya no existía en el mapa de la humanidad. Al menos, eso es lo que pensaba en ese momento. El avión volaba hacia su destino incierto, y el horizonte del Medio Oriente se acercaba lentamente, mientras el peso de la culpabilidad se mantenía firmemente sobre sus hombros.
Al llegar a su destino, Vash no sabía qué encontraría ni qué lo esperaba. El mundo había cambiado, y él también lo había hecho. Las noticias sobre el ataque en los Estados Unidos seguían dominando los titulares, pero ahora, el caos y la destrucción se veían reflejados en la incertidumbre global. Nadie sabía la verdad, y nadie podría jamás entender lo que realmente ocurrió, pero Vash estaba decidido a seguir adelante, incluso si eso significaba enfrentarse a su propio tormento interior y a los secretos que aún no había desvelado.
El avión aterrizó en Argelia, la República Argelina Democrática y Popular, un país situado en el corazón del Magreb, en el norte de África. Vash no sabía exactamente qué buscaba aquí, ni qué esperaba encontrar, pero sentía que la vasta extensión de desierto y las ciudades aún sin modernizar le ofrecían una especie de anonimato que no podía obtener en ningún otro lugar del mundo. Aquí, en este rincón olvidado del planeta, nadie lo conocería, nadie sabría de su pasado. Y, en cierto modo, eso era lo que más deseaba en ese momento: un nuevo comienzo.
La transición de un país devastado por la guerra a un lugar tan ajeno le resultaba desconcertante. Argelia era un mundo diferente, primitivo en muchos aspectos, y el contraste con la urbe destruida de Nueva York era abismal. La gente parecía estar inmersa en su propio ritmo, un flujo de vida más primitivo, más arraigado en la tierra, pero también marcado por la falta de recursos y oportunidades. Las calles estaban llenas de comerciantes ambulantes, vendedores callejeros que ofrecían sus mercancías en mercados improvisados a orillas del puerto. La vida en esta parte del mundo seguía adelante a pesar de las adversidades.
Vash, sin un rumbo fijo, caminaba entre la gente, sin rumbo alguno. No comprendía el idioma local ni las costumbres, y a pesar de su deseo de permanecer en el anonimato, algo en él seguía perturbado. Había sido un hombre marcado por la violencia y el sufrimiento, y aunque se encontraba en un lugar diferente, las cicatrices de la guerra seguían siendo visibles en su alma. Los sonidos del bullicio, las voces que no comprendía y el ajetreo de la vida cotidiana le resultaban extraños. La ciudad de Argel era, para él, un lugar ajeno, y cada paso que daba parecía más vacío que el anterior.
Pasaron varios días. El calor del sol sobre su piel se volvía incomoda, y la desorientación lo envolvía por completo. Vash se sentía como una sombra perdida entre la multitud. Pero, en medio de la desolación, algo en su interior le instó a seguir adelante.
"Madre querría que viviera" le repetía a sí mismo en su mente, como si ese concepto le pudiera devolver algo de la fuerza que había perdido. La gente aquí no vivía en el lujo ni en la comodidad, pero había algo en su perseverancia, en su lucha por sobrevivir, que tocaba una fibra dentro de él.
Caminó por las colinas que bordeaban la ciudad, observando los restos de la arquitectura desgastada por el tiempo y el abandono. En una de esas colinas, encontró una pequeña casa en ruinas, una construcción que había sido despojada de casi todo lo que en su día la había hecho habitable. Sin embargo, había algo en esa casa que despertó una sensación en Vash. Quizás, por primera vez en mucho tiempo, algo dentro de él le decía que podía reconstruir, que podía encontrar algo positivo en todo ese vacío. La casa, aunque destruida, ofrecía una especie de refugio.
Sin pensarlo demasiado, Vash se acercó a la pequeña edificación, examinando su estructura deteriorada. Los muros estaban llenos de grietas, y el techo, a punto de derrumbarse, apenas sostenía lo que quedaba. Pero había algo que lo atrajo, una chispa de propósito en medio de la oscuridad. Con las manos vacías y el alma perdida, comenzó a recoger piedras de las colinas cercanas. Sin herramientas, solo con su propia fuerza, comenzó a reparar los muros, a reconstruir las partes que aún podían salvarse. No sabía cómo iba a lograrlo, pero el simple hecho de empezar lo mantuvo ocupado, lo mantuvo en movimiento.
