Un aire creciente de perversidad y traición se cernía alrededor del Toque del Diablo, fluctuando violentamente con cada sílaba de su sentencia. La mayoría quizás optaría por alejarse de la mesa en este momento.
Si pudieran.
Las palabras del Toque del Diablo tenían un ambiente extraño, casi hipnótico, incitando... forzando a los jugadores a querer más. Se aprovechaba de aquella euforia adictiva que producía ganar.
Y la única forma de prolongar esa sensación era hacerles creer que estaban ganando. Irónicamente, sin embargo, la propuesta del crupier no era motivada por pérdidas fingidas. Kieran había comenzado a acumular ganancias genuinas, justificando la llamada de un juego de azar traicionero.
Una auténtica descodificación del engaño astuto del crupier estaba teniendo lugar.
Toque del Diablo lo sabía y odiaba saberlo. Pero percibía un orgullo, una manera competitiva en cómo Kieran se conducía: un esclavo dispuesto al desafío, un seguidor del entusiasmo y el triunfo.