Habiendo estado día tras día con la Llama, Kieran se había convertido en un autoproclamado maestro de la conducta de la Llama. Quizá no conocía cada uno de sus pensamientos, el motivo detrás de sus acciones, o su objetivo final... pero sí conocía el aura y la personalidad de la Llama.
Aunque las cualidades inherentes estaban ahí, parecían eclipsadas por rasgos de carácter más prevalentes.
La depravación de la Llama desapareció en lugar de la dignidad, ofreciendo una presencia pesada que hacía algo difícil respirar, como si bultos inmateriales estuvieran presionando contra el pecho de todos.
Y lo que él sentía de la Llama ahora... era terriblemente incorrecto en su opinión. La Llama siempre había sido el epítome de la iniquidad, la malignidad y la despiadad, capaz de hacer cantidades impías de sacrificios sin pestañear o perder sueño.