La gente que pasaba cerca lo observaba con cierta curiosidad. Algunos de los vendedores ambulantes le ofrecían comida o agua, pero Vash apenas respondía. La única voz que escuchaba era la suya propia, un murmullo de perseverancia que le recordaba que había algo más allá de la devastación. Mientras movía las piedras y reparaba la casa, su mente comenzaba a liberar las tensiones acumuladas durante los días de lucha y sufrimiento. Era un trabajo arduo, pero al menos, de alguna manera, sentía que estaba construyendo algo, aunque solo fuera un refugio temporal para sí mismo.
Día tras día, Vash se dedicaba a su tarea, sin pensar demasiado en el futuro. Sabía que su vida había dado un giro radical y que su pasado nunca desaparecería completamente, pero por primera vez en mucho tiempo, había encontrado algo que lo mantenía anclado a la tierra. En su esfuerzo por reconstruir la casa, encontró una forma de reconstruir también su alma. Tal vez no era el comienzo que había soñado, ni la solución a sus problemas, pero era un paso hacia algo que, al menos en ese momento, tenía sentido.
Ellas querían que vivieras, se repitió nuevamente, esta vez con más convicción. Las palabras, aunque simples, resonaron en su mente mientras las paredes de la casa comenzaban a tomar forma. Quizás, después de todo, no todo estaba perdido. Tal vez aún quedaba algo por lo cual luchar.
día tras día, continuaba con su arduo trabajo en la reconstrucción de la pequeña casa. Había logrado restaurar las paredes, reparado las grietas, e incluso empezó a dar forma a algunos muebles. Usando su lanza, Deimos, que parecía estar inextricablemente vinculada a él de una manera que aún no entendía, tallaba los troncos de los árboles cercanos, transformándolos en sillas, mesas y estanterías rudimentarias. La lanza, aunque un artefacto de poder y peligro, se había convertido también en su herramienta más confiable. Con un toque de taikyoku, la lanza deslizaba su filo como si tuviera vida propia, ayudando a Vash en cada tarea, tanto la más mundana como la más técnica.
Aunque no comprendía el origen ni la verdadera naturaleza de Deimos, Vash sentía que la lanza le otorgaba una fuerza que iba más allá de lo que mostró contra mengele. Era como si el arma compartiera un vínculo con él, una conexión que le permitía no solo defenderse, sino también crear. Cada corte que hacía, cada madera que transformaba, se sentía como si la lanza misma estuviera colaborando en la restauración de su vida, y de la casa que le había ofrecido un refugio, aunque efímero.
Vash no tenía dinero ni recursos, pero no se dio por vencido. En un impulso de supervivencia, se dedicó al cultivo. Había observado cómo algunos habitantes del lugar cultivaban sus propios alimentos, y vio en ello una oportunidad. Con un poco de observación, Vash recogió semillas de frutos que encontraba en su entorno, como higos de una higuera que crecía cerca, y uvas de una vid que serpenteaba por la base de una roca. Con el disparo de rojo, formó surcos en la tierra para sembrar las semillas, creando un pequeño huerto que, si tenía suerte, le ofrecería algo de sustento.
El agua era un bien escaso, pero Vash había descubierto un río cercano, cuyas aguas frescas y claras le proporcionaban el recurso vital para sus cultivos. Usó un pequeño recipiente improvisado y lo transportó hasta su pequeña finca, asegurándose de mantener la tierra bien hidratada.
A medida que pasaban los días, más personas comenzaron a observar la figura del extraño extranjero que vivía en la colina, en una casa que parecía haber emergido de las ruinas. Para ellos, Vash era una figura misteriosa que había llegado de la nada, y su presencia, aunque inusual, no parecía molestarles. Algunos, curiosos, se acercaban para observar sus esfuerzos, y los niños se detenían a mirarlo desde la distancia mientras él levantaba grandes piedras, una tras otra, para reforzar los cimientos de la casa.
