Los dedos de Adeia tamborileaban la larga mesa hecha de piedra oscura, sus ojos distantes y su mente agobiada por un cúmulo de preocupaciones. Había asuntos urgentes como el asalto que se apresuraban a combatir con defensas preparadas apresuradamente.
Algún refugio era mejor que ninguno, consideraba.
Los otros comandantes de los esfuerzos de la guerra se habían ido para llevar a cabo sus deberes, dejando a Adeia sola con sus pensamientos. Además de la amenaza inminente, las palabras pronunciadas por Rhaenys le impresionaban la mente más de lo que creyó posible.
Rhaenys había sido una vez su faro de esperanza, una estrella carmesí sangrando luz sanguínea. Aunque la imagen era sangrienta, la radiante tonalidad carmesí parecía hermosa a Adeia, inculcando la impresión de poder en lo profundo de su mente infantil.