Los niños, con sus rostros sucios y ojos brillantes, se acercaban a la distancia, observando a Vash con fascinación. Veían al extranjero, un hombre que nunca había mostrado signos de violencia, tomar aquellas piedras enormes y levantarlas como si nada. Su figura alta y joven parecía ser más que humana para ellos, como una especie de gigante que podía reconstruir el mundo con solo un par de movimientos. Se reían entre ellos, murmurando y señalando a Vash, sin saber realmente quién era o por qué estaba allí. Para ellos, solo era un hombre blanco extranjero que había aparecido de repente, sin explicación.
Vash, sin embargo, no se percataba de las miradas curiosas o los murmullos. Estaba demasiado concentrado en su tarea. Aunque el trabajo era arduo, las piedras pesadas y el calor abrasador del sol africano no lo detuvieron. Cada piedra que levantaba parecía ser una metáfora de su propia lucha interna un peso que debía soportar, pero que no lo aplastaba. Cada pared que reconstruía, cada pedazo de madera que tallaba, le daba una sensación de logro, un paso más lejos de la devastación que había dejado atrás.
A veces, cuando descansaba por un momento, se sentaba en la sombra de los pocos árboles que quedaban cerca, su mirada perdida en el horizonte. Las dudas seguían rondando su mente, pero también había algo más que emergía, una sensación de paz que no había conocido en mucho tiempo. Estaba solo, sí, pero también estaba reconstruyendo algo. Aunque no podía llenar el vacío que sentía por la pérdida de Emma, ni entender completamente el significado de su existencia, algo en ese pequeño rincón del mundo le ofrecía una tregua, por un breve momento.
En la lejanía, algunas personas le traían agua o pequeños obsequios, pero Vash apenas los notaba. Estaba enfocado en su nueva vida, la que no había elegido, pero que, a su manera, comenzaba a aceptar. El pequeño huerto florecía, las semillas que había sembrado empezaban a germinar. El futuro era incierto, sí, pero por primera vez, no sentía que estuviera solo en la desolación.
En la colina, en su casa reconstruida, Vash comenzó a sentir que podía, al menos, dar un paso más hacia adelante, hacia una vida que, aunque diferente, le ofrecía una pequeña chispa de esperanza.
Semanas Despues.
Malika, una joven mujer de tez morena y ojos brillantes, caminaba por una zona cercana a su aldea, recolectando frutos de los árboles que crecía en la región. Era una tarea común para ella, pero aquel día algo la distrajo. Mientras recolectaba, sus ojos se posaron sobre una figura a lo lejos, junto al río. Era él, el extranjero que había llegado hace semanas a vivir en las ruinas de la colina. Nadie sabía su nombre ni su origen. Algunos decían que había llegado del norte, de tierras lejanas, pero no había confirmación. Solo se sabía que parecía muy joven, casi un adolescente, y que su presencia había despertado una curiosidad inquietante en el pueblo.
Malika había oído hablar de él, claro. Rumores se habían esparcido rápidamente. Decían que levantaba rocas enormes con las manos, algo que nadie podía creer. Algunos incluso aseguraban que podía mover piedras del tamaño de una ersona con solo un gesto. "Imposible", decían los más escépticos. Nadie podía concebir que un joven tan delgado y aparentemente normal pudiera tener tal fuerza. Pero el hecho de que Vash estuviera allí, sin un hogar, reconstruyendo algo que se consideraba irrecuperable, despertaba una fascinación inexplicable en la gente.
Intrigada, Malika dejó de lado la canasta de frutas y comenzó a caminar hacia donde había visto al chico. No estaba segura de qué esperaba encontrar, pero algo dentro de ella la impulsaba a averiguar más sobre él. Al acercarse al río, vio a Vash de espaldas, concentrado en llenar un recipiente de agua con las manos. Estaba de pie, con los brazos extendidos, el agua salpicando a su alrededor mientras su mirada se perdía en la corriente.
Malika observó en silencio desde su posición. A pesar de la soledad que parecía envolverlo, algo en su presencia despertaba una extraña calma. En un mundo tan agitado, donde la desconfianza y las luchas por sobrevivir parecían dominar, Vash parecía estar buscando algo diferente. Algo más allá de la supervivencia diaria. Pero, ¿qué era lo que realmente lo motivaba?
Decidió seguirlo, curiosa por descubrir más. Malika, sigilosa, se adentró por entre los árboles, asegurándose de no hacer ruido mientras caminaba hacia la colina. A medida que subía, se detuvo un momento al ver el paisaje: la casa en ruinas que Vash había encontrado, ahora transformada por su arduo trabajo. Con asombro, observó cómo el joven había logrado reconstruir gran parte de la estructura. Las paredes, aunque aún incompletas, ya tenían forma. Muebles tallados a mano y de aspecto rudimentario adornaban lo que ahora parecía una casa habitable, y las piedras que él había levantado se veían perfectamente alineadas.
Malika sintió una mezcla de asombro y duda. Nadie había creído los rumores sobre su fuerza, pero al ver la casa, comprendió que había algo más en Vash de lo que los demás pensaban. No solo había reconstruido una casa, sino que había hecho todo esto sin la ayuda de nadie, sin recursos, sin nadie. Lo había hecho todo por pura voluntad y esfuerzo. Pero, ¿por qué? ¿Qué lo motivaba a reconstruir algo tan sencillo, sin esperar nada a cambio?
Al acercarse un poco más, vio cómo Vash movía algunas piedras, apilándolas una sobre otra, su cuerpo inclinado bajo el peso de la carga. Los niños del pueblo solían decir que podía levantar piedras tan grandes como su propio cuerpo, y ahora Malika lo veía en acción. Era cierto. El chico, aunque joven y aparentemente frágil, cargaba esas enormes rocas con la misma facilidad que alguien podría levantar una piedra pequeña.
"¿Cómo lo hace?", pensó Malika, sin poder entenderlo.
Decidió acercarse. Con cautela, dio un paso hacia adelante y, finalmente, Vash la notó. Su mirada se levantó hacia ella, y por un momento, ambos se quedaron en silencio. Malika no sabía qué decir, pero sentía que debía hablar. Había algo en Vash que la intrigaba profundamente, algo que necesitaba comprender.
"¿Qué haces aquí?", preguntó Vash, su voz suave, sus ojos se relajaron detrás de sus gafas de sol. Aunque no era hostil, había una barrera invisible que Malika podía sentir. Estaba acostumbrado a estar solo, probablemente, y su tono reflejaba esa distancia. Pero ella no retrocedió.
"Solo… quería saber más", respondió Malika, dando un paso más hacia él. "¿Cómo logras levantar esas piedras? He escuchado rumores, pero nunca creí que fuera cierto."
Vash la miró por un momento su acento aunque diferente al suyo podía entenderla, evaluándola en silencio, y luego, sin decir palabra, levantó una de las enormes rocas con una mano. Malika observó sorprendida cómo el chico, con una destreza y fuerza inusuales, alzaba la piedra por encima de su cabeza, sin esfuerzo, como si fuera un simple objeto cotidiano.
"Esto es… más que fuerza", murmuró Vash, casi para sí mismo. "Es solo… lo que tengo que hacer."
Malika no comprendía completamente lo que quería decir, pero el tono de su voz era claro: no había nada de casualidad en sus acciones.. En sus ojos, Malika vio algo que nunca había esperado encontrar en alguien como él: un brillo de determinación, pero también de sufrimiento.
"¿Por qué lo haces?" preguntó ella, dando un paso más cerca. "¿Por qué reconstruir una casa aquí, en medio de la nada? ¿Por qué hacerlo fuera de todo?"
Vash no respondió de inmediato. En su rostro se reflejaban las cicatrices del pasado, la tragedia de haber perdido tanto y la incertidumbre de un futuro que no sabía cómo encarar. Finalmente, con una leve sonrisa triste, dijo.
"Porque no tengo otra opción. Solo puedo seguir adelante."
Malika, aunque no entendía completamente, asintió lentamente. Algo en esas palabras resonó en ella. Quizás él estaba tan perdido como todos los demás, solo que tenía un propósito que lo mantenía en pie, a pesar de todo. Sin más que decir, ella se quedó allí, observando mientras Vash volvía a su tarea, como si la presencia de alguien más no pudiera detener su trabajo.
Malika pasó varios días al lado de Vash, observando en silencio mientras él continuaba con su rutina diaria de cultivar, reparar su casa y, en algunos momentos, simplemente sentarse frente a las ruinas y mirar al cielo. Había algo en su comportamiento que la fascinaba. No solo por la impresionante fuerza que había demostrado al levantar rocas enormes o reconstruir la casa, sino por la calma con la que realizaba cada tarea, como si cada movimiento estuviera cargado de un propósito más allá de la simple supervivencia.
A veces, ella se quedaba a su lado, sin decir nada, simplemente observando. En otras ocasiones, lo invitaba a acompañarla al pueblo. Aunque Vash siempre parecía reacio a interactuar con los demás, aceptaba sus invitaciones de manera tímida, con una expresión que delataba tanto su curiosidad como su incomodidad en un entorno que no entendía completamente. A pesar de las miradas curiosas y los murmullos de los aldeanos, Malika se aseguraba de que él estuviera bien, de que no se sintiera completamente fuera de lugar.
Un día, mientras caminaban por el mercado del pueblo, Malika observó que la vestimenta de Vash, aunque distintiva, estaba visiblemente desgastada por el tiempo y el uso. Su abrigo rojo, que había sido elegante en algún momento, estaba ahora deshilachado en las costuras y cubierto de polvo. Las gafas de sol redondas de color azul que siempre llevaba, aunque aún elegantes, también mostraban señales de abuso. Malika no podía dejar de notarlo, y por alguna razón, su preocupación por él creció aún más.
"Vash", dijo, mirándolo con una expresión de inquietud. "Tu ropa… está bastante maltratada. ¿Por qué no te compras algo nuevo? No puedes seguir así por mucho más tiempo."
Vash, sorprendido por su sugerencia, se sonrojó ligeramente y se quedó en silencio por un momento. No estaba acostumbrado a que alguien se preocupara por su apariencia o por su bienestar de esa manera. Al principio no sabía qué decir. Había vivido durante meses ah, buscando solo lo necesario para sobrevivir, que la idea de cuidar su vestimenta le parecía trivial, incluso innecesaria.
"No es necesario", respondió tímidamente, mirando su abrigo con incomodidad. "No tengo dinero para eso..."
Malika lo miró fijamente y sonrió. "No te preocupes por eso", dijo con un tono suave pero decidido. "Déjame ayudarte."
Sin darle tiempo a rechazar la oferta, Malika lo tomó del brazo y lo arrastró, suavemente pero con determinación, hacia un puesto de telas en el mercado. Vash, aunque no quería causar más molestias, no pudo evitar sentirse un poco perdido ante el repentino cambio de rumbo. Al llegar, fueron recibidos por una mujer mayor, de rostro arrugado y ojos brillantes que hablaba en un dialecto que Vash no entendía en lo absoluto.
Malika, sin embargo, parecía comprenderlo perfectamente y empezó a hablar con la mujer, señalando algunas telas que estaban colgadas en el puesto. La conversación entre ellas era rápida y fluida, pero Vash no podía evitar sentirse fuera de lugar. La tejedora miraba a Vash con una expresión curiosa, como si lo estuviera evaluando, y Malika, con una sonrisa en los labios, continuaba señalando telas.
"¿Qué piensas?", le preguntó Malika, mirando a Vash con una sonrisa entusiasta. "Esta tela parece que quedaría bien para ti. Es resistente y ligera, perfecta para moverte libremente."
Vash, algo nervioso, echó un vistazo a la tela que Malika señalaba. No sabía mucho sobre telas o moda, y nunca había dado demasiada importancia a esos detalles. Para él, todo era funcionalidad, pero algo en la amabilidad de Malika lo hizo querer complacerla.
"Está bien", dijo finalmente, un poco dudoso. "Si insistes…"
La mujer tejedora comenzó a medir la tela y a cortar un trozo, hablando rápidamente en su dialecto, pero Malika, como si estuviera completamente familiarizada con el proceso, asintió con la cabeza y comenzó a ofrecer más sugerencias sobre el tipo de traje que podría hacer para Vash. La tejedora, mientras tanto, tomaba notas de lo que Malika decía, siempre sonriendo y murmurando palabras de aprobación.
Vash observó todo el proceso con una mezcla de incomodidad y gratitud. Nunca había tenido una experiencia como esa: alguien tan generoso, dispuesto a ayudarlo sin esperar nada a cambio. Durante su tiempo en el mercado, la gente lo miraba con curiosidad, pero Malika estaba a su lado, guiándolo con confianza.
Cuando la mujer finalmente terminó de cortar la tela y comenzó a coser las primeras piezas del traje, Vash se quedó allí, observando el trabajo con una sensación extraña. En su mente, era difícil de procesar; nunca había tenido algo tan elaborado. La sensación de que su vida, que había sido tan solitaria y centrada en la supervivencia, comenzaba a tomar una dirección diferente, algo más conectada con el mundo que lo rodeaba.
Malika sonrió al verlo y dijo: "Te quedará genial. Y no te preocupes, no tiene que ser perfecto. Lo único importante es que te sientas cómodo."
Vash asintió, agradecido, pero aún sin palabras para expresar lo que sentía. Todo esto era nuevo para él, y aunque aún no comprendía completamente lo que significaba, algo dentro de él se sentía aliviado. Quizás, solo quizás, podría empezar a encontrar algo más que simplemente sobrevivir. Tal vez podría, de alguna manera, empezar a vivir.
Cuanto duraría esta calma.
Vash había comenzado a sentir una paz que no había experimentado en años. Su corazón, que antes estaba marcado por la culpa, la tristeza y el dolor, comenzaba a aliviarse, aunque solo fuera por momentos. Malika, con su gentileza y su apoyo, había logrado hacerle olvidar, al menos temporalmente, las sombras que lo perseguían. El pequeño pueblo se había convertido en un refugio, un lugar donde las personas lo saludaban con calidez y donde sentía que podría encontrar algo que se parecía a la normalidad. En los días que pasaba trabajando, reparando su casa o cultivando su pequeña huerta, Vash sentía una tranquilidad desconocida.
Las sonrisas de los niños, los saludos de los comerciantes y los murmullos de los aldeanos lo habían envuelto en una burbuja de calma, y por un tiempo, logró olvidarse de los horrores del mundo exterior. Incluso las noches en las que se sentaba frente a su casa mirando las estrellas se volvían momentos de consuelo, como si la paz de ese rincón del mundo pudiera sanar todas las heridas de su alma.
Sin embargo, esa paz no duraría mucho. Un día, mientras Vash estaba en su casa, trabajando en uno de los muebles que había empezado a tallar, escuchó un golpe en la puerta. Era un sonido apresurado, como si alguien estuviera pidiendo ayuda. Con un leve suspiro, se levantó y fue a abrir.
Al otro lado de la puerta, una niña del pueblo estaba parada, respirando con dificultad y con los ojos llenos de miedo. Su ropa estaba sucia, y su rostro reflejaba la desesperación.
"¡Vash! ¡Vash!" gritó con urgencia. "¡Los mercenarios están atacando el pueblo!"
Vash, al escuchar esas palabras, sintió como si un viento frio cayera sobre él. Sin perder tiempo, miró hacia el horizonte y vio una columna de humo negro ascendiendo desde el pueblo. El ruido ensordecedor de los disparos y las explosiones llegaba hasta sus oídos, mezclándose con los gritos lejanos de las personas en pánico. El caos había comenzado.
La niña, temblando, intentó entrar en la casa de Vash, pero él la detuvo. "Quédate aquí, está a salvo", le dijo en un tono calmado, aunque su interior estaba en plena alerta. Con un movimiento rápido, escondió a la niña dentro de su hogar, asegurándose de que estuviera a salvo antes de cerrar la puerta.
Sin perder tiempo, Vash se abrigó con su largo abrigo rojo, que aunque maltratado, le brindaba algo de consuelo en momentos como este. Su corazón latía con fuerza, pero sabía que no podía quedarse ahí sin hacer nada. Si había algo que había aprendido en su vida, era que no podía escapar de la lucha, no podía esconderse ante el sufrimiento de los demás.
Con paso firme, salió de la casa y corrió hacia el pueblo. Cada paso lo acercaba más al lugar donde las llamas y el caos estaban tomando el control, pero también lo llenaba de una furia interna que había estado reprimida durante tanto tiempo. A lo lejos, los ecos de disparos se mezclaban con el rugir de los incendios. El pueblo que había comenzado a sentirse como su hogar, su refugio, estaba siendo destrozado por fuerzas ajenas, y Vash no podía permitir que eso sucediera.
Cuando llegó al pueblo, el escenario era desolador.
Aldeanos muertos, casas destruidas, cadáveres de personas que lo habían saludado esparcidos por donde viera.
Esto no estaba pasando.
No estaba pasando.
Nonononononononononononononononononoononononononononononononononononnononononnonononononononononnononononononononononononononononoonononononoonononononononononononononononnoonononononononononononononononononononononononononononononononononononononononononononononononononononononononononononoonnnononononoonnononononononononononoonnononononononononononononononononononononononononoonnonoo.
Su mente quería colapsar.
El polvo se levantaba en el aire mientras los mercenarios, vestidos con ropa de combate y armados con rifles de asalto, avanzaban entre las casas, incendiándolas y saqueándolas. Los aldeanos corrían en todas direcciones, tratando de escapar del ataque. Los gritos de terror se mezclaban con el rugir de los motores de los vehículos que los mercenarios utilizaban, mientras algunos de los más valientes intentaban defenderse, pero claramente estaban sobrepasados por el número y la fuerza de sus atacantes.
Sangre y mas sangre.
Vash se detuvo un momento, observo a un lado y su corazon temblo.
Malika.
Ella estaba en el suelo, su vestimenta tenida de sangre sostenía a su lado, sostenía de la mano a un niño en la misma situación.
Gritos y disparos sonaban a su alrededor.
El corazón del ave estelar tuvo suficiente.
""Hey wit, gee op en klim op die grond of ons maak vuur."vash dio media vuelta viendo a dos mercenarios apuntarle.
"tref die verdomde wit grond of ons maak jou kop oop"
"ya me tienen harto"
Un murmullo antes de su mano se desdibujará y lo próximo que sucedió fue que ambos mercenario habían perdido la cabeza.
Ya tuvo suficiente.
Siempre él.
Siempre a él.
Corrió por todo el lugar, masacrando a los mercenarios con solo sus manos, un golpe, una columna destrozada, un tirón de mano, un torso separado.
Era una carrera de la muerte, la ropa que le habían dado se teñía más y más del rojo carmesí de la sangre, sus gafas también se mancharon del líquido vital de a quienes destrozaba. Uno a uno fueron cayendo.
Los disparos no lo frenaban, los gritos no lo detenían.
Nadie sale de aquí.*aplastando dos cabezas juntas* psspppppppssss
nadie vive.*destrozando un cuerpo* aghghghgh blurghhgh
un par de horas los sobrevivientes que quedaron salieron a las calles solo para verlas tenidas de rojo y partes de los mercenarios que habían atacado. Niños ancianos y adultos que sobrevivieron veían al extranjero sujetando del cuello al último mercenario,
su cabello rubio estaba peinado hacia atrás con la sangre que lo salpico, su ropa tenida totalmente un agarre duro como el acero sostenía al hombre por el cuello, arrebatándole la vida poco a poco.
"!She d-d-de ja aggghhh me i-r!
El hombre trataba con lo que le quedaba de fuerzas zafarse del agarre del joven heydrich. Parecía inútil vash ya no respondía, ya no había necesidad.
Su mano derecha se alzó y sus dedos se extendieron como una lanza.
*Atravesar*
Plussspppp
el torso del hombre fue atravesado como el papel, el brillo de sus ojos dejo de aparecer."bastardo" murmuro vash retirando su mano ensangrentada y dejando el cuerpo caer. Bajo la cabe sintiendo la sangre escurrir de él.
Ya no importaba.
Lo perdió todo de nuevo.
En su visión noto a una serpiente blanca deslizarle por algunos cuerpos.